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Juan Marín
El Prado expone un Zurbarán en el Museo de La Rioja

El Prado expone un Zurbarán en el Museo de La Rioja

La cesión temporal de 'San Francisco en oración', que se expone en Logroño hasta el 24 de marzo, forma parte de los actos del bicentenario de la pinacoteca nacional

J. Sainz

Logroño

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Miércoles, 27 de febrero 2019, 11:54

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El cuadro «San Francisco en oración» obra de Zurbarán (de 1659) y perteneciente al Museo del Prado, se expone desde hoy y hasta el 24 de marzo en el Museo de La Rioja dentro de los actos de conmemoración del bicentenario de la pinacoteca nacional.

El cuadro ha sido presentado esta mañana por el director del Prado, Miguel Falomir, y la directora del Museo de La Rioja, María Eugenia Santos González, en un acto en el que también ha estado presente el presidente regional José Ignacio Ceniceros. Todos ellos han coincidido en destacar el atractivo añadido que supone para los visitantes contar con esta obra maestra. «Es una forma de recordar -ha dicho Falomir- que el Prado es de todos».

Durante cuatro semanas el Museo de La Rioja se suma así a la celebración del bicentenario del museo madrileño gracias al programa 'De gira por España'. Hasta el 19 de noviembre una docena de sus joyas artísticas viajan por el país para acercarlas a todos los públicos: obras maestras de Velázquez, Goya, El Greco, Murillo, Rafael,Tiziano, Rubens y el propio Zurbarán.

Procedente del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, dentro de este misma gira, su 'San Francisco en oración', llegó el pasado jueves a Logroño, entre fuertes medidas de seguridad. Un dispositivo policial, incluido un helicóptero, se desplegó sobre la plaza San Agustín, así como un vehículo de una empresa especializada en traslados de obras de arte. El cuadro cuelga ya en la sala dedicada al Barroco, en la segunda planta del antiguo Palacio de Espartero.

Se trata de «una de las más bellas obras tardías de Zurbarán, representando a su santo patrón, al que pintó en numerosas ocasiones»; y en la que el pintor pacense emplea «una paleta cálida y modulada con una iluminación difusa, dedicando una buena parte del fondo al cielo, con siluetas de nubes».

Además, en esta obra, «la fisonomía del santo no es tan angulosa como en otras ocasiones» y la expresión es «serena y muy humana», con lo que el pintor logra «una de sus imágenes más intensamente conmovedoras y memorables».

El Museo de La Rioja cuenta además con otras 28 obras pertenecientes al Museo del Prado que este tiene cedidas en depósito en Logroño desde hace un siglo. Se trata, en su mayor parte, de pintura de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX con motivos costumbristas y de denuncia social.

El san Francisco 'Hamlet' (1659. Óleo sobre lienzo, 126 x 97,1 cm.)

Según reseña de Gabrielle Finaldi, ex-subdirector del Prado: «Esta es una de las más bellas obras tardías de Zurbarán y una de sus más atractivas representaciones de Francisco, su santo patrón, al que pintó en numerosas ocasiones. Está firmada y fechada en un cartellino ficticio que parece adherido a la superficie del cuadro -motivo ya utilizado antes varias veces por el artista- y cuya esquina superior izquierda está doblada para producir una sombra. Es evidente el interés del artista en que el espectador supiera quién había pintado el cuadro y cuándo.

Este cuadro, que Odile Delenda ha calificado como el San Francisco «Hamlet», muestra al santo meditando con una calavera en la mano izquierda mientras se lleva la mano derecha al pecho y alza los ojos al cielo. La composición se ha descrito como una versión diurna del tenebrista San Francisco en meditación de la National Gallery de Londres (NG 230), pintado unos veinte años antes, en el que vemos al santo inserto en un fondo oscuro, rescatado parcialmente de las sombras por un haz de luz que procede de la izquierda y que además le ilumina levemente la nariz y la boca, subrayando el intenso ascetismo de su vida, sobre todo en sus últimos años, tras haber recibido los estigmas.

