Me bajo en Calahorra, pero soy de San Adrián», me dijo cuando se sentaba a mi lado un hombre de unos sesenta años en el ... tren de Madrid a la aislada Logroño (el único tren directo de Madrid a Logroño, una de las ciudades peor comunicadas de España). Al bajarse en Calahorra me despertó incluso para despedirse y me advirtió «queda poco para llegar a Logroño, tenga cuidado no se quede dormida y no se baje en la estación». ¡Cómo no me iba a bajar si el tren termina en Logroño!
No lo conocía de nada, no lo había visto nunca, lo normal es que nadie diga siquiera buenas tardes en el tren o en el bus cuando se sienta a tu lado, por eso me llamó especialmente la atención que me confesara su ruta. Supongo que ir en ese tren te une de alguna manera y buscas una cierta complicidad con los que comparten esa ruta.
Acostumbrada a la frialdad del AVE, o a la impersonalidad del metro o del bus de Madrid, todavía me llamó más la atención ese buenrollismo. El buen rollo es fundamental en todos los ámbitos de la vida, en el trabajo, en la familia, con los amigos, en las relaciones personales en general.
En el trabajo, por ejemplo, es fundamental tener un buen ambiente laboral porque no solo aumenta la productividad sino que es clave para ser felices ese tiempo que estamos entre nuestros compañeros. Esto hace, además, que cada uno saque lo mejor de sí mismo. Tener una comunicación positiva con los que te rodean hace las cosas más agradables, eso no tiene nada que ver con estar después de acuerdo en determinados temas pero, de entrada, crea un clima amable y humano.
Hay gente, en cambio, que se cree que ir enfadados por la vida o ser antipáticos les hace más importantes o más poderosos. Estos que están siempre serios en la vida demuestran que no han entendido nada de nada.
Las grandes ciudades tienen muchas oportunidades y grandes atractivos, siempre pasan cosas nuevas, son muy estimulantes y disfrutas de gente y de eventos interesantes, pero una de las ventajas de las ciudades pequeñas es, precisamente, la cercanía, la confianza, hablar o saludarte con gente que no conoces o que sencillamente te suena, estas cosas que te hacen el día a día más agradable. Y esta es una de las cosas que recordaré siempre de Logroño, el buen rollo.
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