Penachos de humo aislados, trajín inusual de camiones de bomberos y retenes, mangueras desperdigadas como culebras de colores y el persistente olor a quemado. Ocho puntos concretos de La Rioja vivieron el martes una jornada marcada por el fuego ... . Las condiciones eran las propicias para que cualquier chispa provocase el incendio. El intenso calor, tormentas en su mayor parte secas con numerosos rayos y un viento inhóspito y cambiante que actuó como fuelle sirvieron para sembrar el miedo en numerosas localidades, aunque fueron tres los principales términos municipales afectados: Mansilla de la Sierra, Gimileo y Fonzaleche.
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En la localidad serrana ardieron unas 48 hectáreas de la zona de Calamantío, en Gimileo fueron 8 las afectadas por un fuego que saltó el Ebro para tocar ligeramente la orilla de Labastida y en Fonzaleche, la estimación oficial cifra en dos hectáreas las calcinadas, aunque los agricultores de la zona elevan la cifra a la veintena. En total, cerca de 60 hectáreas arrasadas en una jornada, casi la misma cifra que en todo el año pasado (62,2) y más que en 2023 (53,2), dos cursos especialmente tranquilos en lo que a incendios se refiere. Pero este 2025 ya pinta negro tras lo sucedido este martes y también hace nueve días en Valdeperillo, como resultaba previsible tras una primavera especialmente lluviosa que ha cargado de vegetación el bosque y en un verano irregular pero cuyas olas de calor (la próxima comienza este viernes) están convirtiendo esa maleza en yesca.
El Gobierno regional tuvo que desplegar el martes sobre el tablero de La Rioja a prácticamente todos los efectivos disponibles para la jornada. Cerca de un centenar de bomberos, de agentes forestales y retenes se distribuyeron por esos tres puntos, pero también por Albelda, Collado Grande, Munilla... Una larguísima y dura jornada que, pese al susto y el miedo, acabó con final feliz gracias también a la labor impagable de decenas de agricultores que tiraron de tractor y aperos para perimetrar los fuegos y evitar que los incendios, en una tarde en la que no se pudo contar con medios aéreos por las malas condiciones, se expandiesen y causasen más destrozos.
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Gimileo
El rayo que incendio San Pelayo
En Gimileo, el fuego comenzó en el cerro de San Pelayo. Aunque el santoral explica que al santo lo martirizaron con unas tenazas, en la localidad riojalteña la tortura fue el fuego. Hasta las 19.00 horas del martes, la localidad vivía una tarde de verano tranquila, entre siesta y piscina. Fue un rayo el que provocó un incendio que, desde lo alto de la loma, empezó a desbordarse por el cortado que dibujan el Ebro y la vía férrea, en un terreno abrupto y complicado en el que las distintas dotaciones de bomberos tuvieron que dar lo máximo.
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Un foco se tragó una finca de cereal para acercarse a la localidad, donde se vivieron minutos de angustia en las inmediaciones de las antiguas escuelas, de una casa rural y de una bodega aunque, con la colaboración de los vecinos, esas llamas pudieron ser sofocadas. En estos trabajos de extinción mano a mano también participaron efectivos de la Policía Local de Haro, uno de cuyos agentes tuvo que ser trasladado por inhalación de humo.
El día después, junto al mirador hasta el que llegaron las llamas (una barandilla medio comida por el fuego deja fe de dónde se controló el foco), los vecinos evaluaban los daños, algunos con pérdidas evidentes en sus propiedades y otros afortunados, como Jesús López. Su olivar entraba como una quilla de verdor entre los restos calcinados del entorno. «Las llamas tan altas daban miedo. Imagínate cómo eran que saltaron el Ebro», aseguraba aún perplejo. Una barrera natural y húmeda de más de veinte metros que no sirvió para calmar la voracidad del fuego.
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En Gimileo, los agricultores también sumaron su ayuda desinteresada para controlar la situación. «Por lo menos había dos tractores grandes que hicieron muy buen trabajo», explicaba Emilio Soto. Incluso el pueblo se movilizó con una cadena humana con baldes para tratar de cortar el avance, pero tuvieron que dejarlo. «El fuego se nos echaba encima», aseguraba una vecina.
También se vivieron momentos de miedo, como cuando los curiosos se acercaban a ver el incendio, lo que provocó que algunos caminos no se pudieran transitar. «En vez de marcharse de la zona, venía gente con el coche y entorpecían los caminos», explicaba Emilio Soto.
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Fonzaleche
Desde una cuneta
El pequeño apeadero que forma un camino agrario con la LR-202, a apenas unas decenas de metros del cruce con la N-232, fue el foco donde comenzó el incendio que puso en jaque el martes a bomberos y agricultores riojalteños, que se la jugaron para pelear contra unas llamas fieras avivadas por fuertes ráfagas de viento cambiante que supuso un verdadero quebradero de cabeza para la extinción. Tendrán que ser los peritos los que investiguen las causas, pero la primera impresión de los vecinos señala a una imprudencia humana.
