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Feminismo y libertad

La igualdad de la mujer es un logro común, no es propiedad de nadie, como tampoco lo son nuestras vidas, nuestros cuerpos ni nuestros sueños

CUCA GAMARRA

Martes, 8 de marzo 2022, 01:00

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La periodista y activista Gloria Steinem se preguntaba, con lúcida ironía, por qué aún no había escuchado «a un hombre pedir consejo sobre cómo combinar el matrimonio y una carrera». La frase ponía el dedo en la llaga. Al parecer, la vida de la mujer es divisible –su carrera, su maternidad, su posición política, su estatus económico– y la de nuestros compañeros varones, no. En una cultura heredada de miles de años, el género neutro ha sido el del varón (la persona, en abstracto), mientras que la mujer era un accidente que exigía una aclaración. Si escribes un libro y destacas; si montas una empresa y va bien; si te presentas a unas elecciones y ganas, siempre habrá quien diga... y, además, es mujer. Mujer, madre... conceptos empleados frecuentemente como aclaraciones innecesarias, falsamente compasivas, que, bajo la forma de un mérito no buscado, limitan nuestra libertad –lo más preciado que tenemos–.

Mucho debemos las mujeres de generaciones posteriores a la audacia, la inteligencia y la valentía de personas como Steimen quien, a sus 87 años, es por derecho propio protagonista y archivo viviente de la mayor transformación social y política de los últimos cien años: la equiparación de los derechos de las mujeres.

¿Qué significa un siglo de relativa, aunque incompleta, igualdad frente a milenios de desigualdad? Ante todo, un éxito sin precedentes. Un éxito que no ha venido de la mano de ninguna de las corrientes afanadas en cambiarlo todo y dotar a la sociedad de un orden definitivo, como el comunismo o el fascismo, sino de la combinación de democracia, educación y prosperidad económica. Un cambio hacia la igualdad que ha transitado por el camino de la libertad política, económica, de expresión... No se conoce ningún país o sociedad donde la mujer haya mejorado en ausencia de estas libertades, por imposición o por decreto. Un cambio donde el agente transformador –la mujer– no ha ejercido violencia, sino que la ha sufrido y la sigue sufriendo, desgraciadamente.

Este 8M volveremos a reflexionar, a expresarnos, a reclamar. Hay nuevas áreas donde debemos poner el foco: el papel de la mujer en la gran empresa, en las carreras técnicas, en el deporte de alta competición... Hay toda una tarea de análisis por hacer, y la debemos hacer juntas. Sin exclusiones.

Juntas, sí, porque la defensa de los derechos de la mujer no está en disputa, ni la identificación de las amenazas aún presentes: mayor precariedad, desigualdad, falta de acceso a las mismas oportunidades, protección frente a la violencia en el hogar. Lo que erróneamente está en disputa es la anatomía de un éxito que asusta a las partes más reaccionarias de la sociedad, por su carácter irreversible, y a cierta izquierda excluyente, por una transversalidad que les dificulta su apropiación. Si la sociedad no puede avanzar sin la igualdad de su mitad femenina, la situación de esa mitad tampoco puede cambiar si no se cuenta con todas. La igualdad de la mujer es un logro común, no es propiedad de nadie, como tampoco lo son nuestras vidas, nuestros cuerpos ni nuestros sueños. El mensaje de la igualdad que propugnamos es irreconciliable con el de la exclusión o la imposición. Bastante exclusión hemos padecido ya unas y otras.

Ver en nuestra mejora un botín de guerra político es trocear una conquista hasta hacerla retroceder. Es devaluar nuestra lucha, ejercida desde lugares diferentes y a menudo difíciles, pero que convergen en el anhelo conjunto de garantizar y ampliar nuestra libertad. Las mujeres, todas, reclamamos el igual derecho a ser mujer sin renunciar por ello a ser personas con ideas propias y procedencias distintas; con formas de pensar y de ser; con matices, voces y planteamientos diversos.

Que no nos asuste la palabra feminismo. Tal vez a algunas personas les inquietará que liberemos al feminismo de determinadas servidumbres, que no lo queramos títere de otros intereses. ¿Acaso ser feminista obliga a adoptar una determinada ideología política? ¿Por qué el feminismo es incompatible, por ejemplo, con la defensa de la economía de mercado cuando ha sido esta, junto con la democracia, la que nos ha dado instrumentos –puestos de trabajo, formación, oportunidades– para lograr nuestra independencia económica? ¿Una mujer feminista no puede defender la unidad de España? En el Partido Popular defendemos un feminismo inclusivo, en el que cabemos todos, pensemos lo que pensemos y votemos lo que votemos, con un objetivo común: seguir trabajando para lograr la igualdad real.

Las mujeres tenemos que dialogar entre nosotras y también con los hombres. La mejor manera de conquistar derechos y cambiar realidades es convencer a la otra mitad de que debemos asumir un nuevo reparto de responsabilidades, de que avanzaremos más rápido si vamos juntos. El feminismo que prefiere imponer a convencer ignora el daño que nos han hecho, durante siglos las imposiciones que no comprendíamos. Frente a las visiones excluyentes y uniformadoras, proponemos las incluyentes y respetuosas con la diversidad. Frente a la desunión, el respeto y la tolerancia. Porque aquí, como en todo, el camino más directo hacia la igualdad no es otro que la libertad.

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