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Las navidades son fechas en el calendario en las que lo urgente queda en un segundo plano y le damos su lugar a lo importante. ... La familia, las amistades, celebrar la vida y que volvemos a estar juntos ocupan un espacio nuclear durante dos semanas del año. La montaña de las cosas por hacer se vuelve relativa y los «nos vemos, aunque sea para echar un vino» se convierten en el eco de las conversaciones de estos días. Nos hacemos dueños de nuestro tiempo, porque en Navidad todo es posible, incluso que prioricemos aquellas pequeñas cosas en las que no siempre nos fijamos. Ir a pasar la tarde con los abuelos o con tus padres mayores, disfrutar de una tarde de juegos con tus sobrinos, hacer ese taller de galletas con tus hijos, echar un rato con esa persona con la que no eres capaz de quedar durante el año... Porque todos queremos amar y ser amados y durante estas fechas nos quitamos nuestras máscaras de independencia mal interpretadas y nos dejamos querer y aprovechamos para hacer lo propio con nuestra gente. ¡Vamos! Lo que de toda la vida se ha llamado el espíritu navideño.
Sin embargo, estos días también tienen su contrapunto emocional. Brindamos con sillas vacías en nuestras mesas y con un pellizco en el corazón. Yo he de reconocer que durante años, tras el fallecimiento de mi madre, el sentimiento de tristeza ocupaba más espacio que el de la alegría. Como en la mayoría de los hogares, las madres, aunque no éramos conscientes en nuestra infancia, suponían nuestras navidades. Despertarme el día 24 y oler a dulce por toda la casa, ir de aquí para allá a por el ingrediente que falta, poner el belén, el árbol, el espumillón... En todos esos recuerdos hay una cara común, mi madre. Con el paso de los años, y la amortiguación del duelo, la alegría volvió a asomar convirtiendo tradiciones maternales en las mías propias. Hace años que mi casa también huele el 24 de diciembre a repostería, que los recuerdos se amontonan en el árbol conviviendo recuerdos con mi pareja con adornos de mi infancia. Una historia de vida convertida en árbol de Navidad en la que ha entrado a participar este año mi hijo. Este año hemos colocado algunas de sus obras de arte. La convivencia entre mi infancia y la de mi hijo hace abrumadoras las emociones que siento. Verle sostener un objeto que fue de su abuela, mirarme y sonreírme hace que me transporte a un espacio tiempo donde durante un instante no existen sillas vacías. Esos hilos invisibles que nos unen y nos vinculan haciendo de la vida de las nuevas generaciones huellas del paso de sus antecesores. Porque la Navidad también es eso, asumir que somos porque otros fueron y que sin ellos no estaríamos aquí. Que nuestras tradiciones, aquellas cosas con las que disfrutamos son fruto, en muchas ocasiones, de esos momentos de nuestra infancia con nuestra familia que, aún sin recordarlo con nitidez, evocamos las emociones que nos provocaban sin problema. Así que, por favor, disfruten de estos días recordando y viviendo y ¡feliz 2025!
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