Hasta no hace mucho tiempo, al punto que Dios amanecía ya estaba Pepe Flaño laborando en su taller-estudio-galería de Villamediana. Pero se le ... han echado encima los 94 años y ha aflojado en su quehacer.
Me venía pidiendo que fuese a su estudio a contemplar su obra, tanto la venezolana como la española.
Él fue uno de tantos compatriotas que marchó a aquellas tierras en busca de fortuna, y allí pinto pololas carnosas bajo trazos geométricos, paisajes y animales exóticos e interpretaciones quijotescas. Para, al regresar, seguir pintado exuberantes muchachas tostadas, tersas y deliberadamente desdibujadas, además de, por añoranza, marinas empastadas.
Quizá porque sea condición del ser humano no estar francamente a gusto en ninguna parte, sentir el sarpullido de añoranza bienhechora, en Venezuela hizo diez versiones de Don Quijote (desde vestido de Papá Noel hasta arremetiendo contra misiles nucleares), que hoy comprobamos fueron premonitorias.
Empero, su intuición mayor fue atisbar la situación que hoy vive el país hermano, con una población enconadamente repartida entre quijotistas y sanchopancistas.
Con varias exposiciones en su haber, no expondrá más en galerías comerciales. Le falta ya la fuerza del ánimo. Sin embargo, no se niega a enseñar la obra que apila y contrapea en su abigarrada galería. ¿Me llamaría, precisamente al cumplirse en segundo aniversario del inicio del cataclismo de Wuhan, para que viera todo lo que guarda y pusiera colofón por escrito a una vida entregada al arte? ¿O para recordar a los amigos muertos, aquellos que en los almuerzos sabatinos le insuflaban ganas de seguir pintando, a lo que él correspondía haciendo mama gallo para divertirlos?
En esa última y privada exposición de su vida, me enseñó uno de los retratos que le hecho retratos. Y anoté: El doctor Franco le pintó/vestido de blanco lino,/ bastón de plata en el puño./Poderío ultramarino./ Pájaro libando flor, / en el aire suspendido./ ¿Metáfora de un amor que allí quedó,/ que no vino?/ A qué compartir destino/ con quien no se encasquetó / el áureo yelmo de Mambrino.
Un pintor que ha dedicado toda su vida a un arte no imitativo e intimista, aunque sin conectar con grandes masas, merece la consideración de maestro. Y este homenaje.
En la vida, casi todos hemos tenido una Penélope. La de Flaño, como la de la canción de Serrat, le esperó siempre, pero ya no le conoce (Ulises tuvo mejor suerte).
Ella no aspiró a vestir trajes de Prada, bolsos de Guzzi, pañuelos de Hermes, llaveros de cuero de Louis Vuitton ni zapatos de Manolo Blahnik; se contentó con una modesta casa en Villamediana. ¿Tendrá el mismo conformar otra Penélope, bella y sofisticada, que bien apoyada, apapachada casi, teje y desteje localmente políticas culturales?
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión