Lo que comen los ministros
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En 1894 un artículo de prensa sobre los gustos culinarios del Gobierno de la época ayudó a mejorar la imagen del gabinete de SagastaEsta semana descubrí un texto revelador sobre la importancia que tiene no lo que comemos, sino lo que los demás creen que nosotros comemos. En la lucha a cara de perro entre Rishi Sunak y Liz Truss, candidatos a suceder a Boris Johnson como jefes de gobierno del Reino Unido, ha asomado la variable gastronómica y lo ha hecho de una manera tan elocuente como poco desdeñable. De cara a las primarias en las que se elegirá al nuevo líder de los conservadores británicos se han hecho numerosos sondeos, pero ninguno tan sabroso como el del 'think tank' More in Common con siete votantes tories. A los participantes se les preguntó qué creían que Truss y Sunak elegirían para comer en una jornada laboral cualquiera.
Aunque entre los encuestados había simpatizantes de uno y otro candidato, sus respuestas fueron casi unánimes: a Sunak le pega comer sushi o algún otro plato moderno y sofisticado, mientras que a Truss se la imaginan optando por 'fish & chips', un sandwich u otra receta informal. Pensarán ustedes que dedicar tiempo y dinero a preguntar esto es una solemne tontería. Aunque lo que nuestros gobernantes traguen realmente sea irrelevante, no lo es la impresión subjetiva que sus gustos causan en los votantes. Pregúntenselo si no a los candidatos a la presidencia de EEUU, que pasan meses visitando los Estados del país dando mítines y comiendo hamburguesas y perritos para asegurarse de que la prensa les capte disfrutando de la dieta típicamente americana. Si el que una mujer llegue a la Casa Blanca parece difícil, que lo haga un vegetariano se antoja poco menos que imposible.
El exministro de Economía británico Rishi Sunak no solo tiene que convencer a sus votantes de que no traicionó a Boris Johnson o de que no importa que su millonaria esposa utilizara una triquiñuela fiscal para no pagar impuestos. Su equipo debería preocuparse de que sus partidarios le vean como un hombre sofisticado y amante del lujo cosmopolita, predilecciones personales que a priori no tienen nada de malo pero que despiertan pocas simpatías entre los conservadores.
El famoso aforismo «dime qué comes y te diré quién eres» que el gastrónomo Jean Anthelme Brillat-Savarin incluyó en su 'Fisiologia del gusto' (1825) ha hecho mucho daño. Asumimos que la personalidad más íntima aparece en las preferencias culinarias y, al revés, que la impresión que causan en nosotros otras personas debe tener una perfecta traducción en lo que les gusta comer.
Para combatir esa creencia se escribió en mayo de 1894 uno de los artículos más curiosos del por entonces incipiente periodismo gastronómico español: «Lo que comen los ministros». Mezcla de crónica política, costumbrismo y cotilleo, este texto firmado por el periodista gourmet Ángel Muro Goiri (1839-1897) fue publicado por el periódico 'El Nacional' y luego replicado en otros diarios como 'El Independiente', 'El Eco de Occidente', ''El Liberal' o 'El Noticiero Bilbaíno'.
Se trataba de contar lo que solían comer el presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo Sagasta, y sus colaboradores, una pieza amable sobre las costumbres íntimas de los poderosos equivalente a lo que hoy sería una entrevista con Bertín Osborne. En aquel entonces esa clase de retrato cercano y amable de un político resultó algo tremendamente novedoso, una idea tan fascinante para los lectores –la de conocer la intimidad de sus gobernantes – que fue difundida en periódicos de toda España.
El fondo no fue menos original que la forma: que Sagasta y su equipo de ministros se avinieran a hablar de algo tan terrenal como sus costumbres en la mesa demuestra la importancia que la gastronomía había adquirido en España a lo largo del siglo XIX. El gusto por la comida había pasado de ser un vicio pecaminoso a considerarse una demostración de cultura e incluso patriotismo.
Emulando a Bertín, Ángel Muro supo sacar jugo a aquellas charlas y aprovecharlas para mejorar la imagen pública de sus entrevistados. Ingeniero, periodista y antiguo trabajador de la administración pública, Muro fue un ardiente defensor del sistema de turno de partidos así que no es extraño que durante el décimo Gobierno de Sagasta quisiera dejar claro a los lectores que el presidente era «muy sobrio en el comer y en el beber» y que su plato favorito eran unas humildes lentejas con chorizo.
A Segismundo Moret, ministro de Estado –hoy Exteriores–, le retrató como el diplomático anglófilo que era, amante del roast beef, el queso Stilton y el té inglés. El titular de Marina Manuel Pasquín presumía de gaditano defendiendo su amor por el vino manzanilla, el puchero a la andaluza y el pescado frito, mientras que el ministro de la Guerra, el general malagueño José López Domínguez, era «un gourmet a carta cabal» aficionado al gazpacho y la alta cocina francesa.
Si Amós Salvador, sobrino de Sagasta y ministro de Hacienda, se declaraba adepto a las conservas y al vino de su tierra, La Rioja, el titular de la cartera de Gobernación (Interior), Alberto Aguilera, decía tomar a diario el clásico puchero, poco pan, nada de vino y varios cafés. El premio al ministro más campechano se lo llevó el matemático gallego Manuel Becerra, responsable de Ultramar y seguidor de una dieta que haría las delicias de cualquier asesor político: para desayunar chocolate a la taza, a media mañana tortilla de patatas, para comer caldo, sardinas y un poco de jerez y de cena ensalada, callos y un vasito de tinto.
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