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La portada de 'El mar', de John Banville. L.R.

«Yo era un gran virtuoso de la culpa»

Gacetilla de un tipo confinado (XLV) ·

Me asomo al cielo con esperanza y me enternecen los niños en el parque con su semilibertad de los paseos tasados

Jueves, 30 de abril 2020, 08:14

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La primavera continúa enroscada en sí misma como si no quisiera desperezarse de la colección de días grises y monótonos en los que el sol parece secuestrado por un arsenal de nubes que succionan la luz y nos envuelven en viento. Desde mi ventana me asomo al cielo con esperanza y me enternecen los niños en el parque en su semilibertad de los paseos tasados. «Yo era un gran virtuoso de la culpa», escribe John Banville en 'El mar', una novela hermosa y descarnada que especula, entre otras muchas cosas, sobre cómo se contempla la vida desde la atalaya de la esperanza y del remordimiento. Y también desde el regreso.

El autor plantea una pregunta sin respuesta mediado el relato: ¿Mirar con lujuria, envidia u odio es lujuriar, envidiar, odiar; el deseo no satisfecho por el acto deja la misma mancha sobre el alma? A veces una mirada es capaz de decirlo todo. Existen miradas inofensivas, sardónicas, furtivas, complacientes, desencantadas, ofendidas o conmovedoras; miradas extrañas y extravagantes, miradas cansinas y ansiosas, miradas desesperadas y socarronas. El de las miradas es un lenguaje en el que se recrea este autor irlandés y con el que se puede crear una nueva gramática sin palabras, sin adjetivos ni verbos. Un lenguaje que no permite rodeos.

Cuando me pongo la mascarilla me veo en el espejo con asombro, un asombro «tardo y sin emoción». Entonces me busco en mi propia mirada y aparece una figura espectral que sólo cerrando los ojos y observando los recuerdos acumulados en el depósito de la memoria aparece algo que tiene que ver conmigo. «El pasado supone para mí un refugio», escribe Max Morden, la voz que ha inventado Banville para un texto escrito en primera persona y que es una metáfora sobre una vida convertida en un continuo flujo y reflujo sobre el mar del tiempo.

Me pongo la mascarilla y entonces me busco en mi propia mirada en el espejo y aparece una figura espectral

Como le sucede a Morden, a veces no puedo recordar el nombre de alguien que he querido pero tengo impreso el regusto de su mirada, aunque brotara de dos «ojos protuberantes como dos huevos duros». Hay que saber mirar para que te miren. Hay que saber ser visto para que te recuerden. Los nombres pueden esfumarse en los recuerdos, pero la mirada permanece más allá de la niebla del olvido, del efímero alivio del olvido...

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