Crescencio Cañas Alesanco fue uno de esos periodistas que reunían todas la virtudes del oficio y ninguno de sus defectos. Fallecido este sábado en Logroño ... a los 80 años, en la memoria de quienes tuvimos el honor de conocerle y trabajar a sus órdenes quedará la figura de un formidable ser humano, protagonista de una doble vida profesional igual de excelente. Como redactor, Cañas defendió un modelo de reporterismo en aquellos años de la Transición ciertamente ejemplar, mérito que compartió con sus compañeros de generación: como ellos, añadió al compromiso con la información veraz y honesta otra clase de encomienda, también de alto valor. Puesto que la mayoría se había iniciado en la dolorosa noche del franquismo, en los primeros años de la restauración democrática hicieron un esfuerzo adicional que les salía del corazón para alejarse de ese negro manto y contribuir a canalizar el derecho a la información de minorías hasta entonces sojuzgadas por la dictadura o calladas por la censura. Colectivos como los agricultores, a quienes Cañas se sentía especialmente unido en su condición de hijo de La Rioja interior, o las asociaciones vecinales o sindicales, que salían entonces de la clandestinidad y encontraron en la sensibilidad de periodistas como Cañas el altavoz que les había sido negado durante décadas. Recuerdo de él una fotografía que lo retrata precisamente en esa condición de reportero muy pegado al terreno: esgrimiendo una grabadora, entrevistando a unos labradores entre los surcos de un cultivo, atento a sus palabras. Era una foto cautivadora, inspiradora: en ella encontraba cualquier alevín de periodista el combustible para cimentar su vocación. Esa grabadora era un arma cargada de futuro.
Su otra faceta profesional fue también sobresaliente. Al frente durante 19 años de la delegación riojana de El Correo, Cañas fue un jefe sensible, motivador, certero en sus indicaciones. Amable, gentil, mantenía siempre la calma en los momentos de alta electricidad con ese aspecto de duende bueno que le distinguía. Era una garantía de seguridad, que acompañaba de otra serie de atributos igualmente valiosos. Uno de ellos era su sello diferencial: en caso de incertidumbre ante cualquier información, animaba por norma a afilar el lápiz y teclear con mayor energía el ordenador. «Leña al mono» era la consigna que transmitía con aquella sonrisa un punto pícara, inolvidable. Otra señal de su carácter seguro que es compartida y reconocida por quienes también estuvieron bajo su dirección: cuando las balas silbaban cerca de sus redactores, Cañas protegía sin desmayo ni duda a los suyos. Un gesto más raro de lo que suele ser habitual y por eso mismo más agradecido y elogiable.
Cuando se jubiló, Cañas recibió el homenaje de la Asociación de la Prensa, condensado en unas palabras que le dirigió un antiguo colega, José Luis Peñalva. De ellas destaco una frase que lo define con exactitud: era enemigo del vedetismo. En efecto, ajeno al triunfante tipo de periodista que ya entonces se ponía de moda, Cañas militaba por el contrario entre quienes defienden la esencia de la misión de informar sin pavonearse jamás. Era por lo tanto un modelo, el espejo donde mirarse. Y un maestro, de quien rescato una anécdota en esta triste hora del adiós que me ha guiado durante toda mi carrera: la primera vez en que un medio de la competencia me fusiló una crónica sin citarme, como fuera que me encontraba entre abatido y airado, pronunció cuatro palabras que me sirven como divisa y ejercen como brújula para todo periodista. También para cualquier ser humano: «Nosotros, a lo nuestro». Nosotros a lo nuestro, Cres. Y leña al mono por allí arriba.
Crescencio Cañas falleció en Logroño el 20 de septiembre a los 80 años
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