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El agua es vida, el Ebro es vida. Nuestro gran río riega de oeste a este un entorno repleto de biodiversidad urbana, poblando su cauce ... y riberas de esos discretos y generalmente desconocidos vecinos que hacen de la ciudad su casa, o al menos, una fonda de paso en su peregrinar. La rica fauna es un regalo del Ebro para Logroño, el espectáculo de la naturaleza a un paso. Desde pequeños peces como la bermejuela o el barbo de Graells al siluro, el gran invasor; de la activa cercanía de las ardillas a la nocturnidad del murciélago enano o al primaveral anonimato de las mariposas; poderosos cormoranes, populosos ánades, esbeltas garzas, delicados andarríos... El río vive.
La relación de Logroño con el Ebro suele abordarse en clave humana, pero la diversidad animal es uno de sus valores más preciados. «En ocasiones parece que todo lo que habita en el Ebro no forma parte de Logroño, pero es una seña de identidad de la que sentirnos orgullosos, pocas ciudades tienen la naturaleza a cinco minutos del centro, en un paseo», señala David Ijalba, presidente de la Asociación de Ambientólogos de La Rioja (Adalar). «Un ecosistema de ribera es un tesoro de biodiversidad, la presencia del agua multiplica el número de especies por diez en comparación a otros entornos. Por ejemplo, en el Ebro es tal el bullicio de aves que apenas da tiempo a tomar notas e identificarlas», añade.
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El crecimiento urbano de Logroño siempre ha mantenido cierto respeto por esos sotos y orillas, por no encajonar el río sino dejarle su espacio, aunque existen matices y actuaciones dañinas para este riquísimo espacio de la ciudad. «Hasta ahora las cosas se han hecho medianamente bien, aunque podríamos ser más ambiciosos en la protección a la biodiversidad. Un ecosistema de ribera no puede verse como un jardín, no puede ser El Espolón. Las intervenciones tienen que ser muy puntuales, la naturaleza se autorregula, por ejemplo, después de una crecida, la madera muerta que queda tiene su importancia, cumple su función», comenta Ijalba.
Los parques del Ebro y la Ribera han acercado a los logroñeses a todos esos vecinos salvajes. Algunos de ellos son muy fáciles de observar, tan cotidianos que no nos sorprende cruzarnos con una cigüeña, que una ardilla se acerque a comer casi de nuestra mano o escuchar el habitual graznido de los ánades azulones. Aquellos que estén más atentos en estas fechas comenzarán a ver mariposas y polillas como la maculada, la blanca verdinervada, la atalanta o la esfinge colibrí. Los lepidópteros son el grupo de especies más numeroso de toda la ciudad, según el Inventario de la fauna de Logroño elaborado Golorito y Adalar, la referencia más completa y actual en la materia.
El segundo grupo con mayor presencia es el de las aves. Escapando de las más habituales en el entorno del Ebro o de omnipresentes palomas, gorriones o mirlos, la majestuosidad de las garzas se impone como el gran espectáculo alado, especialmente en periodos migratorios. La garza real, la de mayor envergadura, es la más habitual en el entorno del río, pero no faltan ocasionalmente la garza imperial, la garceta común o el martinete. La presencia oscura y vigorosa del cormorán también es cada vez más usual. Más esquivos y discretos, el martín pescador, el andarríos chico o el pájaro moscón.
David Ijalba
Presidente de Adalar
Bajando a la tierra, entre el refugio que ofrecen los árboles de ribera se esconden erizos, ratas de agua o castores, habitantes del Ebro desde hace un par de décadas después de una introducción ilegal. Desde entonces dan buena cuenta de la madera, entre las que también llegan a esconderse las nutrias o visones americanos, invasor del europeo. Acercándonos a la orilla, ranas comunes, sapos corredores, lagartijas, culebras de escalera... hasta zambullirnos en un río en el que especies exóticas siguen haciéndose fuertes y arrinconando a las locales, como ocurre con el cangrejo americano, la carpa o el monstruoso siluro.
«Una de las grandes amenazas para esta fauna del Ebro es el desconocimiento, si la sociedad no sabe lo que tenemos, no puede protegerlo», apunta David Ijalba, que alude en este sentido «a la actuación científica, con investigaciones e inventarios» como estrategia para la conservación de este entorno. Señala, además, el valor económico que puede suponer, «y es que hay mucha gente que hace turismo de naturaleza, es un plus en sus viajes. Poder ver cincuenta aves en un paseo en bici tiene un potencial que debemos explorar».
Y en conclusión, el ambientólogo incide en que «la principal causa de pérdida de biodiversidad es la destrucción de los hábitats. Podemos quitar terreno a los sotos e invadir riberas o asumir un modelo que favorezca la relación entre las especies y patrones propios de la naturaleza. Debemos preguntarnos qué gestión queremos para el Ebro».
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