El Zurbarán del Prado llega este miércoles a Logroño
El Museo de La Rioja alberga una treintena de obras pertenecientes a la pinacoteca nacional cedidas en depósito entre 1902 y 1922
No hay un Goya ni un Velázquez ni un Bosco, pero un pedazo del Prado puede verse habitualmente en el Museo de La Rioja. Una treintena de piezas pertenecientes a la gran pinacoteca nacional, cedidas en depósito desde hace ya un siglo, forman parte de la exposición permanente del museo logroñés o están en su almacén (la menor parte). Son una pequeña muestra del llamado 'Prado disperso', un variado conjunto de más de tres mil obras cedidas temporalmente a diversos museos e instituciones de todo el país simplemente porque en el museo madrileño no caben. Veintiocho de ellas, todas mucho más modestas que sus grandes obras maestras, cuelgan en las paredes del antiguo Palacio de Espartero.
Llevan tanto tiempo ahí que ya parecen de la casa y, aunque no pertenezcan al Museo de La Rioja, han sido fundamentales en su historia y lo son también para su identidad.
Empecemos por la historia. Por problemas de espacio y necesidades de conservación, el Prado comenzó a repartir obras por el país en 1872. En Logroño entonces no había nada parecido a un museo. La Comisión Provincial de Monumentos, formada en 1844 para reubicar los bienes incautados al clero en la desamortización del 35, barajó un primer proyecto en la iglesia de San Bartolomé, pero nunca llegó a materializarse. Hasta 1892 no serían habilitadas unas salas del edificio de la Beneficencia como Museo de la Provincia.
Poco después, en el Instituto General y Técnico (actual Sagasta) iba a instalarse el Museo de Logroño con una colección de vaciados de escultura (parte de la cual se conserva hoy en la Escuela de Diseño) y cuadros cedidos temporalmente en depósito, ahora sí, por el Museo del Prado procedentes de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.
Fueron seis lotes enviados por reales órdenes entre 1902 y 1922 gracias al empeño del claustro de profesores del Instituto y por mediación de Amós Salvador, diputado y senador por Logroño, también varias veces ministro y practicante de aquel sistema caciquil tan arraigado en la época.
Pero el verdadero Museo de La Rioja (de Logroño hasta el cambio de nombre de la provincia) no se constituiría hasta 1963. Y cuando por fin abrió al público en 1971, entre los fondos expuestos procedentes de los dos centros anteriores, estaban las obras del Prado. Y ahí continúan.
La pintura social del XIX
Las 28 piezas en depósito (27 pinturas y una escultura, un 'Dante' de escayola de Jerónimo Suñol y Pujol de 1864) son todas ellas de autores españoles de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Aunque la más y la menos antigua son de tema religioso ('La resurrección de Lázaro, de Juan de Barroeta, de 1855, y una 'Inmaculada', de Ramón Pulido, de 1906), predominan los cuadros con motivos costumbristas y de denuncia social. Y esa característica determina en buena medida la identidad de una parte de la exposición permanente del Museo de La Rioja.
Reflejo de la transformación social del XIX, el arte de la época también cambió sustancialmente. Con espíritu documental se desarrolló la pintura realista que retrataba ambientes, hábitos, y situaciones de la vida cotidiana, en una doble propuesta de temática costumbrista llena de tipismo local, amable y colorista, y otra de crítica social que denunciaba las desigualdades y las dramáticas experiencias de los pobres.
En el Museo de La Rioja, gracias a los depósitos del Prado, abundan los primeros: 'La toilette' (1899), de Federico Godoy y Castro; 'Pelusa', de Carlos Verger y Fioretti; o 'Un ciudadano más' (ambos de 1901), de José Bermejo. Pero 'Inclusero', de Rafael de la Torre (del mismo año), narra el drama de la madre que tiene que entregar a su hijo, e igual patetismo desprende el hospital que evoca '¡Pobre padre mío!' (1895), de Ramón Pulido. A medio camino, 'La nieta del marinero' (1895), de Luis de Bertodano, muestra la nobleza de una sociedad humilde.
Junto con el resto, son obras sin las cuales la exposición perdería un capítulo importante. En 2001, tras el robo (aún sin esclarecer) de tres cuadros, dos de ellos pertenecientes al Prado (un Beruete y un Lhardy), este estuvo a punto de retirar todos los demás. Incluso dio orden de embalarlos. Pero en el último momento se decidió dejarlos en Logroño con garantías de seguridad.
Afortunadamente, hoy el Museo de La Rioja, renovado y ampliado desde 2013, sigue luciendo su 'pequeño Prado'. El de Madrid cumple dos siglos; este, cien años.