¿Y si sufres el 'síndrome de la ira del conductor'?
Ojo, la agresividad al volante multiplica la siniestralidad
Todos conocemos a personas que se ponen al volante y se convierten en monstruitos. Puede que ya tengan el genio algo vivo en general, pero ... la metamorfosis es brutal. Incluso, a veces, este cambio radical les sucede a gentes tranquilas y muy pacíficas. ¿Cuál es la causa de esta transformación y por qué no debemos tomárnosla a la ligera?
Lo primero para explicar este fenómeno, conocido como 'ira del conductor', es dar por sentado que, lo creamos o no, conducir siempre conlleva cierta dosis de estrés. Desde el punto de vista de la neurociencia, Diego Emilia Redolar, docente de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), lo explica así: «Conducir es una de las cosas que mayor tensión produce a los seres humanos. Es normal, hay muchos estímulos a los que atender». Además, hay un factor añadido: «Casi siempre vamos con prisas». Así que meterse al coche es como introducirse en una burbuja donde cambia la atmósfera y sentimos más tensión. Eso le pasa al común de los mortales.
Pero hay algunas personas especialmente sensibles a esta variación de condiciones y que se enfurecen mucho en el coche. En esos momentos, la parte racional de su cerebro, la corteza prefrontal, no da abasto para 'calmar' a la amígdala, la estructura que monitoriza las señales de peligro y nuestras reacciones. La consecuencia: nuestra cabeza se pone en 'modo de lucha o huida' frente a la percepción de un peligro o amenaza, nos cabreamos y perdemos capacidad de reacción, hasta un 30%, según algunos expertos citados por la Dirección General de Tráfico. En algunas personas el mecanismo de autocontrol funciona mejor que en otras y esto depende de «los genes, del posible estrés prenatal y, por supuesto, de experiencias de la vida en periodos críticos del desarrollo», repasa Redolar.
Además de indagar en el origen cerebral de este problema, la ciencia ha estudiado la personalidad de quienes más se cabrean al volante y ha concluido que son individuos –casi siempre jóvenes y varones– competitivos, con poca tolerancia a la frustración y a quienes les gusta presumir de estatus. En muchos casos tienen rasgos narcisistas: nunca creen tener la 'culpa' de nada de lo que pasa en la carretera, tienden a pensar que los demás lo hacen todo mal o incluso que les quieren jorobar adrede.Así lo recogió un estudio de la Universidad de Utah, que añade que estos mosqueos hacen que los conductores «actúen de manera agresiva para adelantarse a las cosas que van a suceder, volviéndose más ofensivos que defensivos», lo que multiplica las posibilidades de tener un accidente.
Concretamente, la agresividad que se desprende del estrés al volante multiplica por diez las posibilidades de tener un siniestro con víctimas y por treinta la de sufrir un accidente con heridos graves, tal y como confirman estudios de aseguradoras citados por el RACE, que también pone cifras a la cantidad de conductores agresivos –en distintos grados– que hay en nuestras carreteras y que rondarían el 10%. «Sufren una reacción desproporcionada del sistema emocional frente a una percepción de amenaza o injusticia en la carretera, o incluso frente a situaciones de espera, como un atasco», describe la psicóloga y doctora en Neurociencia Ana Asensio,
¿En qué se traduce esta agresividad desatada? Produce cambios en la persona que conduce en tres planos. A nivel interno, el individuo activa el 'modo huida' típico del estrés; a nivel físico, «genera conductas impulsivas como gritar, insultar o dar golpes» –repasa la experta–, y en cuanto al uso del vehículo..., este estado se concreta en acciones características «como tocar el claxon de forma excesiva, acelerar bruscamente o incluso invadir el espacio del otro vehículo», apunta Asensio. «En el fondo, no es solo enfado con el tráfico, es la expresión de una carga emocional previa que el cerebro descarga incluso ante un pequeño detonante... En la carretera, el coche se convierte en una extensión del yo; es decir, quien se siente invadido o invalidado reacciona como si lo atacaran a él».
Ojo a los 'brotes' puntuales
No respetar la distancia de seguridad, cambios bruscos de velocidad, piques por adelantamientos, usar el vehículo para 'amenazar' (por ejemplo, pegándose al de delante temerariamente), llegar a los semáforos a toda leche y salir el primero... Todas estas conductas típicas del 'síndrome de la ira del conductor' son el origen de muchísimos accidentes, de ahí la necesidad de atajar la agresividad al volante si notamos que es algo crónico.
Y también debemos echar el freno si la sufrimos puntualmente: aunque normalmente seamos pacíficos, si tenemos un mal día o hemos discutido con alguien, podemos tener un 'brote' que nos ponga en peligro en la carretera. «El estrés acumulado, la sensación de falta de control en la vida o estar pasando un mal momento pueden hacer que nuestra conducción se vuelva agresiva, lo mismo que el cansancio, la falta de sueño y un estado de alerta elevado por cualquier problema», alerta Asensio.
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