De cuyo nombre no quiero acordarme, entre verduras y hortalizas, porteaba una inocente criatura entre mis brazos protectores. Ella observaba los colores que ante sus ... ojos aparecían con la seguridad de estar con quien le dio la vida. Ni el recién nacido ni su madre sospechaban los horrores que a tal estampa rodeaban. ¡Oh! Pobres padres y madres primerizas que no saben el mal que hacen a tener a sus criaturas en brazos, cerca del calor parental [cáptese la ironía]. En donde nosotros veíamos amor y protección, otros vislumbraban gigantes amenazantes. «Le vas a malcriar, no va a querer bajarse de los brazos», sentenció una voz. Giré mi cabeza en busca de la emisora del mensaje, preguntándome cuál era la causa de aquella opinión manifestada. Hallé a una señora bien intencionada que, con una sonrisa en su rostro, volvió a emitir dichas opiniones ante la mirada atónita de quien esto escribe. Como quien comprueba la madurez de una fruta, sus manos comenzaron a acercarse a la criatura que, para entonces, descansaba bajo el manto de Morfeo. En gesto protector, giré mi cuerpo para evitar el contacto entre una persona desconocida y un bebé de pocas semanas. La sonrisa de aquella señora se difuminó y solo quedo en el aire una mirada acusadora. «Ya te arrepentirás en unos meses, es mejor que no se acostumbre». De mi boca brotaron palabras en una respetuosa tercera persona para marcar las diferencias entre quién recuerda algo de la educación que le dieron de pequeña y aquella buena mujer. Defendí mi decisión, alegando que había decidido que mi hijo aprendiera que estando cerca su madre encontraría consuelo a su llanto.
Aquí se descubrió el gigante de este cuento y yo, sin coraza, me quedé en calzones. El fantasma de sentirnos 'malas madres' elevó su grito gutural manifestando los miedos que en todas cohabitan con la sensación de que lo estamos haciendo bien. Una mezcla de confianza y temor que nos acompañan en la cotidianeidad de la maternidad, en cada acción en la que resuena: «¿Lo estaré haciendo bien?».
Mis gigantes se hicieron reales al sentir la necesidad de defenderme como madre, de hacer entender cuál era la naturaleza de mi decisión. La cuestión es ¿por qué? La razón es obvia. Existen expectativas, externas e internas, puestas en nosotras. Debemos ser las madres 360, quién haya visto Paquita Salas sabe de qué hablo. Vivimos rodeadas de personas, cercanas y no tanto, que se creen con el derecho de interceptamos para darnos su opinión sobre cómo cuidamos de nuestras criaturas. ¿Lo haríamos en cualquier otra situación? ¿Alguien pararía a una persona por la calle para decirle que fumar mata? Solo ocurre con los bebés y, especialmente, si estos van con sus madres, porque ya se sabe que el grado de exigencia es menor con los portadores XY.
A aquella señora le agradezco su preocupación pero, la próxima vez, mejor pregunte si necesito ayuda, en lugar de darme su opinión con la que solo logró alimentar mis fantasmas interiores.
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