¿Indultos o insultos?
MEZCLADO, NO AGITADO ·
El golpe de estado en Cataluña nos ha arrastrado hasta la actual trama de intereses propiciados por un Gobierno inconsistente, y un Partido Socialista que, ... con su anuencia y ominoso silencio –salvo escasas y acotadas disidencias– es el artífice del desorden que supone forzar y conceder el indulto a los golpistas. Que no son sino émulos del rey del Cachopo, puesto que su único afán es descuartizar este país para añadirnos a todos, querámoslo o no, como ingredientes de su guiso de disidencia y odio. Y sin otro fin que apalancarse en sus territorios y mangonear sin medida, tal y como vienen haciendo desde los tiempos del pujolismo. Y con el añadido del momentáneamente agazapado nacionalismo vasco que, apostado en ese paso de la paloma en el que se encuentra al acecho, reclamará su botín en el momento más propicio para sus intereses, y así desplumar a toda la nación española como si de un pichón atontado se tratara, que al fin y al cabo algo de ello hay.
No soy capaz de hallar argumento alguno que me haga ver beneficios en estos indultos, salvo para quien nos gobierna. Pero sí que los encuentro, por contra, para deducir que nuestra democracia se ha vuelto una almoneda en manos de personajes sin escrúpulos, que promueven estos insultos –que no indultos– al orden legal más básico. Y que evidencian la política de baratillo que ejerce el Gobierno –y la extorsionadora camorra parlamentaria que le secunda–, con su desprecio y vilipendio al poder Judicial y al Tribunal Supremo; y a los magistrados que han sido capaces de sobreponerse a la presiones de toda índole para producir una sentencia justa y ejemplar. Al jefe del Estado, el rey. Y cómo no, a la Guardia Civil y a la Policía Nacional y sus mandos, que se jugaron el tipo en aquel difícil trance en el que defendían el respeto a la ley. Y poco a poco ir devaluando la democracia tan arduamente conseguida para que tantos políticos trileros muevan los cubiletes para estafarnos, atendiendo a las demandas de una minoría catalanista maleducada en el odio a España, que no llega ni al siete por ciento del total de la población española; y eso considerando que voten independencia la mitad de los catalanes, cosa más que dudosa dadas las marrullerías con que acostumbran a evaluar sus performances plebiscitarias. Con ellas maniobran arteramente, sin más causa que la de un nacionalismo cerril que persiste en rencores aldeanos y en ensoñaciones sobre mitificados terruños de pasados gloriosos, plagados de mentiras e insensatas creencias.
Así que confieso aquí, en estas líneas desencantadas y dolidas, que «España es para mí una gran herida y un gran amor», como escribió Neruda. Y por ello este gran dolor al ver tanta mediocridad, tanta mendacidad, tanta hipocresía disfrazada de magnanimidad, tanto afectado corazón de generosa comprensión hacia un golpismo atroz, injusto y antidemocrático, proclamándolo desde un atril en el Liceo, cuna y reducto de la más rancia y retrógrada burguesía catalanista.
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