La gente ha regresado de Fitur con espíritu romero. Frases grandilocuentes, el mantra del vino como parte de la gastronomía y la cultura, y pletórica ... porque Logroño esté ya en la Red de Destinos Turísticos Inteligentes. Calentón al que el Parlamento Europeo ha echado un jarro de agua fría asegurando que «en lo que se refiere a la prevención del cáncer, no hay ningún nivel seguro de consumo alcohólico». Al estar en cuestión un producto que forma parte de nuestra cultura y es crucial en nuestra economía, hemos de aplicarnos en sutilizar el enoturismo. Hay que darle menos a la priva –al abrevar y al amerar– y más a la cultura.
Grandes monumentos aparte, el recuerdo de ciudades como Sevilla, Salamanca u Oviedo a algunos no nos quedó por lo que bebimos y comimos, sino por la estatuaria callejera (estatuas, relieves, bustos, torsos, cinéticas, penetrables). La historia se nos ofrecía en la calle a través de las efigies de sus grandes hombres. Pero tocante a eso en Logroño pecamos de estrambóticos y parcos . ¿Cómo en una ciudad 'vinícola', las estatuas de sus personajes más ilustres están confinadas en una rotonda con espaldas mojadas por el agua? ¿Cómo el monumento homenaje a las víctimas de ETA no se ubica en la rotonda que hay frente a la Torre de Logroño, donde estalló la bomba?
Ya sé que la efigie de Gonzalo de Berceo está en varios lugares; pero ¿no sería El Espolón, cogollo de Logroño, su sitio idóneo, con sus versos, al pie, en bronce: «Quiero fer una prosa en román paladino (...) Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino»?
La publicitación de la cultura del vino puede irse haciendo subliminalmente, instalando en calles y plazas esculturas figurativas de tamaño natural, con las correspondientes inscripciones en la base, realizadas por jóvenes y talentosos artistas riojanos.
Personajes como Bretón de los Herreros, Esteban Manuel de Villegas, María Lejárraga y Rafael Azcona, que algo sustantivo escribieron de gastronomía y vino; como Blanco Lac, Jesús Infante y Miguel Ángel Sáinz, que hicieron sublimes interpretaciones plásticas del producto de esta tierra; como Pablo Sáinz Villegas, que lleva sus jotas riojanas y el nombre del vino por todo el mundo; como Diego Urdiales, que lleva racimos bordados en sus capotillos de paseo, etc. La ubicación de las mismas quede para los atareados munícipes. Eso sí, me ofrezco a asesorarles desinteresadamente sobre quiénes son los artistas merecedores de tales encargos.
Estatuaria que serviría para que nadie se fuera diciendo que aquí solo hay papeo y vino. Que el bronce dota a las calles de una inmóvil, culta y tierna garra humana; y que se ha empleado para algo más que glorificar los cojones del caballo de Espartero.
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