El viaje a ninguna parte
Es loable el afán de muchas personas por defender causas perdidas. Yo diría que es un signo de identidad de algunos individuos, la constante disposición ... a acudir allí donde se necesite defender una causa noble. Es de agradecer, en los tiempos que corren, que aún haya personas dispuestas a esa defensa social, aunque, en muchos casos, conlleve asociado el estigma de rareza. No me parece tan de alabar la defensa de causas, perdidas o no, que responda a intereses partidistas o económicos, ocultos tras la fachada de principios nobles, como tampoco si esta defensa se convierte en moda que oculta los verdaderos intereses. Es llamativo cómo, de repente, una causa sumida en el olvido aparece imperativa a los ojos del mundo, tal si hubiera surgido de improviso y fuese pecado no asumirla como propia.
Luchar para que acabe el desastre humanitario de Gaza –llámele cada uno como quiera: masacre, genocidio, guerra...– es, sin duda, digno de alabar, lo que no sé si merece tanta alabanza es la variedad de intenciones que pueden esconderse tras esa lucha; aunque juzgar intenciones tampoco sería importante si se consiguiera detener el conflicto que lleva años destrozando la vida de muchísimas personas, pero me temo, y creo que lo sabemos casi todos, que esa buena disposición de muchos a manifestarse, en pro de la paz en Gaza, no va a influir demasiado en quienes tienen poder real para detener tan terribles acontecimientos. En el momento en que escribo esta columna, quienes podrían acabar con la locura han hecho su propuesta de paz, a la que todavía no ha respondido la otra parte. A su vez, la flotilla de barcos, defensores de causas perdidas, sigue con su viaje a ninguna parte. Seguramente, cuando este texto salga a la luz, ya se sabrá qué ha sido de la oferta de los unos y de la descabellada singladura, con final anunciado, de los otros.
A las personas que ya tenemos cierta edad no nos extrañan demasiado, por frecuentes, los hechos irracionales que periódicamente asolan el mundo, aunque nos aterren, como a todos. Sí nos llama la atención por qué se eligen unos, y no otros, para expresar el hartazgo social. ¿Por qué Gaza y no el Congo, Siria, Yemen, Irán..., o tantos casos de pueblos a quienes han dejado sin país, algunos de nuestra responsabilidad? En el caso de la flotilla, llama mucho la atención la composición del grupo embarcado: políticos de izquierda, una antigua alcaldesa de Barcelona, ecologistas de Greta Thunberg e, incluso, según se lee en la prensa, antiguos etarras. Aquí, de nuevo, aparece la duda de qué intenciones puede haber al hacer la elección de una causa noble a la que defender. Aunque sea con un viaje a ninguna parte.
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