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Córdoba, Argentina. Ocho razones para un viaje imprescindible

Córdoba, Argentina. Ocho razones para un viaje imprescindible

Argentina es mucho más que sus destinos conocidos y desde hace casi un año, esta ciudad ofrece al viajero español la posibilidad de pasar de curso, de adquirir nuevas experiencias en un país con el que tanto nos une

JOSÉ MARÍA CILLERO

Lunes, 27 de noviembre 2017

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Hay destinos que no hace falta siquiera visitar para poder enumerar sus atractivos turísticos... O eso creemos. En países como Argentina, con distancias entre ciudades septentrionales y meridionales de 4.074 kilómetros, los que separan la norteña Salta de Ushuaia, la más al sur - apenas 30 kilómetros menos de los que dista Madrid de Moscú-, pensar que por citar de carrerilla Buenos Aires, Perito Moreno e Iguazú ya somos expertos en la tierra de Messi es engañarse. Argentina es mucho más que sus destinos conocidos y desde hace casi un año, la provincia de Córdoba, en su centro geográfico, ofrece al viajero español la posibilidad de pasar de curso, de adquirir nuevas experiencias en un país con el que tanto nos une.

El territorio de Córdoba, con una extensión que representa un tercio de la superficie total de España, ha sido desde siempre opción predilecta para el turista autóctono y quiere dar ahora el salto que le confiera la categoría de destino internacional. Para ello, se apoya en su fortaleza como oferta completa, capaz de satisfacer las demandas del viajero que se desplaza en busca de huellas históricas y culturales y del que lo hace movido por el afán de naturaleza y aventura.

Y para basarnos en datos, nada mejor que enumerar ocho razones por las que incluir Córdoba entre los nuevos destinos más atractivos del continente sudamericano.

1. Ni lejana ni sola

Ya, no es ésta a la Córdoba que se refiere Lorca en su ‘Canción del jinete’, pero ni nuestra ciudad califal está sola, ni la del centro de Argentina está tan lejos. Air Europa ofrece desde Madrid cuatro vuelos semanales -lunes, miércoles, viernes y domingo- al aeropuerto cordobés del Ingeniero Ambrosio Taravella, también conocido como Pajas Blancas, con escala en Asunción, desde el que además es posible volar a Santiago de Chile, Lima, Buenos Aires, Rosario... Aunque a estas dos últimas también existe la posibilidad de viajar por carretera. Córdoba está separada de la capital del Estado por 700 kilómetros, apenas cincuenta más de la distancia entre Madrid y Cádiz.

2. Un viaje al Siglo de Oro

Sí, la época del mayor esplendor de la Corona española también dejó vestigios en todas aquellas posesiones que un imperio en el que no se ponía el sol tenía repartidas por todo el planeta. Córdoba fue fundada en tiempos del rey Felipe II -el 6 de julio de 1573- por el sevillano Jerónimo Luis de Cabrera, al que esta fundación no autorizada le costó la vida apenas un año después. En 1599 llegaron los jesuitas, que crearon un sistema espiritual, cultural y productivo que en aquel tiempo propició la creación de la que hoy es la universidad más importante de Argentina y una de las más importantes del subcontinente, que nació en 1610, con la creación por parte de la Compañía de Jesús del Colegio Máximo, que dio pie a la propia universidad en 1622. (la primera imprenta que conoció el subcontinente estaba en Córdoba). Toda esta historia fundacional de la ciudad se recorre ahora en la ruta urbana de la Manzana Jesuítica, declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 2000 y en la que se puede contemplar el Colegio Montserrat, fundado en 1687 y que aún funciona como instituto de Enseñanza Media; el antiguo rectorado, hoy museo; la Biblioteca Mayor, la Capilla Doméstica y la Iglesia de los jesuitas, consagrada en 1671. Toda la zona, que se recorre por calles peatonales como la de Obispo Trejo, conserva un encanto especial que evoca ciudades de este lado del océano, como Sevilla, Lisboa, Cáceres o Salamanca.

