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H ay romances que, desde su inicio, está cantado que son fugaces e insostenibles. Esto ha sucedido con la cacareada ruptura entre Trump y Musk, ... pelea y despecho incluidos, entre el hombre más poderoso del mundo (hasta ahora) y el hombre más rico del mundo (hasta ahora), como señala la prensa. Su fugaz alianza, durante la campaña electoral norteamericana y toma de posesión del gobierno Trump del 20 de enero finalizada este 30 de mayo con el cese de Musk, inquietó a muchos pero facilitó la segunda controvertida llegada de Trump al poder bajo el lema «todo es posible»; uno aportó cantidades millonarias a la campaña, el otro las riendas del partido republicano. Dos egos demasiado grandes para compartir un solo espacio en el que uno deseaba poder ilimitado y el otro negocio, un choque de trenes en dirección contraria por la misma vía, saldado con una ruptura a la altura del más histriónico culebrón televisivo con graves acusaciones/amenazas mutuas.
El escaso margen de maniobra, la inexperiencia e ineficacia política de Musk, cuyas promesas y cínicas medidas para reducir el gasto público norteamericano han debilitado algunos dispositivos de salud pública, investigación, educación, regulación aérea, desarrollo internacional o seguridad nuclear, junto con la soberbia y ausencia de límites que comparte con su antiguo aliado, han sido un combustible en el que el poder ha engullido al negocio. La realidad se ha impuesto, aunque cada uno ha dañado su marca. Trump no es un dechado de virtudes políticas, pero Musk ha fracasado; entre los objetivos incumplidos, la inexperiencia en asuntos de Estado y una gestión tecnológica opuesta a la parte del conservadurismo gubernamental (MAGA), la ruptura y enfado eran previsibles. De momento, Musk ha perdido mucho dinero y credibilidad; veremos el coste y deriva política para Trump.
Si algo tiene de bueno es que el espejismo de que el Estado es un negocio no ha prevalecido. Pero quedan incógnitas y un extenso legado: el del «todo vale», la vulgaridad y mala educación en la política y otros contextos, de los que ya advirtió Ortega y Gasset como perversión de la democracia. Valga como ejemplo el espectáculo de algunos políticos españoles en la recién celebrada reunión de presidentes autonómicos, en la que, en lugar de basarse en la confianza, empatizar, debatir, analizar y aceptar errores con ironía e inteligencia para comprender excesos y llegar a acuerdos, se enzarzaron en reyertas soberbias sin sentido.
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