Escribir a mano
Yo tengo una letra criminal, indisciplinada, con peor traza y trazo que la cama de un adolescente una mañana de domingo; una letra desapacible como ... los primeros días ventosos de otoño y con tendencia a la mezcla de mayúsculas y minúsculas en un batiburrillo indescifrable que hace que solo mi amiga Elena, en los tiempos de la carrera, lograra entender que aquellas palabras del final de los apuntes de derecho penal eran in dubio pro-reo. Otra cosa era la letra de mi abuela Edelmira, que escribía con pluma en papel de seda porque así mandaba las cartas «by plane» a su prima de Perú. O la de mi madre, que aún conserva en sus animosos 95 años la caligrafía firme, elegante y ligeramente inclinada a la derecha que le inculcaron en la Compañía de María. Yo he evolucionado, a peor, la letra de mi padre que cumplía a rajatabla el estigma de practicar, en recetas, notas familiares y cartas manuscritas lo de la letra de médico. Con esto de los ordenadores y los dispositivos digitales, ahora lo de escribir es una necesidad que se soluciona entre pantallas y teclados, lo que me parece sorprendente porque he leído que los jóvenes de la generación Z (a la que tenemos que mirar y estudiar con atención, porque serán los que somos nosotros ahora) han encontrado en la escritura a mano un remanso de paz y tranquilidad, que les aleja, al menos por un rato, de las pantallas y los vídeos encadenados, del tumulto, el ruido y la furia. Un estudio realizado en Noruega muestra que escribir a mano activa muchas más áreas del cerebro que escribir en un teclado. Tan solo quince minutos con un bolígrafo y un cuaderno mejoran la memoria, la concentración y el procesamiento de la información. Pero eso no es la cuestión. Ellos lo hacen, según he visto en Instagram, porque escribir en un cuaderno, a mano, con bolígrafo, pluma o lápiz de punta afilada, les da calma, tranquilidad, un remanso de sosiego. Ellos probablemente desconozcan el significado de la palabra delectación, pero así los imagino, inmersos en el puro placer de ver los trazos en el papel nuevo desgranando historias, derrotas, alguna lágrima o los anhelos más secretos. Porque cuando empiezan a escribir surge la magia de los espacios y tiempos detenidos en el aquí de un cuaderno y en el ahora de la pluma o el bolígrafo, sin disculpas, sin perdones y sin máscaras o filtros que les mejoren su ser y su estar, solos en su habitación, conociéndose a través de su mera escritura.
Yo, a pesar de mi caligrafía indómita, a veces también me dejo llevar por la pausa de la escritura a mano, en un cuaderno negro para las tristezas, el dolor callado de las ausencias o los exabruptos y otro verde para las ilusiones, las frases optimistas o lúcidas captadas en el tráfago de los días y las recetas que me gustan. Escribo en cuadernos Moleskine porque a veces me doy esos caprichos y con la pluma que me regaló mi hija Ana por mi cumpleaños hace un tiempo. Escribir y dejarme las manchas de tinta en los dedos, con la letra que dios me ha dado y todo el tiempo sobre el papel.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión