«Mi padre siempre miró hacia el futuro con esperanza»
Memoria riojana del terrorismo ·
Guillén Sarabia recuerda la historia de su padre, Miguel, un logroñés que sufrió los atentados de Atocha de 1977El 24 de enero de 1977 la Transición española estuvo a punto de descarrilar. Aquella jornada fue terrible y trepidante: por la mañana, el Grapo – ... que mantenía secuestrado desde hacía más de cuarenta días a Antonio Maria Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado–, había raptado al presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, el general Emilio Villaescusa. La situación era insostenible. Las calles de Madrid estaban incendiadas por manifestaciones y protestas como consecuencia del asesinato el día anterior del joven Arturo Ruiz (un estudiante de BUP granadino de 19 años que se manifestaba por la amnistía de los presos políticos) a manos de varios pistoleros fascistas (que nunca rindieron cuenta ante la justicia). En el transcurso de aquellas manifestaciones, la joven Mari Luz Nájera cayó fulminada tras recibir el fatal impacto de un bote de humo lanzado por la policía. Se masticaba el peligro de involución y el cambio político en el que estaba inmersa España desde la muerte de Franco parecía pender de un hilo. «En aquellos días podía pasar cualquier cosa», recordaba Santiago Carrillo, secretario general del PCE, aún en la clandestinidad pero líder del partido a través del que se articuló la oposición mayoritaria y más organizada al franquismo. ETA había asesinado a 16 personas el año anterior, el país debatía su futuro tras la aprobación de la Ley de Reforma Política pero todavía no había Constitución (las primeras elecciones se celebraron en junio), los partidos políticos no estaban legalizados, tampoco los sindicatos, y la justicia era exactamente la misma que la de la época franquista. Pues bien, aquella noche todo iba a empeorar hasta extremos inimaginables.
Especial: Memoria Riojana del Terrorismo
A las 22.30 horas un comando de extrema derecha compuesto por tres pistoleros se presentó en un despacho de unos abogados laboralistas situado en la calle de Atocha 55, donde creían que se encontraba Joaquín Navarro (secretario de transportes de CCOO de Madrid) que era su primer objetivo. «¡Todos juntitos y con las manitas arriba!», repetía uno de los terroristas una y otra vez antes de asesinar a quemarropa a cinco personas (los letrados Enrique Valdelvira, Luis Javier Benavides y Francisco Javier Sauquillo; el estudiante de Derecho Serafín Holgado y el administrativo Ángel Rodríguez) y herir de suma gravedad a Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, Luis Ramos, Lola González (casada con Sauquillo) y al logroñés Miguel Sarabia Gil, abogado, profesor, miembro del PCE y un apasionado de la enseñanza, que se salvó de milagro y que falleció en el 2007, cuatro días antes de conmemorarse el 30 aniversario del atentado.
Nacido en Barriocepo
Miguel Sarabia Gil (Logroño, 1926) había nacido en la calle Barriocepo en el seno de una familia de pequeños labradores y la prematura muerte de su padre hizo que se quedara a cargo de sus tíos con apenas un año de edad. Tras completar sus estudios primarios, se trasladó a Madrid donde se licenció en Derecho, Magisterio e hizo varios cursos de Filosofía y Letras. «Su pasión era el arte y la enseñanza», recuerda con nitidez su hijo Guillén: «Por eso fundó un colegio en Usera en 1956, uno de los barrios más deprimidos de Madrid». El colegio se llamaba 'Centro de Enseñanza Luján', se ofrecían enseñanzas primarias y medias y Miguel Sarabia introdujo métodos educativos y pedagógicos absolutamente diferentes a los que se impartían de forma oficial en el resto de centros de una capital de España con muchos núcleos marginales y empobrecidos y en el que chabolismo era el único recurso que encontraron para dotarse de un techo más de 30.000 familias. En varios textos escritos por el propio Miguel Sarabia explicaba que «tenía rudimentos de pedagogía gracias a mis lecturas de John Dewit y el 'Poema Pedagógico' de Antón Makárenko».
«Una de sus obsesiones era que las personas tuviesen criterio, que pensaran por sí mismos, por eso fundó un colegio. Una de las frases que me recuerda mi hijo que constantemente decía Miguel es que los demás siempre podrán decir lo que piensan, pero nadie podrá decirte lo que tú tienes que pensar», subraya Guillén Sarabia, que sostiene: «Mi padre era un hombre profundamente bueno que nunca manifestó odio a los terroristas que intentaron asesinarlo y que mataron a varios de sus compañeros. Jamás. El atentado fue muy grave, le dejó secuelas de por vida pero siempre miró hacia el futuro con esperanza».
El perdón
Miguel Sarabia recordaba que la periodista Julia Otero, con ocasión del XX aniversario del atentado, llamó al despacho del abogado logroñés para cruzarle en antena con uno de los pistoleros, Carlos García Juliá. Este individuo fue condenado a 193 años de prisión en 1980, pero sólo cumplió 14 años. En 1991 consiguió la condicional y, años después, un permiso para viajar a Latinoamérica por una oferta de trabajo. El permiso fue revocado posteriormente pero no regresó a España hasta hace unas semanas, que fue extraditado desde Brasil hasta la cárcel de Soto del Real, donde se encuentra en la actualidad.
