Llevo treinta y seis días confinado en casa, sin salir a la calle y sólo asomando el hocico al balcón para hacer mis abluciones, es ... decir, un rato de bici estática, ver el astro –tal y cómo se dice en La Rioja–, y el dar el sentido aplauso a todo el personal sanitario cuyo sacrificio nunca sabremos agradecer suficientemente.
Mi vida transcurre con unas rutinas que he ido adquiriendo a lo largo de estos días, sin que ello me haya supuesto ningún trauma mental y sin que mi confinamiento necesite la atención de psicólogo alguno, al uso de lo que hoy se estila ante cualquier situación compleja, triste e inesperada: a mi generación nos educaron ante la adversidad.
Y entre las actividades sobrevenidas por la ausencia de mis caminatas ciudadanas – lo que era mi destino diario hasta el trece de marzo–, vengo haciendo del orden de diez kilómetros en un remedo de tour doméstico al que he nombrado walking at home. Y lo he hecho en inglés para equipararme a la idiocia contemporánea de bautizar en esa lengua cualquier sandez que se le ocurra a cualquier andóbal. Sólo me falta juntar las tres palabras y ponerle un hashtag y tal vez se haga un hyperlink. Parece que así se dota al asunto de un mayor valor, y que sólo por ello alcanza categoría de utilidad social. Sin ir más lejos, lo de las fake news, con lo rotundo que se expresa en nuestro idioma lo de 'noticias falsas', tan abundantes en estos días y tan cargadas de mala baba en numerosos casos.
Lo cierto es que ese caminar doméstico me está permitiendo no anquilosarme más de lo que la edad le enrobina a uno. Y lo hago con un desplazamiento airoso, aunque el trazado es sinuoso, incluso angosto en determinados puntos en los que tengo que girar, sobre mí mismo, trescientos sesenta grados, lo que en términos de rally se definiría como una paella. Podría decir que es como esa especialidad olímpica que creo se llama marcha, pero sin sus andares ridículos. Tal vez y aprovechando el retraso de los Juegos de Tokio, me dé tiempo a proponerlo como un deporte cuya ejecución no exige inversión alguna, ni villa olímpica que valga, y cuya baratura sería acorde con los tiempos de penurias que nos esperan. Lo malo es el desgaste del pavimento de las casas, que como en la 'Escalera Santa' de Roma, frente a San Juan de Letrán, sus peldaños, por el --trasiego de penitentes tuvieron que ser forrados ya en 1723.
Pero más allá de escribir con algo de humor, dentro de la tragedia que vivimos, lo que deseo es expresar mi gratitud a esa sociedad española tan sumamente generosa y excepcional en muchos de su ámbitos profesionales y laborales. Y cuya abnegación nos beneficia todos, incluso a los políticos. Al mundo sanitario: no hay elogio suficiente para todos ellos. Y por descontado: Guardia Civil; Policía Nacional; fuerzas armadas; Policía Local y autonómicas; supermercados y tiendas de alimentación; repartidores; productores de alimentos, transportistas y camioneros; autobuseros; industriales que han derivado su actividad para fabricar, con gran ingenio, medios de protección sanitarios. Para ese capitalismo decente y civilizado, que es la mayoría, incluidos los bancos –tan denostados por el populismo atroz e ignaro– cuyas donaciones y gestiones están facilitando la compra de material médico. En fin, para esa sociedad civil y empresarial que supera con mucho al mundo político, cuya mezquindad, oportunismo e ineficacia, me avergüenza. Pero este tema –parafraseando a Tip y Coll–, lo dejaremos para más adelante, escribiendo aquello de «mañana hablaremos del Gobierno».
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