Vuelven los Gallagher
La familia más desestructurada de la televisión regresa en la octava temporada con el humor ácido y la crítica social que la caracterizan
Que no decaiga la fiesta. No al menos para los incombustibles Gallagher que vuelven a la pequeña pantalla con la octava temporada de la irreverente 'Shameless', la serie de Showtime que narra las miserias de una desestructurada -¿quizá la más desestructurada de la televisión?- y anárquica familia en un barrio al sur de Chicago.
El primer capítulo ha llegado esta semana a Movistar+ y para aquellos que dudaban de que Frank Gallagher (William H. Macy) pudiera dar más de sí, después de haber esquivado a la muerte en innumerables ocasiones y contar con un hígado trasplantado, los primeros minutos de la nueva entrega despejan dudas: el personaje que encarna el enorme Macy vuelve a las andadas, prometiendo ser un buen ciudadano y pidiendo perdón a sus allegados y a las personas a las que daño en el pasado, no sin antes haber consumido parte de la herencia de Mónica en forma de metanfetaminas, en un templo budista.
De esta manera, el productor John Wells -detrás de series como 'El ala oeste de la Casa Blanca' y 'Urgencias'- nos vuelve a introducir en la enmarañada rutina de los Gallagher, donde Fiona (Emmy Rossum) parece haber encontrado un lucrativo negocio en el mundo inmobiliario, mientras que el aspirante a soldado Carl (Ethan Cutkosky) vende la droga que heredó de su madre Mónica para satisfacer algunos caprichos. Por su parte, Lip (Jeremy Allen) sigue luchando contra su alcoholismo y Debbie (Emma Kenney) sigue los pasos de su 'hermana coraje' y busca erigir un futuro como soldadora y madre trabajadora.
Tras la carta de presentación de este primer capítulo todo parece indicar que la octava entrega va a continuar apostando por lo que le ha funcionado hasta ahora: humor ácido, cuanto más descarado mejor, situaciones políticamente incorrectas que llevan al espectador a levantar las cejas en más de una ocasión y la crítica social marca de la casa. A ello se suma también una baza típicamente americana que los del otro lado del atlántico manejan con aplastante maestría: intercalar carcajada con emoción, haciendo que el espectador adore a los Gallagher y hasta se sienta parte de la manada. Y ello a pesar de que se apueste por personajes alejados del ideal americano del éxito, porque lo que da coherencia a la historia de los Gallagher es el amor incondicional de unos hermanos que prefieren pasar penurias juntos que triunfar en la vida por separado.
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