La tele se rompió
Los niños pidieron ver un capítulo de 'Los Thunderman' antes de cenar y les dijimos que sí. Unos minutos más tarde, vinieron entre divertidos y extrañados a contarnos que la tele no les hacía caso
Los niños pidieron ver un capítulo de 'Los Thunderman' antes de cenar y les dijimos que sí. Unos minutos más tarde, vinieron entre divertidos y ... extrañados a contarnos que la tele no les hacía caso. «Le damos a todos los botones y no hace nada». Compruebo que está enchufada y que, efectivamente, el piloto de la pantalla luce verde. Pero no se ve nada, solo nuestro reflejo asomándose a un enorme agujero negro, a un pozo por el que dan ganas de gritar «¿hay alguien ahí?».
Intentamos reanimarla, golpeamos los botones de todos los colores y el marco del aparato, como cuando en las películas el protagonista logra arrancar el coche en el último momento. Pero no. La tele se rompió. Le pedí a mi amigo Pepe -todo el mundo debería tener un Pepe en su vida- que me recomendara una televisión nueva, una que me aguantara, al menos, lo mismo que la que acabábamos de enterrar. Me mandó cuatro opciones con lo mejor del mercado para nuestro presupuesto. «Si esperas unos días, pillas el Black Friday y te ahorras unos euros», me avisó. Y así estamos en casa, esperando la oferta con un sofá que mira a ninguna parte.
Por la mañana, de camino al colegio, mi hija vio un montón de colillas en la calle y se acordó de lo que le había contado su profesor de gimnasia. «El padre de mi profe de gimnasia fumaba tabaco negro, ¿sabes? ¡Taba negro! Y se tragaba el humo», me contó, impactada. «¿Ves ese paso de peatones? Pues no podía cruzarlo porque se ahogaba, le faltaba el aire. ¡No podía! Por el tabaco negro. ¿Y sabes qué pasó? Que cada vez se movía menos y necesitaba más ayuda. No podía moverse en su casa, no podía ir a comprar, no podía pasear con sus nietos. Y así hasta que se murió, como la tele».
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