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Rioja es conocida por sus vinos tintos, pero también fue, y es, tierra de blancos. Casi todas las bodegas históricas tenían uno o varios blancos en su portfolio, pero en la década de los 80 del siglo pasado esos vinos, criados como tintos para largas guardas, fueron abandonándose. De hecho, el Consejo Regulador prohibió la plantación de cepas blancas durante no pocos años. En los últimos años, sin embargo, Rioja se ha convertido en una de las regiones españolas más dinámicas en la elaboración de blancos. La tecnología, ya por fin dedicada a este tipo de vinos, el conocimiento, el talento y las ganas de experimentación de no pocos productores, junto con la recuperación de las largas crianzas para el envejecimiento de variedades como la viura, han impulsado la aparición de nuevos y espectaculares vinos en el mercado.
En estas páginas, Fernando Bóbeda recoge unos cuantos ejemplos, vinos que miran a Jerez, que se crían y maduran en barricas, fudres y/o ánforas o que no tienen miedo a la hora de utilizar las pieles abren un extraordinario abanico de tipologías y sabores. Bodegas clásicas que están recuperando etiquetas, incluso grandes reservas que en su momento dejaron de comercializar y algo similar sucede también con los rosados y las opciones de crianza de estos vinos considerados en muchas ocasiones menores. La viura recobra protagonismo, aunque también variedades propias como garnacha blanca, tempranillo blanco o maturana abren la puerta a un universo de blancos y rosados, vinos con los que los nuevos y clásicos productores están dispuestos a arriesgar.
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