Todos los hombres del presidente
Hace un par de semanas murió Robert Redford y como homenaje póstumo vi 'Todos los hombres del presidente', la historia de la investigación que dos ... periodistas del Washington Post hicieron sobre el caso Watergate y que llevó a la dimisión del presidente Nixon por el espionaje al partido demócrata.
Como el algoritmo manda, luego Netflix me propuso ver 'Buenas noches, y buena suerte', que aborda la presión del senador Macarthy sobre una cadena de televisión en los albores de este medio en los años 50, en plena caza de brujas contra el comunismo.
Ficciones que reflejaban una realidad incuestionable, hechos ciertos que terminaron siendo historia de ese país. Coincidió que viera esas películas cuando se produjo la cancelación de un programa en la televisión norteamericana, el del cómico Jimmy Kimmel, que hizo alguna gracia que no agradó al presidente Donald Trump. Fue eliminado de la parrilla de forma fulminante, pero gracias al apoyo de muchos compañeros de profesión y público en general, en una semana se repuso el programa.
El ejemplo yanki nos debería enseñar que para que la democracia sea tal, el poder debe tener contrapesos y límites
La libertad de expresión, la libertad de los medios de expresarse sometidos tan solo a la veracidad de los datos, a la lealtad con los hechos o al humor respetuoso (o no tanto), es probablemente una de las últimas líneas de defensa de la democracia. En occidente somos los émulos de EE UU, espejo en el que nos hemos mirado durante décadas, y ahora que vemos cómo el poder de Trump es capaz de atenazar y amenazar a los periódicos y cadenas de televisión, deberíamos poner nuestras barbas a remojar. Porque esas modas cruzan rápido el océano y el ejemplo yanki nos debería enseñar que para que la democracia sea tal, el poder debe tener contrapesos y límites (aparte de la decencia del gobernante, se entiende). Porque algo que nos parece lejano, quizás no lo sea tanto: aquí ya hay quien ha manifestado en una comisión del Congreso que si llegan al gobierno entraran en RTVE a sangre y fuego («con motosierras o lanzallamas», por ser más exacto, todo un alegato democrático como se ve). Hay otros poderes también en peligro, pero a la prensa y a sus profesionales hay que protegerles y exigirles que actúen con honestidad y rigor. La mera discrepancia no es sinónimo de deslealtad o insumisión porque la libertad de expresión es responsabilidad de todos: de los gobiernos, de los lectores, oyentes o telespectadores, los profesionales de la comunicación y todos los que colaboramos en que esto siga siendo así.
Y hablando de lucidez y compromiso, aprovecho para agradecer a uno de esos colaboradores, Luis Alfonso Iglesias, estos tres años en los que hemos compartido sábados de ocurrencias, alegatos y su poesía en prosa. Yo le llamo Maestro porque lo fue de filosofía. Y me enseñó Educación (de la mano de su amado Cossío), educación (con sus pulcras maneras) y a blasfemar con ingenio de minero asturiano (con su sorna me descubrió el juramento contra los dieciocho). Ahora ha emprendido otra ruta y le deseo lo mejor, dándole como merece las gracias. Buenos días y buena suerte. Maestro.
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