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La era está pariendo un dictador

El domingo llegó el fin definitivo del chavismo para pasar al 'neoautoritarismo' de Maduro, que quiere gobernar de forma totalitaria, abandonando sin pudor el maquillaje democrático

Tulio Hernández

Miércoles, 2 de agosto 2017, 08:23

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Como era de esperarse, desde el domingo 30 cuando se ejecutó del más grande fraude electoral que se conozca en la historia de Venezuela, llueven torrencialmente las interpretaciones del hecho desde el lado opositor. Para algunos, como el rector de la Universidad Católica Andrés Bello, el politólogo y sacerdote jesuita José Virtuoso, se trata del «día más triste en la historia política del país». Otros, como Elías Pino Iturrieta, individuo de número de la Academia de la Historia, sostienen que ahora Nicolás Maduro la tiene peor y ha quedado convertido en un «monarca sin trono, sin dinero y sin apoyo». Y hay quienes, en las redes sociales, afirman que no ha ocurrido nada nuevo, que lo del domingo es sólo un paso más en el perverso guión que los herederos de Hugo Chávez y Fidel Castro se han trazado, y van ejecutando con soltura, en la meta de construir un gobierno de facto, aislado de la comunidad internacional, para hacer y deshacer a sus anchas.

El autor de estas líneas se afilia a la última postura. El chavismo, devenido en madurismo, hace mucho rato que decidió, como lo hizo Enver Hoxha en la Albania de la segunda mitad del siglo XX, abandonar las reglas de juego de la comunidad internacional de países. Hoxha rompió primero con los capitalistas. Luego con la URSS y China. Hasta quedarse absolutamente solo. Algo análogo viene haciendo la cúpula cívico-militar que malgobierna a Venezuela.

Primero se separó de la Corte Interamericana de Derechos Humanos por considerar que interfería en los asuntos internos de país. Luego se resignó a ser expulsada del Mercosur. Más tarde renunció a la OEA. Y ya ha comenzado a tener conflictos, por ahora de pagos, con la Organización de las Naciones Unidas.

Es lo que se puede inferir luego de que el gobierno rojo ha hecho caso omiso a las solicitudes que un número importante de países le hicieran pidiéndole que suspendiera la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente a todas luces inconstitucional y destructora de lo poco que aún queda de democracia. No sirvieron de nada los intentos de mediación que una parte importante de países miembros de la Unión Europea realizara a través de la figura del expresidente español José Luis Zapatero. Tampoco las amenazas de sanciones económicas formuladas por el histrión Donald Trump. Mucho menos las protestas explícitas de un vecino fundamental, el presidente Santos de Colombia.

Como un atleta intoxicado de anfetaminas, que avanza sin frenos, estaciones ni andenes a un destino incierto, la cúpula política en donde conviven militares narcotraficantes de ultraderecha con exmilitantes guerrilleros de la ultraizquierda local, se las arregló para hacer una huida hacia adelante y participar en las elecciones que la Constitución vigente establece. Porque, obviamente, lo dicen todas las encuestas, las saben de antemano perdidas.

Luego de la muerte de Chávez, la caída abrupta de los precios del petróleo -el ingreso mayor del que vive el Estado venezolano- y de los sucesivos escándalos de corrupción, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) pasó de ser la gran fuerza electoral mayoritaria a convertirse en una minoría que, en las elecciones parlamentarias del 2015, logró apenas el 32% del favor del electorado ante el 65% del frente democrático opositor.

Pero la caída había comenzado antes. En las elecciones presidenciales de 2006, Hugo Chávez le ganó al candidato opositor con un 26% de ventaja. En cambio en las del 2012, compitiendo contra Henrique Capriles, un nuevo candidato opositor, la ventaja se redujo al 10%. Después de su muerte, Maduro, el hoy Presidente, en las elecciones de 2014 se salvó por menos de un 1% de ventaja, que muchos consideran fue un resultado amañado. Y así hasta convertirse en la minoría que, según todos los estudios, hoy no llega ni al 18% de los electores.

Este domingo, el 30 de julio, arribamos el fin del modelo chavista. Lo que algunos denominamos el ‘neoautoritarismo’ o ‘el totalitarismo del siglo XXI’. Un modelo original que consiste en gobernar como si se estuviese en dictadura, logrando el control político absoluto, pero sin abandonar el maquillaje democrático. El antifaz se lo daba el apoyo popular en las numerosas consultas electorales que el líder carismático lograba ganar.

Pero se acabó. Ahora la máscara rueda por el piso. El madurismo abandona sin pudor el maquillaje democrático. El gobierno de facto ha comenzado. Leopoldo López es sacado de su casa por la policía política. Parodiando aquella pieza de la Trova cubana alguien podría cantar «La era está pariendo un dictador / no puede más se muere de dolor».

Mientras, los demócratas nos cubrimos el rostro con las manos. Como quien aguarda lo peor.

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