Por lo visto, el terrorista tenía intención de pedir perdón a Miguel Sarabia: «Aquello me causó una extrañeza insoportable y le dije a la periodista que yo no estaba facultado para conceder el perdón. Sinceramente, si quería obtener el perdón no hace falta que se lo concediera nadie, sino que él mismo, cambiando su vida, debería obtenerlo», le dijo a Alberto Gil en una entrevista publicada en la revista 'El Péndulo'. Sarabia también le contó las vicisitudes del juicio: «Pasaron tres años hasta que se celebró la vista. El juez que instruyó el caso era del Tribunal de Orden Público (TOP) y muy proclive a los asesinos, hasta el punto de que Lerdo de Tejada –otro de los asesinos– escapó intencionadamente por un permiso concedido por el propio juez. Pese a las dificultades se consiguió que la extrema derecha se sentara en el banquillo de los acusados».
«Me sentí muy herido»
En un programa de televisión con ocasión del XX aniversario del atentado, Miguel Sarabia relató con extraordinaria entereza cómo vivió los terribles acontecimientos del 24 de enero de 1977: «Tras entrar en el despacho, los desconocidos impusieron silencio y comenzaron a dar órdenes. Nos agruparon a todos. Recuerdo el caso de Valdevira, que estaba fumando y preguntó a los pistoleros si podía apagar su cigarrillo. Estábamos sorprendidos y temerosos pero en ningún caso pensé que se iba a descerrajar una situación tan dramática y terrible cómo tuvo lugar después. Hasta el momento en el que se iniciaron los disparos habíamos mantenido una presencia de ánimo contestando distendidamente algunas de las preguntas que nos hacía el pistolero que nos amenazaba con el arma. Cuando empezó a disparar, instintivamente giré sobre mí tratando de ganar una puerta que estaba a mi espalda. Fui alcanzado por Carlos García Juliá. Me sentí mortalmente herido pero llegué al pasillo inmediato al salón en el que estábamos reunidos y me refugié en un rincón esperando dramáticamente a que viniesen a rematarme».
«Me sentí mortalmente herido y me refugié en un rincón esperando dramáticamente a que viniesen a rematarme»
Aquel colegio
«Era pequeño y singular: ni se cantaban allí los himnos fascistas que eran preceptivos ni se pegaba ni humillaba a nadie», así glosó el escritor Rafael Torres el talante del colegio fundado por Miguel Sarabia. «Una de las alumnas era mi madre, María Cruz Pascual», recuerda Guillén, que también llegó a estudiar en el centro fundado por su padre.
«El colegio estaba en un piso. En gimnasia no había ni plintos ni paralelas; un pupitre con una manta hacía de potro y la clase de párvulos estaba a cargo de Angelines Marbán; atlética más que delgada, vitalista y risueña, pero un hada madrina para los niños», tal y como la glosó el abogado logroñés en uno de sus escritos.
El talante de Miguel lo refleja con claridad Encarnación Prieto, una de sus alumnas: «Supo despertar en nosotros el gusto por aprender. Con su tolerancia aprendimos a tolerar; nunca de sus labios salió una palabra dura, aunque atravesara momentos personales difíciles».
Dos años de cárcel
Y los hubo, como le sucedió en 1962, cuando participó en la huelga general organizada por el PCE contra la dictadura: «La noche de la víspera decidimos salir y pegar sobre escaparates y fachadas unas cuartillas que nosotros habíamos hecho rudimentariamente. El riesgo era máximo y nuestra temeridad también. Comenzamos a pegar los carteles en la parte alta del Paseo de Delicias...».
Y al instante llegó la Policía: «Fuimos conducidos a la comisaría y nos dijeron que habláramos para librarnos de la Brigada Político Social. En cuanto llegaron, sin mediar palabra, uno de ellos descargó un porrazo sobre mi cara derribándome en el suelo. Con ahínco continuaron con una paliza entre dos o tres. Esa misma noche nos trasladaron a la Dirección General de Seguridad, donde los interrogatorios volvían en tres o cuatro sesiones cada día. Varios de aquellos animales hacían una rueda donde iba de uno a otro hasta caer derribado. Intervenía, entonces, uno que se hacía el marica, o lo era, tocándome el sexo. Al cruzar el pasillo, sentados en sillas, ponían el pie en la otra pared obligándome a intentar saltar, momento en que con la otra pierna me pateaba por debajo. Para estas sesiones un policía armada me conducía de la celda al piso superior y cuando terminaban las sesiones, al contrario. Uno de ellos intentó darme ánimos diciendo que aguantara, que pronto cesaría ese trato. Mi madre obtuvo un pase y no me reconoció. Escribí un poema de Machado en la pared de la celda: 'Saber esperar, aguarda a que la marea fluya / así en la costa un barco, sin que el partir te inquiete / Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya / porque la vida es larga y el arte es un juguete'. De la DGS me trasladaron a la cárcel de Carabanchel, en el módulo de presos políticos. Al cabo de cinco meses fui juzgado y condenado por un tribunal militar por el delito de rebelión, sentencia que cumplí en el penal de Cáceres. Al final el colegio se vendió y me matriculé como abogado».
Miguel Sarabia, como remarca su hijo, se sobrepuso con mucha entereza a las secuelas del atentado: «Prosiguió su trabajo con la misma entrega. Siempre recordaré su darse por entero a los demás y su bondad. El atentado nunca le borró la esperanza, nunca».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión