Sin ser especialmente futbolero, incluso inexperto en lo que a deportes se refiere, no por ello se me pasó por alto el que un personaje ... tan singular como el Cholo Simeone –al que en sus ruedas de prensa lo de «obviamente» le cuelga cada tres palabras– desenmascarara la hipocresía del estomagante Guardiola (de filósofo, sarcásticamente, le tildó Ibrahimovic) al ironizar sobre el «léxico» del de Sampedor como arma sibilina para caldear el ambiente previo a un partido. Y es que en cualquier ámbito de la vida, según qué uso se haga del lenguaje y qué énfasis e insistencia se ponga en su manejo, puede impeler no tanto a un cambio necesario de la sociedad, sino a una mudanza no demandada. Es por ello que lo del fatuo y machacón 'elles' y 'todes', como lo de nacer en un cuerpo equivocado –profusamente difundidos–, la sexualización de los juguetes o la comida saludable sin vino, no son sino un intento de inducción hacia epílogos simplistas mediante dogmatismos ideológicos.
Que 'La Rioja Turismo' pasara a llamarse 'La Rioja 360º' no deja de producir perplejidad por el afán de hacer grandilocuente algo tan elemental como es la promoción del turismo en esta tierra. Y es que, abundando en lo de los grados sexagesimales, tampoco se libra el sobrio Pabellón de España de la Bienal de Venecia, al enmendar ahora su implantación, que data de 1922 (¡hace un siglo!) y que es obra del arquitecto Javier Luque. De acuerdo a la conjetura del ¿artista? Ignasi Aballí, el Pabellón está girado 10º respecto a los contiguos (y por qué no al revés) lo que le ha hecho construir un conjunto de paramentos en el interior que ¿enderezan? los ejes originales. Se crea así un laberinto de paredes convergentes que dan lugar a recovecos y 'cul de sac' y con ello, rememorar lo que sucede en la propia Venecia y sus vicoli. Según justifica la comisaria de la exposición Bea Espejo, lo que demuestra el grado de gilipollez que nos embarga. Por los mismos vericuetos discurre el urbanismo cuando se le añade el vocablo «sostenible» como mancha de aceite que todo lo impregna, y que por sí mismo nada corrige del frecuente caos edificatorio contemporáneo. Igualmente cuando ante una señal tan elemental como un prohibido circular a más de 30 km/h se le añade lo de «vía pacificada», desde esa petulancia que quiere sublimar lo imposible: la racionalidad de unas señales vigentes desde hace decenios, y para cuya comprensión ningún texto es necesario. O el colmo de lo de «calles abiertas» que pervierten el mismo concepto de su uso. ¿Qué es una calle sino un lugar para circular con orden, pero abiertamente? ¿Acaso se crean las calles para estar cerradas? Todo recuerda a cuando un mal alumno no sabe qué responder en un examen y escribiendo compulsivamente, pasa a rellenar de paja páginas, por si cuela, y así lograr el aprobado. Algo requerido para poder obtener un título de bachillerato, al menos antaño. Ahora vagueando y sin estudiar, cualquiera se hace licenciado (en analfabetismo).
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