En nuestro cuadro, el entorno es por el contrario un yermo y rocoso paraje al que el santo se ha retirado para rezar y reflexionar sobre la Pasión de Cristo. A la izquierda, a media distancia y entre árboles, se ve una modesta cabaña o eremitorio. Sobre la piedra en la que Francisco descansa el brazo que porta la calavera hay un libro de oraciones encuadernado en pergamino, en cuyo lomo se apoya una pequeña cruz de madera. El tosco y pesado hábito de Francisco, con los bordes deshilachados, parece incidir en una interpretación del santo acorde con las ramas reformadas de la orden franciscana, en especial con aquellos que mantuvieron una estricta observancia de la Regla, los alcantarinos, que hacían hincapié en la pobreza total y que tuvieron mucha influencia en España.

A pesar de la austeridad iconográfica, Zurbarán empleó una paleta cálida y modulada y una iluminación difusa. Dedicó al cielo buena parte del fondo y silueteó sobre unas pálidas nubes la cabeza del santo. Su fisonomía no es angulosa o no se ha dibujado como en versiones anteriores, y la expresión es serena, mostrando una caracterización profundamente humana de Francisco. Así, la imagen transmite en su conjunto calidez emocional. En este lienzo, Zurbarán llevó a lo más alto el refinamiento pictórico y cromático, y consiguió una de sus imágenes devocionales más intensamente conmovedoras y memorables«.

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Franciso de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598-Madrid, 1664)

Se educó artísticamente en Sevilla, con Pedro Díaz de Villanueva (1614), pero sin duda mantuvo con Pacheco y Velázquez relaciones amistosas. Será para la historia el pintor monástico por excelencia, absolutamente identificado con la pasión devota y el prodigio milagroso, siempre visto desde un ángulo sencillo, directo, severo y cotidiano. A partir de 1628 se establece en Sevilla donde pinta numerosísimas obras; entre ellas, las más famosas son sus grandes ciclos religiosos para los conventos. Habitualmente fue ayudado por un gran taller para atender la demanda de toda Andalucía e incluso América. En 1634 hizo un viaje a Madrid, invitado probablemente por Velázquez, para trabajar en las decoraciones del Palacio del Buen Retiro. De vuelta a Sevilla, enriquecido su estilo por todo lo que ha visto en Madrid, en especial las Colecciones Reales, y el trato con otros artistas, inicia las grandes series monásticas para la cartuja de Jerez y para el monasterio de Guadalupe, lo que configura su momento de apogeo. Desde 1645, cuando la fama de Murillo comienza a extenderse y las modas artísticas van variando, el prestigio de Zurbarán decae, recibe cada vez menos encargos y se dedica a pintar más para América, industrializando su producción, a la vez que intenta transformar su ejecutoria. En 1658 vuelve a Madrid y vive en precarias condiciones materiales hasta su muerte.

Zurbarán fue un fiel intérprete del sentimiento monástico y refleja la realidad de la naturaleza con asombrosa verdad y convincente simplicidad, gustando siempre de los efectos luminosos de origen caravaggiesco -intensos pero nunca excesivamente violentos- con objeto de obtener los valores escultóricos de cada forma. Se mantuvo siempre dentro de la corriente tenebrista de comienzos del XVII, ignorando la evolución decorativa barroca según avanzaba el siglo; tan sólo en los últimos años de su vida procuró dulcificar sus fórmulas a fin de ponerse al paso de Murillo, sin llegar a conseguirlo. A lo largo de su obra se ve que acierta decididamente al pintar figuras individuales, sin referencias espaciales, lo que explica también la perfección de sus bodegones, compuestos sin complicación, con un severo rigor geométrico. Es típico de Zurbarán, como resultado de esos principios, la curiosa manera de presentar cada motivo, ya sean figuras u objetos, con un aislamiento peculiar de las escenas, a veces incoherente, aunque ejecutado con la misma minuciosidad, precisión y cariño, tanto las partes fundamentales como los modestos detalles de naturaleza muerta.

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