Desde ese foco se extendía una lengua negra que, insaciable, devoró ribazos, laderas y cárcavas, frenada por algún campo de girasol y por viñedos, algunos dañados por las altísimas temperaturas. Muy cerca, mientras un retén de bomberos forestales llegado desde Villoslada tiraba mangueras para acabar con unos rescoldos aún vivos y preocupantes en el seno de un pinar, las perdices paseaban por los campos quemado tratando de encontrar sus nidos y refugios. Pero donde el martes había rastrojo y paja, solo quedaban cenizas.
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La desgracia pudo ser mayor, pero el buen hacer de los profesionales de extinción y de los voluntarios logró poner coto al fuego. Uno de ellos fue Josu Cubillas, agricultor de Villaseca, que como otros compañeros no dudó en sacar el tractor y gastar gasoil y nervios en una tarde-noche calificada como «una puta locura». «Cuando vi que un foco saltaba el perímetro me fui a por el tractor», recuerda. En cadena, sobre los rastrojos «un tractor pasaba la grada de discos, otro la trapa y otro el destripador» para intentar limpiar un perímetro que cortase el avance del fuego. «Con el viento, las llamas saltaban una barbaridad», rememora. Pero el trabajo dio sus frutos.
Este miércoles también tocaba evaluar daños y comprobar si la mala suerte se había cebado con fincas propias y de vecinos. Carlos y Dioni, dos vecinos de Fonzaleche, recorrían a bordo de un todoterreno los caminos agrícolas. «A mí no me ha afectado. Tengo una viña tras el cerro y no la ha tocado», decía con alivio. «Hubo momentos complicados porque se empezó a trabajar con los tractores cuando el viento venía del sur y, de repente, cambió a norte, y lo hecho no sirvió de nada y hubo que empezar de nuevo», añadía Dioni.
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Mansilla de la Sierra
Calamantío, arrasado
Por su parte, el de Mansilla de la Sierra fue el incendió que más extensión devoró el martes, con 48 hectáreas del término Calamantío arrasadas. Una zona de difícil acceso poblada de robles, matojo, escobas, retamas... «Afortunadamente, no ha llegado a los pinares», explicaba el alcalde de la localidad, José Manuel Ballesteros.
No lo pudieron hacer el martes, pero ayer durante toda la mañana los medios aéreos no dejaron de volar para refrescar la zona de un incendio que está controlado, pero no totalmente extinguido.
Que los incendios del verano se sofocan en invierno es una máxima que suele resultar verídica. En el caso de Mansilla, el alcalde recordaba cómo en primavera se limpió el cerro y se hizo un gran cortafuegos. «En ese punto es donde se pudo controlar el fuego», indicaba.
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El susto ya se ha pasado, sobre todo el inicial, cuando los vecinos creyeron que el foco se encontraba mucho más próximo: «El viento traía el humo y pensábamos que estaba en la Dehesa de Abajo, parecía que estaba a las puertas del pueblo, pero no ha habido peligro».
Un rayo fue la causa de una combustión que ha golpeado a uno de los pulmones de La Rioja. «Había peligro de que se escapase y llegase a los pinares de Nestaza. Entonces se hubiera liado una muy grande», analizaba el primer edil. «Ahora confiamos en que lo extingan para estar completamente tranquilos», concluía Ballesteros.
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Berta Valgañón Viticultora
«Sin los tractores, el fuego habría corrido como la pólvora»
La viticultora Berta Valgañón solo tiene palabras de elogio para los agricultores que desafiaron al fuego desde sus máquinas. «Yo estaba vigilando el fuego, por si venía al pueblo y los chavales que tienen tractores grandes, de cereal, se lanzaron a cercarlo para que no se expandiera», explica. «Llamé al 112 cuando parecía un foco en una cuneta, pero se empezó a expandir a toda velocidad. Se convirtió en un incendio grande y había pocos medios; si no llega a ser por los tractores, el fuego habría corrido como la pólvora porque el viento era tremendo», explica.
Valgañón alaba sobre todo el valor de esa media docena de tractoristas. «Cercaban el fuego y, si se escapaba, volvían a cercarlo otra vez», recuerda de una tarde del martes en la que «el aire era fuego, cualquier cosa podía provocar el incendio». Para Valgañón, este aviso debe servir para reflexionar: «Con estas condiciones veo que la gente hace barbacoas alegremente y me pongo mala»
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Josu Cubillas Cerealista
«Decidimos no parar y estuvimos hasta las dos de la mañana»
Josu Cubillas, vecino de Villaseca, fue uno de los protagonistas de la lucha contra el fuego. Este cerealista no dudó, como otros compañeros, en sacar sus tractores cuando vio que «una llamarada rompía el perímetro». «Cogimos los tractores, decidimos no parar y estuvimos hasta las 02.00 horas», recuerda del incendio de Fonzaleche. En las fincas queda el rastro muy visible de esos trabajos de limpieza y perimetrado que permitieron controlar, junto al resto de efectivos, el incendio en las zonas labradas, ya que con su maquinaria resultaba «imposible» entrar en zonas arboladas o en laderas pronunciadas. «Por ejemplo, había un cerro con pinta muy fea, pero para nosotros era imposible apagarlo», añade.
«Fue una puta locura. Había vientos muy fuertes y el viento cambió de dirección tres veces», rememora. «Una vez casi nos chocamos, otro se quedó encerrado por las llamas... Hay historias para todos», dice Cubillas.
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