Las calles sin personas son una estafa
Gacetilla de un tipo confinado (LXVIII) ·
Sentí el paseo como ejercicio frenético de una libertad recuperada a plazos y anhelada en su plenitud aún lejana, pero me devolvió la vidaAyer olía a primavera. Quizás por eso me sucedió exactamente lo que relata Yukio Mishima en 'Confesiones de una máscara': «Un frenético nerviosismo se acumuló tras mi fachada de tranquilidad. Parecía que incluso esa estación me odiara y que expresara su hostilidad mediante vientos cargados de polvo». Sentí el paseo como ejercicio frenético de una libertad recuperada a plazos y anhelada en su plenitud aún lejana. Un paseo en un radio de acción minúsculo, atrapado en una red concreta de caminantes y ciclistas, pero un paseo, al fin y al cabo, que me devolvió a la vida y a la ciudad con calles que se quitaron la losa del vacío que tanto me ha atormentado desde que comenzó el estado de confinamiento. Las calles sin personas son una estafa; las calles vacías son la derrota de la civilización. Sin bares, sin tiendas, sin gente..., las calles no tienen sentido ni alma.
Y es curioso, buscando un libro de poemas que no sé dónde he metido, me topé con este de Mishima. Un escritor ingrávido que nunca habla por hablar. «Cuando escribió 'La ética del samurái en el Japón moderno' ya había tomado la decisión de morir», tal y cómo recuerda Rafael Narbona en un artículo que escribió sobre este novelista japonés: «El totalitarismo a veces se disfraza de poesía para seducirnos con su exaltación de la muerte».
Mishima se confunde con su obra como pocas veces ha sucedido en la historia de la literatura. Se zambulle en la pura ficción y alumbra su biografía, su vida como una impostura: «En esta casa se me exigía comportarme como un chico. Así fue como, contra mi voluntad, empecé a hacer teatro. Fue a partir de entonces cuando empecé a comprender vagamente el mecanismo: lo que la gente consideraba mi naturaleza era una actuación por mi parte».
«Me enamoraba de todo joven que muriera a mano airada. Para mí el amor sólo era un diálogo de acertijos sin solución»
Mishima expresa su sexualidad sin tapujos: «Me enamoraba de todo joven que muriera a mano airada. Para mí el amor sólo era un diálogo de acertijos sin solución». El enigma de Mishima es el de alguien que era pero no podía ser, de alguien que debía defenderse siempre de una realidad que lo axfisiaba pero en la que estaba condenado a morir: «Todos dicen que la vida es un escenario; la vida me sirvió un banquete completo de sinsabores, cuando yo era demasiado joven para leer el menú». Quizás no lo comparta, pero siempre me sobrecoge.