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El filósofo Daniel Innerarity ha escrito un libro sobre las consecuencias de la pandemia. Jesús Garzarón
Daniel Innerarity: «El combate electoral ha invadido toda la esfera política»

Daniel Innerarity: «El combate electoral ha invadido toda la esfera política»

El filósofo publica un ensayo en el que habla de política, sociedad y coronavirus. Y advierte de lo mal que determinamos nuestros propios intereses más allá del corto plazo

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Domingo, 24 de mayo 2020, 10:44

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La pandemia ocasionada por el coronavirus no es solo un asunto a solventar por los científicos y el personal sanitario. El filósofo Daniel Inneratity (Bilbao, 1959) ha reflexionado sobre sus consecuencias en la vida política y acerca de los cambios sociales que pueden producirse cuando el virus deje de ser un problema. Lo hace en 'Pandemocracia' (Ed. Galaxia Gutenberg, con prólogo de Meritxell Batet) y su diagnóstico es poco complaciente con la sociedad en su conjunto y con los políticos en particular. «La lógica del combate electoral ha invadido toda nuestra esfera política», advierte.

- Mucha gente se pregunta cómo será el mundo tras la pandemia, y usted habla en su libro de la pereza de las sociedades para afrontar cambios. ¿Significa eso que no confía en que haya muchas novedades?

- Los humanos aprendemos de las crisis, pero los avances son pequeños, se producen de forma lenta y con frecuencia no están a la altura de los retos que luego se plantean. Mi postura es intermedia: no estoy entre los optimistas de los libros de autoayuda que ven en cada crisis una oportunidad ni entre los pesimistas eternos.

- Se acabó el mundo de las certezas, sostiene. ¿El peligro ahora es que los votantes sigan a los populistas que las ofrecen, aunque sean de cartón?

- En tiempo de incertidumbre, o aprendes a gestionar en un entorno de riesgos o te echas en brazos de quienes ofrecen una explicación simple para una realidad compleja. Eso explica lo que está pasando en todo el mundo, y también que esas soluciones simples propicien errores más profundos aún. Es lo que ha sucedido al aplicar un lenguaje y un concepto bélicos a la pandemia, y llenar las comparecencias de uniformes, o al hablar de un virus chino. A partir de ahí se han producido errores en el diagnóstico, claro.

- En descargo de los gobernantes, ¿se puede considerar que nadie pudo prever una crisis así?

- Ya había señales de alerta de que una gran crisis, no esta precisamente, pero sí una de relieve, podía producirse. Hemos desarrollado un modo de vida de un consumo disparatado, que atenta contra la biodiversidad y basado en la desregulación financiera, y eso apuntaba hacia una grave crisis. Los especialistas hablan de cambios discontinuos y frente a ellos cabe elaborar estrategias de anticipación potenciando los organismos que se dedican a su estudio, o improvisar.

- Y optamos más bien por lo segundo.

- Eso revela que las sociedades, no me centraré solo en los políticos porque al fin y al cabo ellos representan el modelo existente, están muy distraídas, ocupadas en lo inmediato y poco atentas a lo latente. Debemos estudiar el futuro con herramientas de prospección para estar más preparados.

- Pero el largo plazo es algo difícil de considerar por políticos que ya no estarán en sus cargos cuando lleguen los resultados. ¿Cómo se mira al futuro?

- Hay que introducir más variables en el proceso político. Mire lo que ha sucedido con el censo electoral. Primero solo votaban los ricos, luego fueron los varones, después se incorporaron las mujeres... Quizá ahora haya que introducir a las generaciones futuras para reequilibrar el pacto intergeneracional, que ahora está muy inclinado hacia los mayores. O a nuestros vecinos, porque nuestras decisiones les afectan, igual que a nosotros las suyas. Incluso habría que dar un papel político a la naturaleza.

- Vivimos en un mundo acelerado que reacción a golpe de euforia o pánico. ¿Era más seguro el mundo lento que existía hasta hace un siglo o menos?

- Sí, pero es irrecuperable, así que hay que buscar un equivalente funcional a la lentitud en un contexto acelerado. Hay que prestar más atención al largo plazo, inventar entidades que contrarresten esas reacciones extremas de pánico y euforia. En el ámbito financiero, por ejemplo, ya se hace algo de eso.

- Defiende que de esta crisis deberían salir gobiernos menos ideológicos. Parece difícil en España lo mismo si se mira a la izquierda que a la derecha.

- Lo digo en el sentido de que deberíamos ver qué lugar corresponde a la ciencia en el discurso público y la toma de decisiones.

- ¿La ciencia encaja en un ambiente de tensión política insoportable.

- El problema es otro. El nivel de confianza entre los políticos y entre estos y la sociedad está en España bajo mínimos. Las crisis parecen la mejor oportunidad para terminar con la oposición o para tumbar al Gobierno. Creo que eso viene de la creencia de que el PSOE ganó las elecciones en 2004 por el 11-M y las perdió luego por la crisis económica. Por otra parte, la aceleración de la vida política hace que sea muy difícil la formación de eso que se llama líderes con sentido de Estado. Solo tienen una oportunidad, dos como mucho, para conquistar el poder, así que salen al campo muy revolucionados y sin paciencia. Y dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad, y una grave crisis lo es, al precio que sea.

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Eficacia y ruido

- En el libro señala que la izquierda antepone valores como libertad y participación a la eficacia. ¿Por qué ese poco aprecio a la eficacia?

- Hay pocos intentos de hacer una síntesis real de esos valores y los modelos que tratan de equilibrarlo todo son demasiado sofisticados para la simplificación actual. No solo sucede con eso. La derecha española, por ejemplo, ha estado formada por muchas familias con rasgos distintos. Pero nunca había sido individualista, y ahora vemos cómo se pone del lado de la libertad de una manera muy peculiar. Estoy pensando en las concentraciones de Núñez de Balboa. O cuando Aznar se preguntaba quién era el Gobierno para decirle a él cuánto era el máximo que podía beber antes de coger el coche.

- Manifestaciones contra el confinamiento no se están dando solo aquí.

- Cierto. En Alemania y en otros lugares se están produciendo apelando a la libertad individual, en todos los casos con gran protagonismo de la extrema derecha. Esa reacción se muestra en otros fenómenos: el veto parental, la afirmación de que todo impuesto es un saqueo, la defensa del derecho de ir a misa por encima de la salud colectiva o los antivacunas...

- Son manifestaciones ruidosas. Pero ruido, y mucho, también lo hay en el Congreso.

- La política es un combate que alterna momentos de hostilidad con otros de colaboración. En los períodos electorales se exagera el antagonismo. Lo que sucede es que la lógica del combate electoral ha invadido toda nuestra esfera política.

- Ha llegado incluso al acoso a ministros en sus casas por parte de unos y a las amenazas que ya creíamos olvidadas en el País Vasco por parte de otros.

- En el caso de las amenazas a Idoia Mendía en su casa y las pintadas en las sedes de algunos partidos vascos, es una vuelta al mundo primitivo en el que algunos se sumergieron en un período oscuro de nuestra Historia. Tienen un tono intimidatorio que va más allá de quienes hacen las pintadas o se manifiestan frente a la casa. Lo que más me preocupa es que se va extendiendo a grupos que ya no son marginales y que afectan a la vida privada; eso es lo más execrable. No es lo mismo manifestarse delante del Parlamento que ante la casa de alguien.

- Y en medio de una crisis mundial llega un filósofo célebre, Zizek, y dice que estamos a un paso del comunismo global. Si es así, no hubo revolución con menos épica.

- Hablo de eso en el libro. Estamos ante un filósofo del pop-leninismo que no da una argumentación seria. Los filósofos no lo hacemos muy bien cuando sustituimos un discurso por una ocurrencia. Creo que hay que ser más modestos al hacer predicciones.

- Zizek anuncia un comunismo inminente y Abascal cita a Paracuellos en el Congreso. Los años treinta han vuelto.

- La vida política se ha instalado en una lógica como la de la moda, que combina la novedad con la recuperación de lo viejo, con un tono de provocación. Es una retórica que bordea el ridículo, un ejercicio histriónico para mantener a sus votantes a gusto.

- ¿Qué opina de esas personas que han sido condenadas por delitos graves, lo mismo económicos que de terrorismo, y que ahora se dedican a dar lecciones de ética?

- La política es un espacio de generación de credibilidad y confianza. Esas personas deberían al menos desvincularse con toda claridad de esos errores que las llevaron a la cárcel. En el caso vasco, quien tiene un pasado oscuro confía en la desmemoria de la gente. Es la misma estrategia que algunos adoptaron tras el levantamiento de 1936.

Por incentivos

- Vayamos ahora a los comportamientos personales. Usted habla de una sociedad movida por incentivos y muy centrada en el corto plazo.

- Todo lo que sea pensar en la gente moviéndose sin incentivos es no entender la sociedad en la que vivimos. Me parece que las sociedades democráticas son poco inteligentes en la definición de sus propios intereses. Se hacen demasiadas pequeñas estupideces que sumadas pueden producir una catástrofe. Y luego está el sistema en sí mismo. En la crisis de 2008 unos echaron la culpa a gente que había vivido por encima de sus posibilidades, y otros a un puñado de canallas que lo saquearon todo. Pocos hablaron de que el sistema había facilitado las condiciones para que todo eso ocurriera. En lugar de moralizar y lanzar exhortaciones, deberíamos identificar bien nuestros propios intereses, y eso nos llevaría a esquemas de vida compartida mucho más seguros.

- ¿Gobernar a golpe de encuesta es un problema para esa definición de fines a medio y largo plazo?

- Sin duda. Desentenderse de las encuestas es una estupidez, pero tomarlas como el único o el primer criterio también lo es porque hay grandes corrientes de cambio que las encuestas no recogen. Creo que se trata de situarse en un punto intermedio entre un programa rígido, que no se adapta a las circunstancias, y la improvisación continua.

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