No se vea en el título un juego de palabras con respecto al 'menos es más' de Mies van der Rohe, credo de los minimalistas. ... MAS es el nombre artístico de Carmen Ruiz, pintora riojana afincada en Madrid que siente de manera vibrante y permanente su tierra.
La sigo desde cuando presentó su exposición de acuarelas en el COGITIR, allá por el verano de 2018. Volví a contemplar su obra en Ibercaja, la Navidad de 2020. Y ahora he podido hacerlo en el Ateneo Riojano, adonde, hasta el día 29 de abril, cuelga 'De la naturaleza al retrato'.
Desde la primera exposición era patente que MAS estaba en pos de la transparencia, la luminosidad, la claridad de los colores, la espontaneidad y de que el blanco del papel quedara a la vista bajo la pintura. Lo propio de las buenas acuarelas.
Por su apasionamiento por los jardines y el campo siempre ha sido paisajista. Su pintura certifica los versos de Walt Whitman: «Yo creo que una hoja de hierba no es menos que el trabajo realizado por las estrellas (...) Y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo». Y hasta supongo que prefiere contemplar el nacimiento de una bellota en Moncalvillo que mirar la bola dorada de la cúpula del Banco de España.
¿Por qué se ha pasado al retrato? Por el confinamiento de la pandemia, y quizá porque ha querido probarse abordando lo que muchos artistas consideran lo más difícil de pintar. Con el retrato anda en pos de lograr lo que ya consiguió con los paisajes de sus otras muestras, de los que en la actual hay alguna reminiscencia.
El grado de soltura que alcanzó con la obra paisajística, que comenté en estas páginas bajo el epígrafe 'Beatus Ille', no es el mismo que ha logrado con los retratos, aunque la mejora en su quehacer es palmaria.
Intuyo que el abordaje de la modalidad retratística obedece también a su afán de superación, lo que la llevará a firmar más retratos como forma de indagación psicológica. Porque el arte que hace lo considera «una expresión del alma y de la belleza de las cosas». Y ahí han de intervenir las palabras que escuchó o intuyó pudieron haber dicho sus personajes.
Las palabras, como nos enseñó Alí Babá, pueden mover montañas y ser la clave para penetrar en otros mundos. Espero que estas mías, broche de crítica, inciten al lector a ser espectador, a dilucidar si, dada la sensibilidad de la artista, una obra rematada a su gusto sería capaz de cambiarla por una flor que le ofreciera Richard Gere o George Clooney en un estreno. Tal es el apasionamiento que siente por la acuarela, por la espontaneidad y la delicadeza que transmite.
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