Pacientes o clientes
«La raíz de todos los males es el afán de dinero» (1 Timoteo, 6-10)
Reconozco que no sé dónde cae exactamente Torrejón de Ardoz. Todos esos municipios que revolotean alrededor de Madrid como pajarillos sobre el lomo de un ... hipopótamo me parecen indistinguibles, confusos y aleatorios. Ni siquiera sé –y esto es geográficamente más grave– si están arriba o abajo: Torrejón, Moratalaz, Alcobendas, San Sebastián de los Reyes, Fuenlabrada, Galapagar, Parla... De Getafe y de Leganés he oído hablar porque, de manera inexplicable, sus equipos están o han estado en Primera División. Supongo que antes eran pueblos distintos, con cierto orgullo local, pero las grandes ciudades actúan como agujeros negros y los acaban succionando hasta convertirlos en barrios anodinos e intercambiables.
Esta semana hemos aprendido que en Torrejón hay un hospital. Parece un hospital bonito, a la última, con sus médicos, sus batas blancas, sus jeringuillas y sus celadores. También hemos aprendido –aunque eso lo intuíamos ya– que hay empresarios sin escrúpulos y dirigentes políticos que o viven en la inopia o todo les importa una higa, salvo su propio medro.
Quizá se pregunten ustedes: ¿y a nosotros, que somos riojanos y ni siquiera podemos ir a Madrid en tren, esto qué nos importa? Más de una vez me he quejado en estas páginas de la relevancia que casi todos los medios informativos españoles conceden a lo madrileño, empezando por su presidenta, esa asombrosa estadista que los días pares parece una chulapona de zarzuela y los impares, la animadora malota de una high school.
Sin embargo, en esta ocasión, creo que sí podemos extraer una cierta enseñanza o, mejor aún, un aviso para navegantes. El escándalo comenzó porque el diario 'El País' publicó unas grabaciones del consejero delegado del Grupo Ribera, un consorcio sanitario privado que se ocupa de la gestión de ese hospital público. Se le oía hablar, con desfachatez turbocapitalista, de lo bien que les venían las listas de espera para engordar la cuenta de resultados. Sus comentarios obraron el prodigio, verdaderamente notable, de sumir a la presidenta madrileña en un silencio que se prolongó durante dos días, para descanso mío y seguramente también de Feijóo. Ante la imposibilidad de echarle la culpa a ETA y con Miguel Ángel Rodríguez rociándose la melena con garrafones de Lady Grecian a ver si se le ocurría algo, doña Isabel acabó farfullando no sé qué sobre las rencillas internas del centro sanitario.
Me da igual que los directivos del hospital de Torrejón se lleven a matar. Esas palabras de su consejero delegado, aunque ahora diga que «se sacaron de contexto», revelan el enorme peligro de estas fórmulas de gestión 'público-privadas', en las que el dinero público y los beneficios privados retozan y se mezclan con una promiscuidad de película porno. Cuidado con recurrir a según qué sistemas, especialmente en asuntos sanitarios. La Administración debería siempre estar vigilante. No basta con entregar a un empresario un fajo de billetes y ponerle unas velitas a la virgen para que el tipo resulte ser una buena persona.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión