Eduardo Fonseca | Catedrático de Psicología y vicerrector de la UR
«Hablar previene el suicidio, pero hay que saber qué decir y cómo decirlo»Un proyecto sobre prevención de conducta suicida en adolescentes, en colaboración con la profesora Al-Halabi, reconocido por su enfoque humanizador
Eduardo Fonseca, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad de La Rioja, de la que es vicerrector, recogerá el 1 ... de julio en el Museo Reina Sofía uno de los premios Afectivo Efectivo, que reconocen las iniciativas universitarias más innovadoras y comprometidas en el ámbito de la humanización sanitaria. Junto con la profesora Susana Al-Halabi, de la Universidad de Oviedo, Fonseca es coautor de un proyecto titulado 'Prevención de la conducta suicida en adolescentes: un imperativo ético para una sociedad de cuidados mutuos'.
– Esta semana se han publicado datos sobre el suicidio. En general las cifras caen, aunque aumentan entre los adolescentes.
– En los últimos años se está haciendo un esfuerzo por parte de gobiernos e instituciones académicas para reconocer que la conducta suicida es un desafío y que hay que poner herramientas y medios en la cuestión. La Rioja en este sentido es pionera porque tiene uno de los pocos programas para prevención de conductas suicidas en centros educativos. Al final se trata de poner encima de la mesa un problema que es prevenible y empezar a destinar recursos.
– ¿Y qué está fallando con los jóvenes?
– Hay un conjunto de factores. No se puede reducir algo tan complejo como el comportamiento humano a una única variable. Hay tantas razones para el sufrimiento como personas hay en el mundo. Personas con nombres y apellidos. Está visión ayuda a responder a esos retos. Para eso es esencial la formación, la información, la sensibilización y la concienciación. A los jóvenes les dotamos de herramientas, sobre todo de competencias socioemocionales: cómo pedir ayuda y ser asertivos, cómo regular las emociones, cómo resolver los conflictos... Eso les permite tener más recursos para afrontar los avatares de la vida. Es muy importante que los jóvenes perciban vidas que merezcan la pena ser vividas.
– ¿Es injusta la etiqueta de la 'generación de cristal'?
–Es incorrecta. Son jóvenes con una gran capacidad creativa, pensamiento crítico, resiliencia. Es bueno mandar un mensaje de esperanza y de optimismo realista. No hay mejor inversión que invertir en los jóvenes.
– ¿Hasta qué punto podemos culpabilizar a las redes sociales?
– Las redes sociales influyen, pero 'per se' no son ni buenas ni malas; lo importante es el uso que se haga de ellas. No hay que demonizar a las tecnologías de la información. Es muy importante dotar a los jóvenes –y no solo a los jóvenes– de herramientas para que hagan un buen uso de ellas. Podrían incluso ser un factor protector; hay gente que las usa para mejorar sus relaciones sociales, para estar cerca de sus seres queridos...
– Hablando de conductas suicidas, ¿es real el llamado 'efecto Werther' (contagio) o mata más el silencio?
– El efecto contagio está demostrado científicamente. Existe. ¿Qué hacemos entonces para que no se dé? Hablar de la conducta suicida previene, pero hay que saber qué decir y cómo decirlo. Por ejemplo: es negativo publicar fotos del lugar o asociar la conducta suicida a algo heroico o morboso. Eso sí puede provocar el efecto contagio en grupos vulnerables, como los adolescentes. La gente habla del 'efecto Werther', pero a mí me gusta más poner el acento en el 'efecto Papageno': cuando vemos a alguien ayudar con calidez a otra persona que lo necesita, eso hace que nosotros estemos más dispuestos a ayudar a otros en futuras ocasiones. Es como un contagio positivo. El mejor medicamento es una palabra de aliento en el momento oportuno.
Hay ahora una cosmética de la felicidad, pero debemos rescatar la idea de que el sufrimiento forma parte de la vida»
Cambios de conducta
– Un adolescente, casi por definición, a veces está triste, a veces furioso... ¿Cuándo deben los padres alarmarse?
– En la mayoría de los casos, la ciencia psicológica indica que estos problemas pasan en el tiempo; muy pocos suceden de manera abrupta. Eso abre la puerta a la prevención y a la identificación temprana. Los padres y los profesores son claves para la detección precoz. Hay indicadores: un cambio sustancial en el comportamiento de los jóvenes, en su estado anímico, problemas de sueño o de irritabilidad, acusado impacto en el rendimiento académico..., esas son pistas que pueden ponernos sobre aviso de que algo está ocurriendo. Hay que estar atentos, aunque sabiendo que la adolescencia es una etapa de cambios. Pero conviene alejarse de una visión negativa de la adolescencia; es una etapa más. La sociedad debería esforzarse por transmitir una idea positiva de los jóvenes.
– Y si un padre o una madre se topa con estos cambios, ¿qué debe hacer? ¿Hablarlo directamente, acudir a un profesional...?
– Lo primero es normalizarlo. Para un padre es muy importante estar cerca y mostrar empatía y escucha activa con sus hijos. Eso implica dejarles espacio y brindarles un apoyo incondicional, sin juzgar. Y luego la validación emocional: reconocer que el sufrimiento, el malestar que te refiere tu hijo o tu hija, es importante. Hay que entenderlo y no juzgarlo. A veces ni siquiera hay que hablar; basta con estar. Y si hace falta, dependiendo de lo que refieran, se puede consultar, por ejemplo, con el psicólogo del centro educativo. No pasa nada por pedir ayuda, al contrario. Hay que romper el estigma.
– Los profesores de Secundaria, especialistas de su asignatura, ¿están equipados para detectar estas conductas y afrontarlas?
– El Máster de Profesorado tiene una asignatura en la que se les ofrece herramientas para identificar esos problemas y para una adecuada gestión del aula. Ellos no tienen por qué ser expertos en psicología, pero sí son un factor importante a la hora de identificar y derivar.
– Se dice que muchos jóvenes sienten escasa tolerancia a la frustración. ¿Hay algo de verdad en eso? ¿Cómo se corrige?
– Hay que dotar a los jóvenes de herramientas para el camino de la vida. Que sepan que el sufrimiento y la tristeza son consustanciales a la vida. En la medida en la que yo no le permito a mi hijo o hija tener esas experiencias, les estoy reduciendo posibilidades de desarrollo. Hay ahora una cosmética de la felicidad, pero debemos rescatar la idea de que el sufrimiento y el dolor forman parte de la vida. Y eso se educa desde pequeños. Los jóvenes tienen que aprender a caer y a levantarse.
– ¿Es una cuestión más de recursos económicos o de cambio de mentalidad?
– En primer lugar, cualquier programa que se implante debe estar basado en la ciencia. La esperanza está en el saber. Los recursos son necesarios, pero es muy importante no duplicarlos y usarlos bien, de manera eficiente. Y para eso es importante evaluar el impacto de las políticas públicas. Invertir en salud es una apuesta ganadora.
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