Paula Gil Ocón | Antropóloga
«A los 23 años tomé la decisión que cambió mi vida, dejé todo y me marché a México»Una investigadora riojana realiza su tesis en una comunidad zapoteca de Oaxaca para analizar su identidad cultural a través de los textiles
Lucía García-Blanco
Sábado, 23 de agosto 2025, 08:29
Paula Gil Ocón, antropóloga y periodista riojana, explora en su tesis cómo el tejido refleja identidad, tradición e innovación fruto de una experiencia directa conviviendo ... con la comunidad zapoteca de México.
– ¿De qué trata su tesis?
– Mi investigación analiza la vida de una comunidad zapoteca de Oaxaca a través del textil por el que es reconocida internacionalmente. En Teotitlán del Valle el telar está en las casas, acompaña la rutina diaria y sostiene la economía familiar. No son solo tapetes, son también historias que pasan de abuelos a nietos, discusiones sobre qué es tradición y qué es innovación, y maneras de mostrarse al mundo. Un mismo tapete puede estar en una sala como alfombra, venderse como recuerdo turístico, exponerse en una galería o circular como imagen en redes sociales. Cada espacio le da un valor distinto y ahí se juegan cuestiones de poder y visibilidad: quién recibe reconocimiento y quién queda fuera. En la comunidad conviven generaciones y voces diversas, desde mujeres que levantaron cooperativas hasta jóvenes que incorporan nuevos símbolos o maestros que defienden su forma de tejer. Me interesa mostrar cómo, a través de los textiles, la comunidad se narra, se reinventa y se posiciona, lejos de la idea de lo indígena como algo congelado en el tiempo.
«Convivir en una comunidad indígena en México rompió los estereotipos que tenía y me fascinó»
– ¿Cómo surgió la idea de realizar su trabajo de campo en Teotitlán del Valle?
– Conocí Teotitlán del Valle hace seis años, en un viaje en el que me impresionó la presencia del tejido en la vida del pueblo. Es una comunidad muy reconocida internacionalmente por la producción de tapetes y otras piezas textiles, y con el tiempo empecé a fijarme en cómo ese reconocimiento se había transformado en políticas turísticas que presentaban lo artesanal como si fuera algo indígena inmutable. Quería mirar más allá de esa imagen: entender cómo se organiza la producción, cómo se negocia con el turismo, cómo circula el dinero, qué papel tienen las políticas patrimoniales y qué tensiones se generan dentro de la propia comunidad. Durante más de un año investigué desde España: leí a otros antropólogos, revisé documentos y realicé entrevistas virtuales con tejedoras y tejedores. Esa preparación fue importante, pero también insuficiente: por mucho que leas o preguntes a distancia, nada se parece a vivir allí. Finalmente tuve la suerte de instalarme en el pueblo y compartir la vida en un taller familiar.
– ¿Qué fue lo que más le sorprendió al convivir con la comunidad indígena?
– Me sorprendió la manera en que la comunidad me integró en su vida cotidiana. Lo que comenzó como entrevistas se transformó en vínculos muy cercanos: me ofrecieron su casa, me invitaron a fiestas familiares y me hicieron sentir parte de la familia. También me impresionó la relevancia de las celebraciones, que pueden ser bautizos, bodas o incluso entierros, y que implican semanas de preparativos y la participación de casi todo el pueblo en comités y responsabilidades festivas. Otro aspecto fue la fuerza de la lengua zapoteca, viva en la calle, el mercado y las asambleas, y cómo la vida cotidiana combina tradiciones arraigadas con dinámicas similares a las de cualquier pueblo: bromas, comidas y preocupaciones compartidas. Más allá de los estereotipos, descubrí una comunidad profundamente conectada con sus costumbres y, al mismo tiempo, con la vida actual.
«Ójala se enseñara antropología en los colegios para aprender a mirar el mundo desde la perspectiva de otros»
– ¿Qué momento de su experiencia nunca olvidará?
– Es difícil elegir porque tengo una anécdota para casi cada día. Lo más inolvidable fue la forma en que me integraron en su vida diaria. Dormía sobre tapetes, me despertaba con el sonido del telar y viví de cerca lo que significa habitar en una casa zapoteca. Pasé por experiencias intensas, como tormentas tropicales que inundaron la vivienda o un accidente con un horno de gas que me quemó la mano, y también descubrí remedios tradicionales, como baños de plantas medicinales cuando enfermé de un oído. También hubo momentos divertidos. Les llamaba la atención que, con 33 años, estuviera soltera y sin hijos, y en cada comida improvisaban listas de candidatos. En un contexto donde lo habitual es casarse sobre los 20, yo resultaba «un caso raro». Esas bromas y el cariño con que lo hacían me hicieron sentir más integrada y me mostraron otra forma de entender la vida en comunidad. El trabajo de campo fue una inmersión total: no me limité a observar, sino que participé en todas las actividades, desde ir al mercado hasta cocinar para ellos. Incluso el Día de La Rioja preparé unas patatas a la riojana que compartimos todos, creando un puente entre culturas. Esa convivencia me permitió comprender la vida y el tejido desde dentro, no como una investigadora externa, sino como alguien que forma parte de esa historia colectiva.
– ¿Tiene pensado volver a México o a otra comunidad para seguir investigando?
– Sí. Volver no es solo un deseo, también es un compromiso. En el trabajo de campo se crean lazos que te acompañan siempre. Quiero regresar a Teotitlán del Valle para compartir lo que escribo y para seguir aprendiendo de la gente que me acogió. También me gustaría explorar otras comunidades en México dentro del doctorado. Está claro que tengo un vínculo muy fuerte con Oaxaca y con México en general: la diversidad cultural es inmensa, las formas de vida son muy ricas y las personas son profundamente generosas. A veces, cuando me preguntan de dónde soy, recuerdo una frase de Chavela Vargas: «Los mexicanos nacemos donde nos da la gana». Y creo que refleja bien lo que siento: una parte de mí siempre se va a quedar allí.
– Estudió periodismo, ¿cómo llegó a la Antropología?
– Siempre me gustó la escritura y la cultura, por eso estudié Periodismo y trabajé en la sección de Cultura en este periódico durante varios veranos. Luego cursé un máster en Periodismo Cultural, pero aún sentía que no había encontrado mi lugar. A los 23 años tomé una decisión que cambió mi vida: dejar todo y marcharme a México, donde allí conocí al que ahora es mi tutor de tesis. Convivir en una comunidad indígena rompió mis estereotipos y me fascinó. Después de volver a España y trabajar en el ámbito creativo, regresé a México para otro trabajo de campo, lo que reafirmó mi interés. Finalmente, hace unos años decidí estudiar Antropología en la UNED para compaginarlo con mi empleo. Estudiar Antropología, a mis 33 años, ha sido la mejor decisión que he tomado. Me enseñó a cuestionar estereotipos y a escuchar otras voces. Aunque en España se conoce poco, la antropología estudia la cultura y la sociedad en todas sus formas, desde la alimentación hasta lo digital. Hoy aplico esa mirada tanto en comunidades indígenas como investigaciones sobre tradiciones en La Rioja. Creo que esta disciplina no solo me dio una vocación, sino que también puede aportar mucho a la sociedad: nos ayuda a ser más abiertos y respetuosos. Ojalá se enseñara en los colegios para aprender a ver el mundo desde la mirada de otro.
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