A excepción de los 'parties' que ofrecía la antigua dirección del Hotel Marqués de Vallejo, con copetines gastro-vinícolas mientras se inauguraban exposiciones; o en ... los de Aguado, que lamentablemente ha cerrado, nunca había visto tanta gente reunida como la tarde-noche del día 27 de enero en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de Logroño. Y eso que no se ofrecía el socorrido reclamo deglutorio y la posibilidad de abrevar vino de la tierra.
¿Qué convocaba a tanta gente? Reproducciones fotográficas de carteles que fueron y son memoria de la estética callejera, tras la cual hay mucha nostalgia y heterogéneos recuerdos. Tal afluencia contrastaba sobremanera con la escasísima concurrencia a la Sala Pequeña de la Esdir, complementaria del evento.
Aparte de lo apuntado, ¿qué se ofrecía para que se hubiese producido ese formidable arrastre de masas, en el que la limitación del aforo se pasó por donde usted y yo suponemos? Que muchos comercios han desaparecido, otros han cambiado de ubicación, que la relación clientelar no es la misma y que la estética publicitaria ha cambiado, en muchos casos para bien (?), por mor de las nuevas tecnologías.
La muestra 'Abierto por ilusión. Logroño en su rótulos comerciales', que colgará hasta el 6 de marzo, nos saluda con una gran cartela, que viene a explicarnos el patrimonio cultural que suponen las múltiples tipografías en rotulaciones comerciales; que se trata de un rescate antes de que muchos de ellos lo hagan por las precitadas razones.
Sin pretensión taxonómica, pues de ella se han ocupado otras publicaciones, decir que varias cartelas menores van explicando grupos de fotografías.
Miajita abigarrada, la muestra es para ser visitada con parsimonia y un pañuelito a mano, porque en el recogimiento nostálgico puede escapársenos alguna lagrimilla, al recordar que bajo algún cartel hubo un roneo; bajo otro, esquina de por medio, se peló la pava al olor de las manzanas (no la que le dieron a morder a Adán ni la que le cayó en la testa a Newton); y el exceso de luz de esotro dificultó el primer beso: «¡Que nos van a ver, tonto!».
Escribí aquí hace unos días que un comité del Parlamento Europeo relacionaba el consumo de vino con el cáncer. Pero como después leí que el Shenzhen Kangning Hospital de China desvela que las personas que beben vino tinto, vino blanco y champán con regularidad (cinco vasitos a la semana) tienen posibilidades de reducir el riesgo de COVID-19, me fui a tomar, con intermitencias de barbijo, unos chiquitos. Para en la ruta, no en plan de compinches de tasqueo, hacer memoria de lo que cada uno de los anuncios que encontrábamos nos había supuesto. Convencidos, eso sí, de que en cien años, todo metaverso.
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