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El libro 'Lunario de Greguerías'. L.R.

El buen escritor no sabe si sabe escribir

Gacetilla de un tipo confinado (XXXVI) ·

La luna logroñesa es invisible con tantos cielos encapotados de metafísica. «El poeta miró tanto al cielo que le salió una nube en un ojo»

Martes, 21 de abril 2020, 08:10

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Dos de los lugares más catastróficos que conocía antes de esta peste contemporánea eran el estudio de Francis Bacon y el despacho de Ramón Gómez de la Serna. Dos caos inorgánicos y en apariencia incomprensibles y anárquicos. El del pintor dublinés, una absoluta turbamulta de pinceles, bastidores, cuartillas y objetos indeterminados, inútiles y cochambrosos; el de Ramón, un abigarrado retablo de enciclopedias, vírgenes, micrófonos, relojes, cuadernos, teléfonos de baquelita y calendarios que trepaban por las paredes desde el rodapié hasta el techo.

Se mastica un aire sombrío en ambos, quizás la misma atmósfera que respiré ayer por la mañana durante la cola que hice a las puertas de un banco en El Espolón. Nunca me había sentido tan extraño en un lugar más aferrado a mi vida: «El agua no tiene memoria: por eso es tan limpia».

Bacon pintaba con las entrañas y Ramón inventó las greguerías, a las que el inolvidable crítico Rafael Conte definió como «tropo y pensamiento, humor —y también tragedia a veces— y poesía, y sobre todo verbo tan inesperado como las relaciones que entabla. Hasta hay greguerías que parecen cuentos comprimidos».

«Las nubes de la tarde acuden al ocaso para empapar su sangre y caer como algodones usados en el cubo del otro hemisferio»

Ramón Gómez de la Serna siempre se mantuvo al margen. Recuerda Conte que Trapiello dijo de él que era un lujo, dando a entender que era tan maravilloso como innecesario: como la literatura misma. Otra greguería: «El buen escritor no sabe nunca si sabe escribir». Bacon estaba obsesionado con la pintura de Velázquez, especialmente con el inquietante retrato del Papa Inocencio X. Nunca se atrevió a ver cara a cara la obra pero hizo más de cuarenta versiones a través de reproducciones del original. «El poeta se alimenta con galletas de luna», que escribió Ramón, porque «la luna de los rascacielos no es la misma luna de los horizontes».

La luna de Logroño es invisible con estos cielos encapotados de nubes de metafísica. Ya lo adivinó Gómez de la Serna: «Las nubes de la tarde acuden al ocaso para empapar su sangre y caer como algodones usados en el cubo del otro hemisferio».

Ramón me asombra y me subyuga: «En los pianos de cola es donde duerme acostada el arpa». Genial pintor de sueños estremecidos por un poeta que «miraba tanto al cielo que le salió una nube en un ojo».

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