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César Pérez de Tudela (alpinista): «Aún quiero vivir la emoción del miedo»

César Pérez de Tudela (alpinista): «Aún quiero vivir la emoción del miedo»

El alpinista madrileño lleva mal los achaques y pudo haber muerto una docena de veces. «Y sigo vivo, así que creo en Dios»

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Domingo, 1 de marzo 2020, 01:17

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Si la fama de un personaje se mide por el número de imitaciones de que ha sido objeto por parte de los mejores humoristas del país, César Pérez de Tudela (Madrid, 1940) fue una gran celebridad. Aún hoy, próximo a cumplir 80 años y alejado ya de las grandes cumbres y de los programas más populares de la TV, sigue escribiendo libros, participando en espacios radiofónicos e impartiendo conferencias por todo el país. Allí habla de sus escaladas, de los seres queridos que vio morir en la montaña (su esposa, uno de sus mejores amigos), de las veces que él mismo estuvo a punto de perecer en un accidente o a causa de un infarto, de sus aventuras periodísticas en las guerras de Vietnam y las Malvinas, de sus crónicas de la Marcha Verde o de su efímero paso por la política, que concluyó en un gran mitin en Vista Alegre, donde acuñó una expresión que hoy podría haber sido un eslogan para el marketing político: «la cordada nacional». Ahora vive la natural pérdida de facultades con resignación unos días y otros con indignación. Pero no tira la toalla. Sentado en el sótano de su casa de Torrelodones, una estancia en la que parece imposible que entren más libros (en una de las pilas, entre sus obras de montaña, hay algunos volúmenes de Filosofía y está también 'El Príncipe' de Maquiavelo), mapas y recuerdos, hace una confesión: «Aún quiero vivir la emoción del miedo».

- Su figura está asociada a la montaña, pero de joven le gustaba mucho el dibujo. Incluso trabajó, aunque fuera muy poco, en el taller de restauración del Museo del Prado.

- Mi padre era estadístico y amaba el arte. Él quería que mis hermanos y yo pintáramos. Mi tío fue conservador del Prado y muchas tardes íbamos a verlo trabajar. Incluso participé en las restauraciones de algunas pinturas, como las escenas de caza de Pablo de Vos. Me pagaban poco, pero con eso me financiaba las excursiones a la montaña.

- Usted ya se había labrado una fama como montañero pero fue un programa de TV, 'Las diez de últimas', lo que le dio una enorme celebridad. ¿Cómo se le ocurrió presentarse?

- Me llamaron ellos y aproveché la oportunidad para contar lo que era el alpinismo. A partir de ahí, tuve una gran actividad, porque ya participaba en grupos de rescate de montaña, luego estudié Periodismo y me ofrecieron escribir en varios periódicos, hice reportajes con Félix Rodríguez de la Fuente y Miguel de la Quadra Salcedo...

- Como periodista, cambió la montaña por las guerras. ¿Por qué?

- La agencia Pyresa me propuso ir a Vietnam cuando prácticamente estaba entrando el Vietcong en la capital. Y me animé. Me pedían crónicas cortas y fotografías. Allí coincidí con gente como Manu Leguineche. Estuve dos meses, hasta que bombardearon el aeropuerto y cuatro o cinco periodistas pudimos escapar en un avión pequeñito que cogimos literalmente a la carrera.

Temor y riesgo

- ¿Sintió más miedo allí o en la montaña?

- En la guerra viví la emoción y el riesgo. Pero yo ya estaba habituado al peligro de la montaña.

- Una montaña en la que perdió a su esposa y luego a un amigo con apenas unos meses de diferencia. ¿Cómo se supera eso?

- A mí durante unos años me persiguió la desgracia. Mi mujer murió de un edema cerebral en el Himalaya. Y Fernando Martínez, en un glaciar en los Andes. Hubo otros accidentes con muertos en expediciones que yo organizaba. Como había participado en muchos grupos de rescate, incluso en accidentes aéreos, estaba preparado para proceder ante la muerte. Me tocó muchas veces rescatar a gente que ya había fallecido. Para mí aquello era un motivo de trascendencia.

- Luego hizo muchas travesías en solitario. ¿Es más difícil prepararse psicológica o físicamente para esas aventuras extremas?

- Cuando estás acompañado vas más seguro, pero las conversaciones son menos profundas. Cuando vas solo te fijas en todo y reflexionas mucho más. La época en que más expediciones, tanto de montaña como travesías, hice yo solo fue tras la muerte de mi esposa Elena.

- ¿Se piensa en la muerte? O mejor, ¿se teme a la muerte?

- La ves como algo natural. Recuerdo que de joven tuve que cuidar a mi abuelo, que era un pintor de paisajes. Yo decía entonces que no quería llegar a la ancianidad, que prefería morir en una aventura. Mucho tiempo después, en un descenso, me resbalé, perdí el conocimiento y cuando lo recobré tuve la sensación de que había visto la muerte. También estuve seis días perdido en el Aconcagua. Todos me daban ya por muerto.

- ¿Eso le hace a uno más consciente de su finitud?

- Sí. Te das cuenta de que te has salvado gracias a la fortuna. Cuando murió Fernando Martínez vi cómo las avalanchas lo alcanzaban a él y en cambio yo me libré de ellas.

- Hace un tiempo le detectaron un cáncer. ¿Es comparable el miedo ante un diagnóstico así con el que se siente en un momento de máximo peligro en la montaña?

