Hay críticas que precisan una adenda, cual es el caso de la que traté de la exposición de Elena Ariznavarreta. Era preciso abreviar, toda vez ... el Festival Mujeres en el Arte de la Rioja, en el que se hallaba incursa, merecía algún parco comentario.
La magnífica puesta en escena en el Centro Fundación Caja Rioja La Merced de las obras de Ariznavarreta, complementada con audiovisuales, está a la altura de las mejores salas de arte y de la categoría pictórica y escultórica de la artista.
Tras revisar de manera concisa y deleitosa su quehacer plástico, que puede visitarse hasta el 19 de marzo, cuando escribí la crítica precedente se me entreveró con una instalación chusco-erótica. Triquiñuelas de la mente para establecer los descabellados contrastes del arte de hoy y dar cuenta de los derroteros por los que transita. Es por ello que vuelvo a sugerir la contemplación de esas tan valiosas como escasamente conocidas obras, pues de otra manera nos quedaremos sin poder calibrar lo gran artista que ha sido. Y digo que ha sido, no sin pena, porque hace tiempo regaló los bártulos y dejó el oficio, tras haber obsequiado más de 700 obras a parientes, instituciones y amigos. Carencia de artistas como ella hace que afloren 'colegas' como la del Satisfyer fumador de hace unos días, o Wynnie Mendoza, quien ha expuesto en ARCO un vídeo en el que se ve cómo cosió su vagina casi al completo, para explicar que tiene un hueco para menstruar y dejar salir fluidos, ya que no siente conexión con ella.
Conversar con exalumnos de Ariznavarreta me ha llevado a concluir que fue más que profesora: fue maestra. El profesor enseña una ciencia o arte según el programa establecido, casi siempre con indiferencia afectiva. Sin embargo, aparte de un saber profundo en la materia y basar su sabiduría en los errores cometidos, el maestro instruye, trasmite valores, sentimientos, fomenta la introspección y la autocrítica en pos de que la personalidad vaya aflorando. Asimismo, respalda la crítica sana, las juiciosas innovaciones y se abre en discusión abierta y amigable, aprovechando el error del discípulo para aleccionarle y enseñarle con el ejemplo... Y cuando percibe que algún alumno puede llegar a superarle, lejos de enconcharse sigue en el empeño de formarle, sintiendo la callada satisfacción de la misión cumplida. Ha sido el caso de Ariznavarreta.
La maestra que, obligadamente, cortaba los cordones umbilicales al acabar el curso, no interrumpió nunca el flujo. Todavía hoy sus exalumnos mantienen ese continuum compuesto de gratitud, admiración y simpatía. Así que, ya que no como profesora, siga al menos como maestra con quienes la tratamos como amiga. Y, si no es mucho pedir, retome los pinceles.
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