3. Más oro

La Media Legua. Sin bajarnos del más noble de los metales, podemos pasear por la historia de la expansión urbana de Córdoba hacia el sur siguiendo la ruta conocida como Media Legua de Oro, un recorrido de apenas dos kilómetros y medio entre la plaza de San Martín, en pleno centro, y el Parque del Sarmiento, en El Barrio de Nueva Córdoba, donde se reúnen los centros culturales más importantes de la provincia, museos, teatros, palacios, así como se disfruta de una de las calles más señoriales de la ciudad, que recuerda a un prohombre de principios del XX, Hipólito Yrigoyen. En este recorrido resulta imperdible el Paseo del Buen Pastor, un solar que albergó durante cien años un asilo y una cárcel de mujeres, convertido en 2007 en zona estancial con fuentes de rítmicos movimientos, galerías de arte, tiendas de diseño y restaurantes. Uno de los lugares, al que volveremos en el siguiente punto, donde resulta más fácil detectar el latido de una ciudad viva.

4. Una ciudad joven

Joven, activa y acogedora. No podía ser de otra forma. Con sus 1,3 millones de habitantes, lo que hace de ella la segunda más poblada del país, de los que doscientos mil son universitarios, Córdoba rezuma animación, creatividad, buen ambiente. Una alegría de la que hace gala, además de en los distintos centros repartidos en sus campus académicos y en lugares como el Buen Pastor, donde en este final de primavera austral los jóvenes se dan cita para charlar animadamente junto a sus fuentes y sus estatuas dedicadas a glorias locales de la cultura popular, como el cantante conocido como la Mona Jiménez, -uno de los grandes difusores del cuarteto, género musical bailable y desenfadado oriundo de Córdoba-, al que si no conocen ya están buscando en Youtube. Aunque para zonas animadas, nada como Güemes, el barrio bohemio, el de los bares originales, bulliciosos algunos, auténticos templos del buen trago otros, el que dicen da réplica al bonaerense de San Telmo, pero que nada tiene que envidiar al Tribeca neoyorkino. Por cierto, hablando de tragos, si Brasil tiene la caipirinha, Perú el pisco y ¿España, la sangría?, Córdoba tiene su bebida propia, el Fernet, un vino aromatizado más amargo que el vermú, combinado con la Coca-Cola, -ojo, solo con este refresco, no con sus rivales-, que se toma en vaso largo con hielo y se pide como ‘fernetcoca’ en primera ronda y ya en siguientes, con la confianza ganada, casi tuteando al vaso, llamamos ‘fernando’.

5. Una provincia para comérsela

Bueno, que parece que hasta ahora mucho habíamos hablado de los aspectos más espirituales y que tal vez no habíamos dejado suficientemente claro que Córdoba es una provincia de la Argentina, lo que equivale a hablar de carnes, de los mejores cortes del planeta, pero también de productos más específicamente vinculados a la provincia, como los chacinados, entre los que destacan las variedades del salame –adaptación autóctona del salami- quesos, cerveza artesana, empanadas, alfajores, productos derivados de la huerta…, una tierra donde una vez más el enriquecedor mestizaje, esta vez llevado a los fogones, da pie a viajes de sabores que evocan desde las tradiciones criollas a las recetas de la cocina española, italiana, pero también, en el caso de la zona de Villa Belgrano, a los contundentes productos y formas de cocina centroeuropeas, por la llegada de inmigrantes de origen alemán en las primeras décadas del siglo XX. Pero además de en la calidad del producto, en los últimos años la gastronomía cordobesa ha dado un salto de prestigio gracias a los autores y al mutuo intercambio de experiencias entre los cocineros con más recorrido y los nuevos profesionales de la restauración, muchos de los cuales han trabajado y se han formado al lado de los más afamados chefs de Buenos Aires, pero también de Estados Unidos, de España y de otras cocinas de Europa. Y por cierto, olvídense del mal trago final de algunas sobremesas, ese que se produce cuando llega la factura, especialmente en un establecimiento de autor. Sirva de ejemplo, el caso del restaurante El Papagayo, en la capital, del joven pero ya experimentado cocinero Javier Rodríguez, un local largo, estrecho y original en su disposición que ofrece un menú de 10 pasos (platos), en el que figuran, entre otros, patés, huevos en original cocción, ajo blanco con berberechos, solomillo, entraña… pre-postre y postre y todo por 850 pesos, lo que al cambio supone apenas 42 euros, para comérselo. Del mismo modo, se come muy bien en los restaurantes de hoteles como el Windsor o el Howard Johnson, cuya calidad tanto de cocina como de servicio está sobradamente contrastada. Y para algo más informal, pero definitivamente contundente, los animados y bulliciosos bares del Cerro de las Rosas, como el Patio Burgués (calle Luis de Tejada), donde las hamburguesas van en serio por tamaño y calidad y de la carne, pero tampoco hay que olvidarse de sus ceviches, sus langostinos-mozzarella y sus dos por uno.

Pero no solo hay que fiar el acierto en la elección en los establecimientos de la capital. Como pruebas, el restaurante Herencia, en Alta Gracia, dirigido por Roal Zuzulich, que se formó con afamados chefs, como Carme Ruscadella; los restaurantes Belgrano 1340 y Lo de Jorge, ambos en la turística Mina Clavero, ciudad que no se puede abandonar sin probar el cabrito, y el original Sabía que venías, en Capilla del Monte, localidad de las Sierras Chicas, donde cocinan en amor y compañía Gabi (Gabriela Martín, perfeccionista pastelera más dulce que sus propias creaciones) y Martín (Martín Maques, que se perfeccionó en grandes cocinas como la del Four Seasons Buenos Aires y Faena Hotel, y acompañado de grandes chefs como Martín Berasategui).

6. Un destino al aire libre...

Aquí es donde Córdoba supera el examen de la versatilidad y lo hace con nota. Si la capital es un destino capaz por sí mismo de justificar el viaje, cuando se suma el potencial de su oferta al aire libre, sus opciones de naturaleza, de vida salvaje, de deportes, la provincia se convierte en alternativa de garantías para el viajero. No es casualidad que los argentinos miren hacia Córdoba como destino preferente de sus vacaciones. Y es que todo juega a favor, incluso la comodidad de unos desplazamientos que permiten llegar a Mina Clavero, capital in pectore del Valle de Traslasierra, desde la capital en poco más de dos horas para poder disfrutar de la naturaleza, del avistamiento de cóndores y águilas, de paseos a caballo, del trekking, de safaris fotográficos, rutas en kayak, paseos en jeep, baños en playas fluviales, senderismo…

O la media hora que se tarda en llegar a Alta Gracia, en el Valle de Paravachasca, donde las opciones de naturaleza tampoco son desdeñables, si bien aquí con un ritmo más pausado, a base de paseos, de contemplación del entorno que un día fue de los comechingones, los pacíficos indios autóctonos que recibieron a los colones españoles, y de deportes menos exigentes, como el golf. Y si se quieren –y se cree en¬- emociones más fuertes, el Cerro del Uritorco, en el Valle de Punilla, Sierras Chicas, donde los más incrédulos disfrutarán de su abrupta orografía, con atardeceres de brillante dorado. Los más crédulos, tal vez, del avistamiento de objetos volantes no identificados e incluso de la misteriosa ciudad intraterrestre perdida de Erks, que llamó la atención de investigadores de estos fenómenos de la talla de Jiménez del Oso o JJ Benítez.

7. … pero repleto de Cultura

La exuberancia de las opciones para el turismo de aventura no puede ocultar que la riqueza cultural de la provincia desborda los límites de la capital. Ahí está el Camino de las Estancias Jesuíticas, también Patrimonio Mundial de la Unesco, que está formado por los enclaves que los jesuitas pusieron en pie para asegurar el sustento de su comunidad en Córdoba. Son las estancias de Caroya (fundada en 1616), Jesús María (1618), Santa Catalina (1622), Alta Gracia (1643) y La Candelaria (1678), además de la propia manzana jesuítica de la capital. Y además, Alta Gracia alberga las casas museos de dos personas tan dispares en biografía y en vocación como Ernesto Che Guevara y Manuel de Falla. El primero, llegó a la capital de Paravachasca por razones de salud, sus padres decidieron que el clima seco de Alta Gracia era el más adecuado para aliviar los problemas de asma de Ernesto, que vivió once años en esta ciudad, entre los cuatro y los 15, siendo Villa Nydia, la casa que hoy alberga su museo, el lugar del mundo donde más años vivió el nómada Che. También fueron asuntos de salud, esta vez más graves, los que llevaron a un Manuel de Falla espantado por lo que le había tocado vivir durante la represión de la Guerra Civil y enfermo de los pulmones, a fijar su residencia desde 1942, acompañado por su hermana, en el chalet de Los Espinillos, hoy dedicado a recordar al genial compositor. Allí murió en noviembre de 1946. Es decir, revolucionario y creador musical apenas coincidieron un año en Alta Gracia, uno en los albores de su adolescencia, otro, en el ocaso de su vida, lo que no le impidió al destino jugar a cruzar sus vidas, en forma de una gamberrada según la cual el valiente Ernestito y su pandilla saltaban la valla de Los Espinillos para robarle las naranjas a ese señor viejo que casi siempre estaba enfermo.

Décadas después, en 1969, otra gran figura de la cultura, en este caso de las letras, escogió la provincia cordobesa para vivir, el escritor y periodista bonaerense Manuel Mújica Láinez, autor de ‘Bomarzo’, adquirió El Paraíso, una casona de estilo colonial en La Cumbre (Sierras Chicas) donde vivió hasta su muerte, en 1987 y que hoy es visitable como museo. Y para los amantes de la historia del siglo XX, es imprescindible la visita del Eden Hotel, en La Falda, apenas a 15 kilómetros de La Cumbre, hoy sin uso hostelero, pero cuyos dueños actuales trabajan para su reapertura. Abierto en 1898 por un ex oficial del ejército alemán, el Eden (sin tilde) alojó a varios presidentes de la República Argentina y a ilustres como Rubén Darío. También lo visitaron, sin utilizar sus dormitorios, el Che Guevara y Albert Einstein, pero lo que representa el gran atractivo del edificio que dejó de funcionar como hotel en 1965 es que sus dueños en los años 30, el matrimonio Eichhorn, jugó un papel decisivo con sus contribuciones económicas para el ascenso de Adolf Hitler al poder y esta ayuda forjó una amistad entre la pareja y el genocida, según confirmaba un documento firmado por Hoover, el capo del FBI, fechado en 1945 y desclasificado en los 90 y que dejaba claro que “si el Führer tuviera en algún momento dificultades, él siempre encontraría un refugio seguro en La Falda...”. Pero para quienes gusten de festejar otro legado alemán más amable, la Villa General Belgrano celebra cada año en octubre su Oktoberfest, en el que participan vecinos y visitantes desde hace décadas y lo hacen con tan escrupuloso respeto por la tradición teutona, que al viajero le sorprende que quienes forman parte del desfile, muchos de ellos descendentes de los primeros colonos alemanes, rubios, altos y ataviados con trajes bávaros, hablen en castellano y no en alemán y aquello sea Córdoba y no Baviera.

8. Por cada una de las siete razones anteriores y por todas juntas

Los siete apartados expuestos más arriba, solos o combinados, justifican la inclusión de la provincia de Córdoba en la lista de destinos pendientes. Pero además, conviene tener presente la sempiterna hospitalidad de los cordobeses, su sentido del humor y su forma de tomarse la vida, dos puntos por debajo de la intensidad porteña, a menudo referente exclusivo de la forma de ser argentina allende sus fronteras, en el caso de que se acepte tan injusta generalización. En todo caso, el mejor viajero es el que es capaz de abrirse al mayor número de destinos posibles, sin que la elección de uno suponga la exclusión automática de otro, por lo que la provincia de Córdoba ha llegado para multiplicar el potencial de un país tan cercano como Argentina.

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