No se te ocurra coger el metro ni el bus para ir a trabajar y no vayas a ninguna reunión», me dijo a mediados de ... febrero un amigo médico en Logroño, experto en epidemias. E insistió: «Tendrá que salir el ejército a la calle, y lo peor será cuando se colapsen los hospitales y empiecen a caer, contagiados, los sanitarios». La primera semana de febrero se acababa de suspender el congreso del Mobile en Barcelona, entre las críticas del Gobierno de España por esa decisión, que declaraba a España «zona de bajo riesgo de contagio» y, por tanto, no consideraba que hubiera «ningún motivo de salud para cancelar cualquier evento».
Mientras sonaban las voces de alarma por la expansión del virus mortal, los portavoces del Gobierno decían que el coronavirus era poco más que una gripe, «sorprende el exceso de preocupación» declaraban el 16 de febrero. El 24 de febrero el director OMS alertaba sobre la amenaza de la pandemia y, aunque iban apareciendo casos por todo el país, el Gobierno seguía quitando importancia a la amenaza.
Mientras tanto, los miembros del Gobierno animaban a todos (y a todas) a acudir a las manifestaciones del 8 de marzo, después de dos semanas que pasarán a la historia de la negligencia en este país. En lugar de organizarnos y hacer acopio de materiales frente a la amenaza imparable del virus, el Gobierno se entretenía con una ley llamada de libertad sexual que, al grito de «solas y borrachas» hacía entrar en éxtasis a las feministas más radicales. Terminadas las manifestaciones de ese domingo, la noche del 8 empezó a cambiar todo. En pocas horas, de repente, el Gobierno pareció darse cuenta –qué casualidad– de que esto iba en serio y empezaron a aprobar, por fin, las medidas que conocemos y estamos cumpliendo con gran responsabilidad ciudadana.
El Gobierno de Sánchez en la gestión de esta trágica crisis ha ido siempre a remolque. España llega tarde y por eso está siendo más duro aquí. Los tests siguen sin aparecer. Y las mascarillas. Y los guantes. ¿Cómo es posible esta falta de material? Mientras tanto, Sánchez se despacha con discursos vacuos e Iglesias se salta la cuarentena solo para salir en la tele y soltarnos su monserga sectaria. Ni una disculpa, ni una palabra de perdón a todos los españoles. Se lo habríamos perdonado, pero no podemos disculpar, encima, su soberbia y autobombo.
No están para soltarnos arengas panfletarias. Están para conseguir mascarillas, guantes, respiradores, trajes protectores, test para detectar el virus. Aunque sea tarde, están para organizar el sistema ante esta situación de pandemia.
Cuando pase todo esto la sociedad, los españoles, pediremos responsabilidades políticas a quienes han actuado con tanta negligencia. Mientras tanto que gestionen, aunque sea tarde, esta situación. Por eso, Sánchez, Iglesias, menos sermones y más respiradores.
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