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La fragua de los caprichos

La fragua de los caprichos

Los últimos artesanos de la forja en La Rioja dedican hoy su actividad a los elementos decorativos

Casimiro Somalo

Sábado, 12 de septiembre 2015, 22:30

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La fragua está en la memoria de todas las culturas y religiones desde hace milenios. La vida en el medio rural era impensable sin la fragua del herrero, sin el artesano que trabajó el hierro desde su aparición para útiles alimenticios, herraduras de animales, maquinaria de trabajo agrícola, herramientas de ornamentación y otros útiles. El desarrollo industrial aparcó a los herreros y a la forja para convertirlos en empresas de metalistería. Hoy apenas quedan unos pocos artesanos en La Rioja que siguen trabajando el hierro con medios que difieren muy poco de los que trabajaron hace cientos y miles de años.

En ningún pueblo, en ninguna pequeña aldea faltó nunca un herrero desde su descubrimiento. En La Rioja hay herencias directas del fuego en los hornos de cerámica desde la prehistoria y del hierro desde que se incorporó a la civilización.

Curiosamente el fuego y el carbón estuvieron casi siempre vinculados a zonas por las que discurrieron torrentes y riachuelos, casi con idénticas referencias a todas aquellas en las que se instalaron molinos. La fuerza del agua.

Artesanos de la fragua y la forja quedan pocos en La Rioja. Contados. Con la mecanización los herreros se transformaron en industriales o se extinguieron por falta de relevo generacional.

Con larga trayectoria y generaciones como Rufino y Ramón Tofé y el hijo del primero, David, en Zarratón, se pueden contar con una mano. Seis generaciones documentadas y una herencia mayor.

El taller se encuentra en un pabellón del pueblo. Huele a etnografía industrial que merece un suspiro antes de que desaparezca. La fragua puede ser la de Vulcano; tiene el mismo ADN. El fuelle se ha sustituido por un sistema mecánico de alimentación de aire para la quema del carbón. Dos martillos pilones de comienzos del siglo XX con fuerza de 80 y 125 kilos son los útiles básicos. El resto se hace a mano, a tortazos con el hierro, con la precisión de un artesano para modelar cualquier figura o barrote.

La fragua de Tofé ha derivado de los útiles de necesidad básica a la forja del capricho y la decoración ornamental. Lámparas, tulipas, verjas, farolas, puertas, mesas, cabeceros de cama, apliques... Elementos decorativos, en suma, a los que hay que poner un precio que nada tiene que ver con otros trabajos de carácter industrial.

Creatividad y vocación y la precisión de un artesano en cada golpe al hierro. «Desde los años 80 nos dedicamos casi en exclusiva a la decoración», afirma Rufino Tofé, 59 años y desde los 17 con su hermano Ramón y ahora con su hijo Daniel.

El taller nos trae a la memoria recuerdos de infancia de las fraguas de los herreros del pueblo. El fuego tiene un misticismo mágico que atrapa los sentidos. El olor y el chisporroteo del hierro en el carbón tienen garras ancestrales.

«¿La crisis? Bueno. Nosotros trabajamos de capricho. Son cosas que no se necesitan, que se puede pasar sin ellas. Pero hay que ver la historia, por ejemplo, sin ir más lejos, las de las rejas de las iglesias. Siempre había un personaje con posibles que las pagaba y donaba porque quería estar cerca del altar... Bueno, dice Rufino, siempre hay gente con sensibilidad que sabe valorar el trabajo que haces».

La forja, la madera y la piedra han sido siempre elementos constructivos de distinción y estrechamente vinculados a poblaciones vitivinícolas y edificios nobles o religiosos.

«Como elemento decorativo se han puesto muy de moda todas las alegorías del vino. Uvas, parras, cepas, lámparas y verjas... Pero aquí hacemos de todo», explica Rufino Tofé con socarronería. «Un día -apunta-, nos vino un señor con 83 años y nos pidió que le hiciéramos unas asas. ¿Asas? Sí. Me dijo que se iba a morir pronto y que las quería para su caja...».

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