Puede que en el inmenso mar de internet, donde el acceso a los contenidos parece tan libre como irresponsable, la literatura sea una de las ... grandes víctimas invisibles; la cesta de la compra donde cualquiera, de forma impune, puede meter la mano y salir corriendo, robando el único elemento que el escritor tiene para salir adelante. Mientras que el cine se ha reinventado a través de las plataformas de streaming y la música cuenta, además, con los directos, los escritores siguen siendo los eslabones más frágiles de la cadena cultural. La piratería además de robar obras, sustrae tiempo, esfuerzo y el futuro de quienes dan vida a los libros.
Porque escribir un libro cuesta mucho. No hablo en términos creativos o emocionales, también en horas de trabajo, documentación, correcciones e incluso a nivel económico. Y sin embargo, cuando el libro llega a las manos del lector, lo hace a través de una larga lista de intermediarios que hace que de los veinte euros que puede valer un ejemplar, el autor reciba, con suerte, un par de ellos.
Frente a una obviedad así la piratería se alza como una injusticia flagrante y sistemática, y no hablamos de acceso a la cultura de quien no puede permitirse un libro. Hablo de un fenómeno normalizado, incluso por quienes sí pagan una suscripción a Netflix o apoquinan ciento cincuenta euros por ver a Bad Bunny, pero que no dudan a la hora de descargar fraudulentamente el PDF de una obra recién publicada. El libro, en este contexto de saqueo cultural, parece tener menos valor que una película o el directo de un artista musical. ¿Por qué?
Puede que sea porque no existe el grado de concienciación necesario para comprender que, al piratear un libro, no se está perjudicando a una gran multinacional —que también—, sino al autor que lo escribió. El escritor no tiene conciertos donde recuperar lo perdido. No hay mecenazgos televisivos ni pagos por visualizaciones. La literatura vive y muere en el individual acto de comprar un libro. Cada copia pirateada es una pérdida directa que incide directamente en bolsillos, en ocasiones, ya de por sí precarios.
Y además del daño económico está el simbólico. La piratería lanza un mensaje claro: tu trabajo no vale nada. Y esa es una losa difícil de sobrellevar para quienes invierten meses o años en crear una obra que con un simple clic puede derivarse al ostracismo de una infinita carpeta de descargas.
Urge una toma de conciencia colectiva. Si se valora la literatura, si se cree que los libros son la piedra filosofal de nuestra cultura, debemos empezar respetando a quienes los escriben. Comprar un libro es algo más que un acto de consumo; es un gesto de apoyo, una palmada en el hombro, una complicidad íntima... Porque si continuamos tratando a los escritores como si no merecieran cobrar por su trabajo, en un día no muy lejano descubriremos que ya no queda nadie haciéndolo.
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