Borrar
Retrato ecuestre de Juan Prim (Antonio María Esquivel, 1844). Wikimedia Commons CC-PD
El general Prim y la sopa de ajo
Gastrohistorias

El general Prim y la sopa de ajo

Este famoso político y militar español, protagonista de la Revolución de 1868, odiaba las sopas de ajo debido a un atracón juvenil

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 10 de marzo 2019, 07:14

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Resulta curioso imaginar a los antiguos próceres, que tan serios salen siempre en los retratos, comiendo a dos carrillos. Pero humanos eran, y como humanos tuvieron que comer siempre varias veces al día; a veces con simple deleite y otras con verdadero interés gastronómico, demostrando una personalidad que hoy en día calificaríamos de gourmet o cocinillas aficionado. De refinado paladar y amplio estómago ya hemos comentado aquí que fueron Emilio Castelar, Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Francisco Asenjo Barbieri, José Zorrilla o Alfonso XIII, y hoy llega con otra anécdota culinaria un personaje tan importante en la historia de España como Juan Prim y Prats (Reus 1814 - Madrid 1870), el general y estadista héroe tanto de la Guerra Carlista como de la Revolución de septiembre de 1868.

Resulta que Prim detestaba con toda su alma la sopa de ajo y esta repulsión suya era fruto de un curioso atracón a base de sopas ocurrido durante su juventud. La historia la contó el célebre gastrónomo Mariano Pardo de Figueroa, más conocido como el Doctor Thebussem (1828-1918), en numerosas ocasiones tanto en artículos en prensa (La España Moderna, 1891) como en libros (Futesas literarias, 1899), siendo también incluida en numerosas obras relacionadas con la gastronomía. Contaba Thebussem que unos treinta años atrás (década de los 60 del siglo XIX) participó en una montería en Hornachuelos, Córdoba. Asistían a ella ocho hombres, invitados por el dueño de la finca don Cristóbal de Pina, entre los que había varios nobles y «un señor de color bilioso y bajo de cuerpo a quien el anfitrión llamaba Juanito». La primera tarde, después de pasar horas cazando en el monte, volvió la partida a la casa principal para disfrutar de unas excelente sopas de ajo. «Todos repetimos y las celebramos, menos Juanito, que no se permitió ni aun probarlas por más elogios que del plato se le hicieron». Lamentándose el anfitrión de que no le gustara la cena, el tal Juanito prometió contar más tarde la razón de su aborrecimiento por las sopas y así lo hizo durante el café de sobremesa: «Tendría yo unos dieciocho años cuando salí á cazar en el término de la Musará [a Mussara, en Vilaplana, Tarragona]. Había matado un par de perdices y me hallaba loco de placer. Fatigado y hambriento, después de cinco horas de ejercicio divisé una masía y me encaminé a ella para descansar. Cuando llegué, se hallaban apurando la sartén de sopas de ajo un hombre como de cincuenta años, acompañado de su mujer e hijo».

Las sopas le olieron a aquel chaval a gloria y el campesino se ofreció a prepararle una cazuela. Tanta hambre tenía el joven que pidió dos veces que añadiera más pan el cocinero al puchero:

- Pero... ¿va el señorito á comer tanta sopa?...

- Sí, señor, y doble; Vm. no sabe el hambre que yo traigo.

-Bien, bien; no hablo por miseria, sino para que no sobren y haya que tirarlas.

-Descuide Vm., que no sobrarán.

Sin duda Juanito no sabía que el pan esponja en la sopa y acaba abultando y alimentando mucho más de lo que uno imagina al principio, así que una vez servida la sartén repleta de sopas de ajo y consumida la cuarta parte se le empezó a hacer la cena cuesta arriba. «Están muy ricas, pero no tengo más gana», dijo, a lo que el labrador contesto que el no había migado pan dos veces para que las sopas se tiraran, «el señorito me obligó á migar y yo le obligo a comer». Y ni corto ni perezoso cogió la escopeta que el chico había dejado en la puerta y le apuntó con ella, obligándole a comerse toda la cazuela bajo amenaza de muerte. El huésped acabó por comerse todo y salió pitando, descubriendo después que aquel hortelano le había tomado el pelo, era conocido en toda la región por su buen carácter e incapaz de matar a una mosca. «Vean ustedes ahora por qué aborrezco las sopas de ajo, por qué sé que el pan empleado en ellas crece mucho y por qué no abandono las armas cuando me hallo entre gentes desconocidas», terminó Juanito la historia.

Thebussem descubrió después que aquel Juanito enemigo de la sopa de ajo no era otro que el famoso conde de Reus, general Juan Prim. Ya saben ustedes, no echen demasiado pan a las sopas y nunca dejen las escopetas solas.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios