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Miguel López-Alegría. R. C.
Elegido para la gloria

Elegido para la gloria

«No somos superhombres, ni atletas, simplemente tenemos muy buena salud», afirma Miguel López-Alegría, el primer astronauta de origen español

Iker Cortés

Madrid

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Miércoles, 7 de octubre 2020, 19:01

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«Es una experiencia maravillosa. No hay palabras para describirla. La sensación del lanzamiento, llegar al espacio y que falte la gravedad y luego las vistas de la Tierra. Es algo muy difícil de imaginar», describe como buenamente puede Miguel López-Alegría (Madrid, 1958). El astronauta, el primero de origen español que alcanzó las estrellas, viajó al espacio por primera vez en 1995, en uno de los transbordadores de la NASA. Repetiría aquella aventura en cuatro ocasiones más, dos de ellas a bordo de la Soyuz rusa.

Ayer, este estadounidense nacido en Madrid, rememoró sus días en órbita en una mesa redonda virtual, junto al astrofísico José Miguel Mas Hesse, del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial) y el astronauta análogo -son aquellos que realizan simulaciones en en Tierra de las misiones que se van a llvar a cabo en el espacio- y exinstructor de astronautas en el Centro Europeo de Astronautas en Colonia, Iñigo Muñoz Elorza. para presentar 'Elegidos para la gloria', la serie de National Geographic que Disney+ comenzará a emitir a partir del viernes. Basada en la novela homónima de Tom Wolfe, la ficción cuenta en ocho episodios los primeros años de la carrera espacial estadounidense, la puesta en marcha de la NASA, el programa Mercury y la selección, de entre los 108 pilotos preseleccionados, de los 7 astronautas saldrían por vez primera de la Tierra. Y, claro, las comparaciones no se hicieron esperar. «Todos los que formaron parte del programa Mercury (1961-1963) fueron pioneros de verdad, estaban empezando de cero, con la hoja en blanco, como cuando se descubrió América. Para nosotros el camino de astronauta ya estaba establecido», reconoce López-Alegría.

Lo cierto es que en estos sesenta años las cosas han cambiado mucho en la industria aeronáutica. Si antes eran la Unión Soviética y Estados Unidos quienes dominaban el sector, la irrupción de otros actores como la Unión Europea, China o Japón, y el empuje de la empresa privada, con SpaceX a la cabeza, han dotado de un renovado impulso a una carrera espacial que parecía aletargada. Tampoco las pruebas de ingreso tienen mucho que ver con las penurias que pasaron los primeros siete pilotos de pruebas que entraron a formar parte del cuerpo de astronautas estadounidense. «Ahora son más suaves porque, por ejemplo, hemos aprendido que no tenemos problemas para tragar en el espacio», dice divertido el astronauta. «Nos hacen unas pruebas médicas bastante invasivas. No es que tengamos que ser superhéroes o atletas, simplemente se trata de tener buena salud porque es una inversión importante para la NASA o la ESA, que quieren una carrera longeva para sus astronautas».

Además, indica López-Alegría, se realizan pruebas psicológicas y pruebas que demuestren la adaptación de cada sujeto a distintas tareas. Y va más allá: «Es fundamental la preparación técnica, ya que van a usar distintos aparatos que requieren conocer, y que tengan una experiencia operativa en algo más amplio que lo que a menudo hace un científico, como bucear o saltar en paracaídas». No en vano, Iñigo Muñoz Elorza explica que, a diferencia de antaño, en las tripulaciones además de pilotos se requieren «geólogos, militares, ingenieros, médicos... Son tripulaciones mucho más heterogéneas». En este sentido, Muñoz Elorza pone también como requisito que sean capaces de rendir a buen nivel «durante largos periodos de tiempo confinados». Curioso en tiempos de pandemia.

Tampoco tiene nada que ver la rivalidad y la competitividad que demostraban astronautas como John Glenn o Alan Shepard con la camaradería actual. «Entonces todos tenían una personalidad muy fuerte, se valoraba mucho ser bravo y tener coraje; para nosotros, en cambio, es casi al contrario: hay que saber trabajar en equipo y colaborar mucho con tus compañeros», dice quien llegó a subir a la Estación Espacial Internacional (EEI) una paella que había preparado en su propia casa y que llevó al laboratorio de la NASA para que la pudieran preparar en el viaje a las estrellas. «La verdad es que no estaba tan buena», admite entre risas.

Tiene lógica. En los sesenta, apenas iban una o dos personas en cápsulas que «parecían casi una lata de sardinas», describe José Miguel Mas Hesse. Daban tres vueltas a la Tierra y volvían. Ahora una misión media en la EEI lleva un mínimo seis meses, en los que tienes que compartir espacios muy angostos.

Tres fotogramas de la serie.
Imagen principal - Tres fotogramas de la serie.
Imagen secundaria 1 - Tres fotogramas de la serie.
Imagen secundaria 2 - Tres fotogramas de la serie.

Por eso, las naves han evolucionado en consonancia. Poco se parecen las rudimentarias cápsulas que se usaban en los sesenta a los transbordadores de la NASA -«los Rolls Royce de la aeronáutica», dice Mas Hesse- o a las cápsulas que ahora desarrollan compañías como Boeing o SpaceX. «Los 'shuttle' eran aparatos magníficos y complejos pero eran muy peligrosos ya que la nave quedaba pegada a los cohetes para salir. Las cápsulas de ahora no tienen nada que ver tampoco. Además las quieren hacer del todo automatizadas, sin intervención de los pilotos y el sindicato de pilotos de la NASA está un poco enfadado», comenta entre risas.

Retos de futuro

Los retos para el futuro ya están ahí, con misiones como la Artemis, realizada entre la NASA y la ESA, que utilizará la nave espacial Orión para volver a la Luna, «primero en una misión no tripulada y dos años después con tripulación», recuerda Mas Hesse. El astrofísico vaticina que al final de esta década los astronautas volveran a pisar la Luna y se construirá una estación, la Space Gateway, que será el enlace para los viajes a Marte. «Estamos viviendo el renacer de la carrera espacial», afirma. Y entonces llegará el siguiente gran hito: la llegada del hombre a Marte «a finales de los treinta o principios de los cuarenta», avanza.

Para ese objetivo, las necesidades son «completamente distintas», y los retos «psicológicos», ya que como mínimo serán dos años de misión para una tripulación en una pequeña nave y para ello los astronautas necesitarán «una resiliencia muy fuerte para que nos les afecte el pasar tanto tiempo confinados y sin poder salir», advierte el instructor.

Así que aún quedan muchos obstáculos que superar: «Me preguntan a menudo si en la EEI nos sentimos solos, pero tenemos comunicación directa con quien queramos y estamos viendo siempre la Tierra. Yendo a Marte, nuestro planeta solo va a ser un punto de luz, y esa es una sensación que no ha tenido nunca nadie. Va a ser muy difícil».

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