- No tuve miedo. Es más, yo era partidario de no hacer nada y que la enfermedad siguiera su curso como fuera. Pero mi mujer insistió en el tratamiento. Mire, yo con 35 años había vivido más que la gran mayoría de la gente a los 80.

- ¿Y no quería darse la oportunidad de salir adelante para seguir haciendo cosas?

- Sí, claro. Yo quería aún hacer algo, porque vivimos para sentir, para llegar a la hondura del ser. Aún quiero vivir la emoción del miedo, la incertidumbre, la desesperación.

- ¿Cómo lleva los achaques?

- Muy mal. Yo siempre he entrenado mucho. No como los alpinistas de ahora, que son profesionales que viven de eso. Yo nunca viví de la montaña, sino de mis trabajos periodísticos, los libros, las conferencias... Pero ya no puedo entrenar como antes ni subir a las montañas a las que subí. También antes bajaba las escaleras de seis en seis...

- Acaba de hablar de otras actividades. ¿Ha disfrutado tanto con ellas como con la montaña?

- Me di cuenta de que la montaña es una filosofía de la vida y pronto empecé a leer a Nietzsche, que en 'Así habló Zaratustra' usa la figura del alpinista para hablar del idealismo. Luego seguí con Heidegger, Kant, Hegel...

- Ha escrito una treintena de libros...

- Sí, en su gran mayoría de montaña.

- Pero en su producción también hay algunos cuentos protagonizados por un personaje peculiar, el Barón de Cotopaxi, que es un título nobiliario suyo.

- Es un título sin cotización. Me lo concedieron en Londres por haber descendido por el cráter del volcán más alto. Me lo dio un aspirante a un trono europeo cuyo nombre no recuerdo.

- Le ha servido para crear un personaje que usa como álter ego.

- Sí. Él es el idealista y yo, el realista. A veces mantenemos conversaciones.

- ¿Qué le ha aportado todo eso? Porque también fue funcionario de Policía, ha trabajado en Protección Civil y en organismos de la Administración.

- Lo fundamental en mi vida es la montaña. Lo que he hecho fuera en realidad casi todo ha estado relacionado con la misma, desde otros ámbitos. Hasta mis trabajos en el periodismo se basaban en contar cómo me iba a mí en la aventura en la que estuviera entonces.

Política

- ¿Y la política? Hasta se presentó a las elecciones en 1977.

- Me llamaron de Alianza Popular porque era conocido. Además, yo había sido compañero en las clases de Derecho de Gabriel Cisneros y de Herrero de Miñón. Estábamos en la llamada 'promoción del Rey'. Pensaron que podía atraer votos. Me colocaron inicialmente en el puesto 6 o 7 en la lista de Madrid, pero luego, en la definitiva, me encontré con que estaba en el 18-20. Así que me enfadé y fui a hablar con Fraga.

- ¿Qué le dijo él?

- Me pidió que no armara un escándalo. Luego me llamó Ruiz Gallardón padre para calmarme. Solo accedí a participar en un par de mítines, uno de ellos en Las Ventas. Allí estuve con Fraga, el propio Ruiz Gallardón y Carlos Arias Navarro. Dije tres o cuatro frases, entre ellas que «debíamos formar una cordada nacional», y ya está. Enseguida me cansé de aguantar zancadillas y me alejé de un mundo en el que hay muy poca gallardía.

- En esos años era muy popular pero también tenía algunos detractores furibundos que dudaban de sus logros o que le culpaban de algunas catástrofes en la montaña.

- He tenido más admiradores que detractores. A mí me entrevistaron los periodistas más importantes y me imitaron los mejores humoristas. Pero los rencorosos, aunque sean pocos, son siempre puñeteros. Tampoco les di demasiada importancia.

- ¿Tiene algún reto importante que sabe que ya no alcanzará?

- No he subido al Everest y ya sabe que ahora hay cola para llegar. He vivido el alpinismo en estado puro. Hay retos pendientes, claro, pero en mi vida el milagro ha estado siempre muy próximo. Sigo vivo, así que creo en Dios.

- ¿Seguir vivo ya es un milagro para usted?

- Soy uno de los pesonajes a quien más cosas han ocurrido. Somos lo que nos ha pasado, y sigo vivo después de una docena de episodios en los que pude haber muerto. En parte por eso, di a la sociedad española un mensaje de fuerza y optimismo. Otros alpinistas suben muy bien, pero no han dado mensaje alguno.

- Acaba de citar el Everest y la cola que había para llegar hace unos meses. ¿El alpinismo entraña ahora menos aventura?

- Estamos engañando un poco a la gente. Ahora, cuando vas a ir al Everest pides un permiso, consigues dinero, pagas a una agencia, llegas con tiempo para aclimatarte, y mientras tanto los 'sherpas' abren camino y ponen las cuerdas. Cuando te dicen que la montaña está abierta, subes con esas cuerdas. El alpinismo ha perdido su esencia.

- Pero sigue muriendo mucha gente en la montaña.

- Y morirá cada vez más, porque es un deporte universal, que aquí tiene una gran importancia. En cualquier macizo del mundo hay escaladores españoles. Riesgo sigue habiendo, y hay un tráfico de montaña enorme, así que habrá muchos muertos. Con una circunstancia especial: que habrá más muertos en las actividades más fáciles, porque es donde va la gente que está menos preparada.

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