El mes pasado falleció José María Fernández Guelbenzu, hombre dedicado a las letras, escritor excepcional y, como suele suceder con algunos grandes escritores, editor, pues, ... como él mismo decía: «Yo sabía que no podía vivir de la literatura».
Supe por primera vez de Guelbenzu en los años setenta, por su novela 'El Mercurio', que fue su ópera prima y que entonces me pareció muy bien escrita, pero difícil, apreciación derivada, sin duda, de mi excesiva juventud. La segunda vez que apareció en mi vida fue en los ochenta por una agradable coincidencia, aunque no lo conocí en persona. Yo daba clase de Matemáticas recién sacada mi plaza por oposición, en el instituto Tirso de Molina del barrio madrileño de Vallecas, y había escrito un cuento sobre la problemática adolescente de entonces, para leerlo a mis tutorados. Como la reacción de los muchachos a la lectura, aquel último día prenavideño, fuera sorprendente, decidí enviarlo a un premio, cuya convocatoria vi en la prensa, y resultó ganador. Guelbenzu formó parte del jurado, junto a Carlos Barral y Beatriz de Moura, todos editores, que participaban en un congreso sobre edición en aquella ciudad. Me acordé de 'El Mercurio', pero no tuve ocasión de hablar con su autor.
Nos conocimos en persona en los años noventa. A mí me acababan de premiar mi novela 'Tasugo' en el Villa de Madrid y él era ya un escritor de prestigio. Fue en Logroño, donde él dio una conferencia en el Ateneo Riojano, junto con Alejandro Gándara, y, al acabar, fui a saludarle, agradeciendo que me premiara aquel primer cuento que dio inicio a mi aventura literaria. Mi sorpresa llegó al decirme que había pasado los veranos de su infancia en la villa riojana de Leiva, mi pueblo, y, con unos años de diferencia, pues yo era más joven, ambos habíamos correteado los primeros años de nuestra vida en el mismo patio olívense de tilos, rosales y una extraña palmera. Más adelante le pedí consejo, en alguna ocasión, sobre temas editoriales, en los que yo era bastante inexperto. También me aconsejó sobre una importante agencia literaria que quería llevar mi carrera, que jamás empezó porque no estuve dispuesto a reescribir una novela, ya que intuí perdería mi habitual léxico riojano, para mí importante, con el fin de hacer más fácil su lectura y transformarla en una especie de best seller al uso.
Todos los inviernos nos felicitábamos las Navidades –yo con mi habitual poema, él con su amabilidad y cariño–, hasta que en las últimas fiestas navideñas no recibí sus noticias, lo cual me hizo sospechar que quizá algo en su salud no andaba bien. Sirvan estas líneas como homenaje a un gran escritor y excelente persona: José María Fernández Guelbenzu.
Descanse en paz.
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