Borrar
Dubai: El país del lujo tiembla
SOCIEDAD

Dubai: El país del lujo tiembla

El reino de la desmesura entra en crisis. Las deudas amenazan al emirato cuyos megaproyectos asombraban al mundo

PÍO GARCÍA

Miércoles, 2 de diciembre 2009, 15:00

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Hace 40 años, el jeque Rashid bin Saeed tuvo una visión. Los británicos se acababan de marchar del Golfo Pérsico y Rashid asumía el gobierno efectivo de un territorio poco apetecible: un pedazo de desierto con vistas al mar. Dunas y dunas que se acostaban en el Índico y en cuyo subsuelo, por caprichos de la geología, apenas había unas gotas de petróleo; nada comparable con el océano de oro negro en el que flotaba su vecino y hermano mayor, el emirato de Abu Dhabi. Pero la obstinación de la naturaleza no desanimó al jeque Rashid, que concibió la descabellada idea de convertir Dubai, un mísero enclave de 60.000 habitantes, en una de las nuevas maravillas del mundo.

Lo consiguió. Desde 1971, el país, integrado en los Emiratos Árabes Unidos (EAU), conoció un desarrollo brutal, cuyas cifras de crecimiento iban dejando con la boca abierta a todos los observadores. En apenas una generación, los 60.000 habitantes iniciales se convirtieron en más de un millón. Y no porque los dubaitíes se dieran al desenfreno demográfico, sino por la continua avalancha de trabajadores extranjeros, atraídos por los proyectos imposibles: ejecutivos occidentales y obreros orientales que hoy suponen el 85% de la población y que han convertido a Dubai en un experimento de la globalización. La mano de obra infrapagada (miles de asiáticos que trabajan por 200 ó 300 euros al mes), las oportunidades de negocio, su situación estratégica y el estímulo de la familia gobernante han permitido que el emirato tenga un capítulo propio en el Libro de las Exageraciones: el hotel más refinado del mundo (Burj-al-Arab, a 2.000 euros la habitación); la torre más alta del mundo; la urbanización más lujosa del mundo. Un paraíso artificial que desafiaba las leyes de la lógica... hasta hace unos días. La crisis mundial, que había pasado de puntillas por el Golfo Pérsico, aterrizó con estruendo en Dubai. La burbuja inmobiliaria explotó, los precios se desplomaron el 50% en doce meses y el consorcio estatal Dubai World ha solicitado un nuevo plazo para devolver su ingente deuda. Las bolsas reaccionaron con pánico y sólo la presumible ayuda de Abu Dhabi (el emirato más rico de los EAU) ha templado un poco el ambiente. El sueño del jeque Rashid parece a punto de convertirse en pesadilla.

Sin embargo, el cántabro Gonzalo Gaspar, de 44 años y residente en el emirato desde hace tres, no cree que el país se esté hundiendo: «La crisis se ha notado algo en los negocios, pero Dubai sigue siendo atractivo. Es el 'hall' que da acceso a toda la región; el centro de operaciones ideal por sus ferias, sus zonas francas y por la calidad de vida que ofrece a los occidentales». Gaspar lo sabe bien porque dirige una consultora, Valor Business, que asesora a los empresarios e inversores españoles que buscan asentarse en la región. En su opinión, la crisis frenará los grandes proyectos que aún no se habían iniciado, pero no afectará a los que ya están en curso. «Los tiempos locos han terminado», sentencia, pero quedarán muchos recuerdos de la época de la desmesura, cuando Dubai iba camino de convertirse en un inaudito cruce entre Las Vegas, Disneylandia y Wall Street. Por ejemplo, la torre Burj Dubai, que se inaugurará en enero y cuyas magnitudes resultan inconcebibles: 800 metros de altura, 160 pisos, una superficie de 17 campos de fútbol, el peso de 100.000 elefantes, capacidad para albergar más de 15.000 personas... «Pretende ser -dice su página web- un icono del nuevo Oriente Medio: próspero, dinámico y exitoso». Aunque esos adjetivos rechinen ahora, Gaspar advierte de que casi todas sus dependencias (hoteles, oficinas y viviendas) están vendidas de antemano.

Peor suerte pueden correr las tres islas artificiales en forma de palmera que estaba construyendo el emirato: apartamentos de lujo bañados por el mar que ya compraron, entre otros, los futbolistas David Beckham y Michael Owen. Una (Palm Jumeriah) está casi terminada, pero las otras dos se guardarán en un cajón hasta que la crisis escampe... o hasta nunca. Como sucederá probablemente con el otro megaproyecto dubaití: una especie de planisferio formado por 300 islas artificiales que ha quedado empantanado, para disgusto de Brad Pitt o de Michael Schumacher, que se animaron a adquirir allá un terrenito cuando todo era fantasía y oropel.

Dubai despierta ahora del sueño del jeque Rashid, pero no quiere perder todo su maná. El emirato apuesta por el turismo -recibe 5 millones de visitantes al año- y por explotar su nudo de comunicaciones. A cambio ofrece, según Gaspar, «mucha seguridad en las calles y bastante tolerancia».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios