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Tribuna

Lo que está muerto no puede morir

Los más jóvenes consumen desde las redes sociales, acrítica y entusiastamente, mensajes nostálgicos, romantizados y nada inocentes sobre la figura de Franco

Jesús Movellán Haro

Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de La Rioja

Miércoles, 22 de octubre 2025

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A los que hace unos años veíamos Juego de Tronos o habíamos leído la saga de George R. R. Martin 'Canción de Hielo y Fuego' ... nos impactó (a mí al menos sí que lo hizo) uno de los mantras de un culto oriundo de las llamadas Islas del Hierro, el del dios ahogado: «Lo que está muerto no puede morir». En realidad, esta afirmación no puede aspirar a ser más que una obviedad, cuando no una tautología; efectivamente, si algo muere no puede morir... a no ser que nos refiramos a que, en un giro (casi requiebro) lingüístico, aquello que ha muerto pasa automáticamente a ser inmortal, por cuanto habite en la memoria. Ésta, la memoria, se recrea entre quienes conmemoran, condenan o, simplemente (y no es poca cosa) buscan algún resquicio de verdad sobre un pasado que les es tan propio como ajeno, tan estéril (para algunos, aquellos que no quieren «remover el pasado») como traumático. Junto con el trauma colectivo que representó la Guerra Civil, nuestro pasado (no tan lejano) tuvo que ver con los deseos y designios del hombre que terminó liderando la rebelión militar y que, casi hasta el final de su vida, fue el Jefe del Estado de una dictadura, Francisco Franco Bahamonde.

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