Menores no acompañados: prejuicios y realidad
Frente al discurso del odio que nutre relatos xenófobos, hay que promover una narrativa clara que proteja a los más vulnerables y no los convierta en armas arrojadizas
Javier Blázquez
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Upna
Lunes, 1 de diciembre 2025, 21:35
Los menores no acompañados constituyen desde hace tiempo uno de los principales objetivos de los mensajes que se propagan en las redes sociales. Estos jóvenes ... son presentados habitualmente como un peligro y amenaza para la seguridad ciudadana.
Hablamos de adolescentes que carecen de familiares en nuestro país y que, a pesar de la tutela institucional que reciben, tienen las mismas inquietudes, esperanzas y necesidades que el resto de los jóvenes de su edad, pero su entorno habitual de origen, proveedor de afecto, acompañamiento y seguridad, se encuentra muy lejos.
Se trata de un fenómeno social que ha ido consolidándose, fruto de la desigualdad y del fenómeno globalizador en el que estamos inmersos. Además, los menores llegan a menudo con traumas provocados por experiencias de violencia, desplazamiento y pérdida. Tratan simplemente de abrirse camino en la vida y construirse un futuro mejor.
Lamentablemente es fácil constatar cómo el discurso del odio ha ido echando raíces y propagándose a través de las plataformas de redes sociales. Mediante sus mensajes, repetidos una y otra vez, logran aumentar la vulnerabilidad y la sensación de inseguridad ciudadanas, dificultando, a su vez, el desarrollo emocional y social de quienes se convierten en blanco de sus invectivas. Por otra parte, el acrónimo 'MENA' ha contribuido a estigmatizarlos, a deshumanizarlos, alimentando bulos no desmentidos que terminan reforzando prejuicios y actitudes discriminatorias.
No obstante, como advertía con insistencia el célebre periodista Ryszard Kapuscinski, «detrás de un prejuicio se esconden el miedo y la ignorancia». Hablamos de miedo a lo desconocido, a lo que es diferente, a lo que no forma parte de nuestro entorno habitual. Ese miedo, como reacción primaria, provoca un repliegue que resulta más cómodo, y puede aportar, inicialmente, un refugio psicológico, que parece ofrecer seguridad, aunque oculte al mismo tiempo pasividad, rechazo y mediocridad; amén de mezquindad moral.
Sin embargo, frente a la difusión de medias verdades e infundios falaces, conviene precisar que los datos son elocuentes: el 31 de diciembre de 2024 había en España 17.452 personas migrantes de 16 a 23 años bajo tutela o que han salido del sistema de protección. Entre los cuales el 60% de estos menores migrantes con edades de entre 16 y 23 años con autorización de residencia, están afiliados y dados de alta en la Seguridad Social.
Este colectivo ha registrado un aumento progresivo del 32% en los últimos tres años, cuando se reformó el reglamento de extranjería para permitir el derecho a trabajar a los menores extranjeros no acompañados a partir de los 16 años y a los jóvenes tutelados de entre 18 y 23 años.
Por otra parte, en este grupo de jóvenes comprendidos entre 18 y 23 años, las tasas de afiliación a la Seguridad Social son todavía más elevadas, acercándose al 70% de ellos. Se trata de un dato estadístico de gran relevancia sobre su capacidad de adaptación e inserción social, que es habitualmente ignorado, y que no aparece mencionado entre las noticias negativas que circulan en los medios sobre ellos.
A este respecto, el clima social en torno a los menores no acompañados es actualmente tan hostil que hay empresas que, a pesar de contar con ellos, estar integrados plenamente y sin ningún problema de convivencia, prefieren que no se conozca que los tienen contratados. ¿Motivo? El temor a recibir represalias por parte de quienes generan ese ambiente impregnado de agresividad. Una vez más, la ideología se echa al monte y se aleja aviesamente del mundo real, de la economía y del ámbito laboral.
Por todo ello, frente al discurso del odio que nutre relatos xenófobos, hay que promover una narrativa clara, que proteja a los más vulnerables y no los conviertan en armas arrojadizas frente a la pereza intelectual o la desidia –a veces contagiosa– que contribuyen a la irrupción de actitudes discriminatorias y excluyentes.
Hay que fomentar sin dilación una pedagogía social que ayude a conocer y a comprender la realidad de estos menores extranjeros no acompañados con el fin de facilitar su crecimiento personal, así como su integración laboral y social. Desde esta perspectiva, el apoyo de la comunidad, el contacto con familiares y la participación en actividades recreativas y educativas pueden ayudar a mitigar, eventualmente, los efectos negativos de la migración en su salud mental para promover y fortalecer su resiliencia.
Y es que, como advertía el pensador ilustrado D. Diderot en pleno siglo XVIII, no siempre somos conscientes de que «la ignorancia está más cerca de la verdad que el prejuicio». De ahí la necesidad ineludible de revertir el relato y desmontar los bulos con información precisa, así como contrarrestar la estigmatización con educación ética y cívica. Y un ápice, al menos, de solidaridad.
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