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Cartel de la película 'Fiesta', de Ernest Hemingay. L.R.

Este año no se elevará el sol

Gacetilla de un tipo confinado (XXXVII) ·

Ayer se oficializó otra derrota: nos hemos quedado –también– sin San Fermín, esa semana a la que Hemingway convirtió en universal

Miércoles, 22 de abril 2020, 08:12

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Uno de mis maestros de mi época de prebecario del periodismo en Pamplona, José Antonio Iturri, escribió que San Fermín era mejor que el sexo. Ayer se oficializó otra derrota: nos hemos quedado –también– sin San Fermín, esa semana a la que Ernest Hemingway convirtió en universal antes de la globalización con una novela 'The sun also rises' (Fiesta). La relación de Hemingway con España empezó en el verano de 1923, cuando viajó desde París y descubrió su pasión por la fiesta taurina en su primera visita a Pamplona. Indagaba en diferentes cuestiones para finalizar una serie de doce reportajes para 'The Toronto Star Weekly' y escribió cosas delirantes: «Tienen seis días de toros cada año, desde el año 1126 de la era cristiana, y donde los toros corren por las calles de la ciudad a las seis de la mañana con la mitad de la población delante de ellos».

Hemingway vivía en París y compartía existencia y agonías con otros escritores como John Dos Passos, Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, James Joyce o Ezra Pound, algunos de ellos miembros de lo que se llamaría después la generación perdida. José Luis Castillo-Puche, en una biografía sobre el escritor, ofrece algunas claves: «Ernesto le decía: será muy bueno para nuestro niño. Los toros tienen una influencia vigorizante sobre los niños no nacidos todavía. El torero entonces de moda era Nicanor Villalta, y fue tal el entusiasmo de Ernesto y su esposa que decidieron que su hijo se llamaría igual que el torero. Efectivamente, cuando 'Bumby' nació le impusieron los nombres de John Nicanor».

Se enamoró de Cayetano Ordóñez hasta que decidió aniquilarlo: «Si vais a ver al 'Niño de la Palma' es posible que veáis la cobardía en su forma menos atractiva: un trasero gordo, un cráneo calvo por el empleo de cosméticos y un aspecto de precoz senilidad». Después se encaprichó de su hijo, Antonio Ordóñez. –Dígame, ¿soy tan bueno como mi padre? –Eres mejor que tu padre –le contestó Hemingway– y sabes lo bueno que él era... 1959 fue el último año de Hemingway en San Fermín; dicen que 'Life' le pagaba un dólar por cada palabra que escribía y aquel relato se publicó con el título de 'Un verano sangriento', un nombre demasiado comercial para ser verdad. Yo me quedo con 'La capital del mundo', un cuento en el que hablaba de Madrid y de toros: «En Madrid es donde uno aprende a comprender las cosas. Madrid mata a España».

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