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El auténtico ciclo de la vida

El auténtico ciclo de la vida

JORGE ALACID

Sábado, 4 de julio 2015, 23:22

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La firma del pacto que dotará a La Rioja de nuevo Gobierno bajo la Presidencia de José Ignacio Ceniceros sugiere una interpretación desde muy variados flancos, incluida una vertiente que se arriesga a pasar desapercibida: cómo asume el votante del PP, pero sobre todo su militante más acérrimo, las cesiones a Ciudadanos. Lo habitual ha sido lo contrario: analizar el Pacto de los Bracos desde la perspectiva de cómo un grupo de astutos líderes populares logra que los novatos correligionarios de Albert Rivera firmen cualquier cosa que sirva para perpetuar al PP en el poder.

Esa es la lectura que hacen desde el PSOE, por ejemplo. Y es una lectura legítima: según su punto de vista, el PP conserva las tres alcaldías que exigían el apoyo naranja (Logroño, Calahorra y Villamediana), retiene la presidencia del Parlamento y además concede a su líder en retirada el estatus de senador autonómico. ¿A cambio de qué? Para el PSOE, sólo a cambio de ambiguas promesas contenidas en el documento firmado por los dirigentes de ambas formaciones, un papel que la deriva cotidiana puede convertir en mojado. Compromisos que, siempre bajo esta óptica, a nada comprometen... si el seguimiento del pacto se deja en manos de dirigentes expertos en el arte de birlibirloque.

Se trata de una interpretación que olvida sin embargo lo esencial. Que Ciudadanos ha conquistado lo que las urnas del 24M ya anunciaban: la auténtica transformación de La Rioja que significará un Gobierno sin Pedro Sanz. Una región por lo tanto distinta a la habitual durante dos décadas. Y algo más, un intangible que tiene sublevada a parte de la militancia del PP: la sensación de que sus jefes han tenido que humillarse. Lo que no consiguieron en el PR hace ocho años, cuando Julio Revuelta perdió la mayoría absoluta y Sanz y sus colaboradores peregrinaron hasta la sede regionalista para volver con las manos vacías, lo han logrado unos primerizos en la política regional. Con un doloroso añadido para bases y cuadros populares: con la sensación de que esos dirigentes de Ciudadanos que les han impuesto el acuerdo para gobernar La Rioja bajo sus condiciones son de su propia familia. Antiguos seguidores o compañeros de viaje que hoy exhiben sin disimulo su poderío y les obligan incluso a quitarse la corbata.

Ese gesto simbólico encierra un matiz decisivo en los pactos PP-Ciudadanos que también pasa oculto: por primera vez, un partido pequeño firma algo con un partido grande sin pedir un sillón a cambio. Esa es la novedad revolucionaria que se esconde tras la foto de Los Bracos: la formación naranja no ocupará concejalías ni reclamará su cuota de altos cargos en la Administración. Incluso ha sabido mantenerse ajena al impopular numerito convocado tras cada elección, cuando hay que repartir entre varios partidos el dinero que aportan los administrados para financiar las actividades de grupos parlamentarios y municipales. Un espectáculo no apto para almas sensibles del que Ciudadanos ha salido de puntillas. Indemne en materia de imagen.

Ese éxito explica que algunos dirigentes del PP confiesen en privado su alarma. Porque presumen una legislatura convulsa, sometida a los veleidosos dictámenes de un partido con escaso recorrido y ancho amateurismo. Para el PP, la cúpula de Ciudadanos representa su peor temor: el temor a ser sometidos a caprichosos vaivenes en materia de gobernación, una eventualidad que sin embargo tiene su mejor vacuna en el último documento sellado en Los Bracos, donde los redactores se aseguraron de que cada compromiso contraído incorporase su propia letra pequeña.

Así que donde pone la intención de trasladar el Sagasta a Maristas, debe recordarse que se incluye la siguiente coletilla: «Teniendo en cuenta el proyecto de ciudad establecido por el Consistorio logroñés». Una estupenda manera de curarse en salud si luego las cuentas no cuadran y tal ocurrencia, que desataba la risa floja del PP en campaña y el enojo de algunos de los afectados (como el propio director del Sagasta), encalla en los procelosos mares de la burocracia. Otro tanto puede decirse respecto al solar del San Millán, proyecto suspendido bajo esa misteriosa figura sobrevenida del «proyecto de ciudad». Un comodín que serviría tanto para olvidarse de semejante promesa como para impulsarla.

Más concretos resultan los capítulos dedicados a fijar las medidas que para Ciudadanos merece la llamada regeneración de la política. Porque mientras la opinión pública sigue a la espera de conocer cuándo convocará primarias el PP (¿Para las generales de otoño, por ejemplo?), avanza la idea de abrir el Parlamento a fuerzas minoritarias una vez abolida la cautela del 5% de los votos y se acepta limitar los mandatos a ocho años.

A falta de que Ciudadanos explique si en ese primer gabinete de Ceniceros admitiría consejeros con más de dos legislaturas a sus espaldas, prevalece la sensación de combate nulo. El PP atrapa gran parte de lo que ambicionaba tras su tibia victoria electoral y Ciudadanos exhibe la renuncia de Sanz como primer hito de la nueva política. Y en el aire flota la intuición de que pudo ser peor. Que el pacto incluyera la creación, como acaba de suceder en Barcelona, de algún departamento tipo esa concejalía del Ciclo de la Vida que abandera Ada Colau (y haría feliz a Orwell) o que se obligara a compartir la lástima que a algunos les despiertan las familias de los presos de ETA, objeto de la compasión del líder de Podemos...

Incluso pudo suceder, como amenaza con ocurrir en Logroño, que algún grupo le disguste cómo reparte el Ayuntamiento las asignaciones a los partidos pero luego acabe por aceptar el cheque. Que ése es el auténtico ciclo de la vida.

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