La 'Bola Loca de Comansi' o el recuerdo de unas playas sin móviles
El juguete recogía el concepto de las clásicas palas de playa, creadas por un santanderino
La estampa se repite sin importar la playa española que escojamos: cientos de personas se exponen al sol con el móvil en la mano, dispuestos ... a perderse en las redes sociales durante horas. Cuando no, se acercan a la orilla para hacerse un 'selfie' lo más pintón posible, que les granjee el suficiente número de 'me gusta' como para sentirse validados. El bronceado y los chapuzones casi parecen lo de menos; meros efectos secundarios de una jornada que antaño se vivía de forma bien distinta.
Quienes fuimos niños hace más de tres décadas recordamos las escapadas furtivas al chiringuito para agenciarnos el helado más colorido del cartel, los castillos de arena edificados con tesón simplemente para darnos después el gusto de derribarlos, los paseos interminables en busca de una caracola que llevarnos al oído... Y, por supuesto, también nos gustaba aporrear pelotas en los muchos juegos playeros que las utilizaban.
El no va más a finales de los 80 fue la 'Bola Loca' de Comansi, una pelota de goma que debíamos cazar al vuelo con dos mangos de plástico coronados por ventosas: tapando con el pulgar el orificio que incluía la superficie de sujeción, se creaba un efecto vacío que mantenía la bola inmóvil. Entonces solo teníamos que devolverla retirando el dedo y elevándola por los aires en dirección al contrario, ya dispuesto a recepcionarla de la mejor manera posible.
El juguete contó con una campaña publicitaria atronadora. Especialmente en televisión, donde jóvenes de cuerpos esculturales intentaron ganarse a los adolescentes del momento (los niños estaban de por sí en el bolsillo del fabricante gracias a un envoltorio colorido y a la diversión que se infería de las imágenes). Por desgracia, la fantasía se desinflaba tan pronto sacábamos el producto de la caja: conseguir que la pelota se mantuviese en posición era cuanto menos imposible, lo que conllevaba más frustración que risas.
'Las palas' de toda la vida
No sabemos cuántas bolas locas acabaron en los trasteros para no salir jamás; lo único seguro es que a sus predecesoras, las típicas palas de playa, seguimos sacándoles uso. Este otro pasatiempo estival surgió en las costas de Cantabria durante la primera mitad del siglo XX, motivo por el que su precursor, el santanderino Mariano Pérez, las apodó 'palas cántabras'.
Según contaron a Europa Press los hijos de Pérez, éste pasó su infancia ideando toda clase de competiciones a pie de playa: saltos de alturas, lanzamientos de disco y jabalina... Así hasta que su abuelo, zapatero de profesión, le fabricó unas rudimentarias raquetas con hebras de ocho cabos. Ni que decir tiene que acababan destrozadas al cabo de pocos días, motivo por el que el yayo decidió confeccionarlas en madera.
Lo que en un principio fue una tórrida variante del tenis pronto se convirtió en un mero pase de la pelota entre palas, sin que ésta llegase a tocar el suelo. Fue así, en plena Playa de La Magdalena, como se originó el juego que todos hemos terminado practicando después (intentándolo al menos). Su popularidad le hizo entrar en el mismísimo Guinness de los Récords en 1997, después de que un centenar de personas practicasen el 'pala a pala' de forma ininterrumpida durante 24 horas.
Fuese cual fuese nuestro entretenimiento predilecto frente al mar, lo único seguro es que no necesitábamos 'desconectar' de la disponibilidad perpetua que propician las nuevas tecnologías: estábamos plenamente conectados con el sol, la arena y las olas; presentes en unas jubilosas tardes de verano que tenemos grabadas a fuego en la memoria.
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