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En un comercio de Logroño

¿DEBATIMOS? ·

Sábado, 10 de diciembre 2022, 01:00

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De cuyo nombre no quiero acordarme, entre verduras y hortalizas, porteaba una inocente criatura entre mis brazos protectores. Ella observaba los colores que ante sus ... ojos aparecían con la seguridad de estar con quien le dio la vida. Ni el recién nacido ni su madre sospechaban los horrores que a tal estampa rodeaban. ¡Oh! Pobres padres y madres primerizas que no saben el mal que hacen a tener a sus criaturas en brazos, cerca del calor parental [cáptese la ironía]. En donde nosotros veíamos amor y protección, otros vislumbraban gigantes amenazantes. «Le vas a malcriar, no va a querer bajarse de los brazos», sentenció una voz. Giré mi cabeza en busca de la emisora del mensaje, preguntándome cuál era la causa de aquella opinión manifestada. Hallé a una señora bien intencionada que, con una sonrisa en su rostro, volvió a emitir dichas opiniones ante la mirada atónita de quien esto escribe. Como quien comprueba la madurez de una fruta, sus manos comenzaron a acercarse a la criatura que, para entonces, descansaba bajo el manto de Morfeo. En gesto protector, giré mi cuerpo para evitar el contacto entre una persona desconocida y un bebé de pocas semanas. La sonrisa de aquella señora se difuminó y solo quedo en el aire una mirada acusadora. «Ya te arrepentirás en unos meses, es mejor que no se acostumbre». De mi boca brotaron palabras en una respetuosa tercera persona para marcar las diferencias entre quién recuerda algo de la educación que le dieron de pequeña y aquella buena mujer. Defendí mi decisión, alegando que había decidido que mi hijo aprendiera que estando cerca su madre encontraría consuelo a su llanto.

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