Dos años después del fabuloso concierto de San Bernabé 2019 que interpretó el organista italiano Paolo Oreni en el excelente órgano de La Redonda, que ... me dejó literalmente 'pegado al asiento' por su intensidad y extrema calidad interpretativa, vuelve al mismo marco a honrar a San Mateo 2021 para alegría de los aficionados logroñeses y para dejar en la memoria otro grandioso y espectacular concierto. Un auténtico torbellino musical que sacudió el venerable espacio de La Redonda con impresionante poderío y belleza.
La proyección a gran pantalla de las evoluciones del organista utilizando los tres teclados y el pedalero constituyó un espectáculo en si mismo de indudable belleza e interés.
Nuevamente volvió a acertar con la elección del programa, de una dificultad superlativa, de los que ponen a prueba todos los recursos técnicos y musicales de organista e instrumento y verdaderamente agotador para el intérprete. Abría el programa el Concierto BWV 972 de Bach (trascripción para clave del Concierto nº 9 de L'Estro Armonico de Vivaldi, en versión para órgano), para ir calentando dedos y familiarizarse con el órgano. En el primer movimiento hubo pasajes que denotaban ligeramente que la puesta a punto y afinación del órgano no era todo lo perfecta de otras ocasiones. A continuación venía la temible Fantasía y fuga sobre el nombre B.A.C.H. de Franz Liszt (en la versión sincrética de Jean Guillou), que responde al ideal wagneriano de «música del porvenir» pues es una verdadera música del siglo XXI, intensa y espectacular, un auténtico 'tour de force' para todo gran organista. La versión de Oreni era de quitar la respiración: tremenda.
En esa orgía de virtuosismo y grandiosidad continuó el programa con el imponente Allegro de la Sinfonía nº 6 de Charles Widor y con la cantarina Evocación III de Marcel Dupré, con nuevos despliegues de energía y brillantez sonora, para rematar en triunfo con una vistosa improvisación de Paolo Oreni sobre la tonadilla inicial del Himno de Logroño.
Una estruendosa ovación del público asistente arrancó una propina del agotado intérprete: el Trumpet Voluntary de Jeremiah Clarke (erróneamente atribuida durante un tiempo a Henry Purcell). Concierto para recordar sin duda por su altísima calidad musical y su asombrosa intensidad.
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